viernes 19 de abril de 2024
Cursos de periodismo

Anticipo exclusivo: CRócknicas de un Tacvbo

Tapa-Crocknicas-de-un-tacvboLa semana próxima llega a las librerías de la Argentina CRócknicas de un Tacvbo, de Joselo Rangel, publicado por Gourmet Musical Ediciones. Además de ser el guitarrista y uno de los compositores de Café Tacvba, una de las bandas más importantes del rock latinoamericano de las últimas décadas, Joselo forma parte de la lista no tan extensa de músicos que escriben algo más que canciones. Hace ya varios años mantiene una columna en el diario mexicano Excelsior donde, semana a semana, cuenta un poco de todo aquello que atrapa su interés profesional y personal. Músicos y grupos como Radiohead, Elvis, Babasónicos, Morrisey, Pixies, Spinetta y Chavela Vargas son algunos de los protagonistas de las crónicas reunidas en este libro, donde también aparecen las lecturas de escritores como Ballard, Don Delillo, Philip K. Dick, Nabokov y Bukowski, y su gusto por el cine y el cómic. Por supuesto, su vida personal y profesional son parte del repertorio: escenarios, comidas, charlas y encuentros con otros artistas, así como los entretelones de los conciertos y las giras. Estas crónicas nos permiten la posibilidad no habitual de asomarnos al presente de un músico de primera línea desarrollando una carrera dentro de la industria de la música regional e internacional. Crócknicas de un tacvbo es un testimonio para el futuro y una lectura estimulante para el presente.

A continuación presentamos en forma exclusiva cinco de los textos que componen el libro CRócknicas de un Tacvbo, que tendrá su presentación oficialen la Feria del Libro de Buenos Aires el miércoles 7 de mayo a las 20:30 en la sala Borges, con la presencia del autor y músicos amigos.

 

Tour EE.UU.

Hacer una gira por Estados Unidos como la que estamos haciendo ahora los Café Tacvba es lo más parecido a lo que uno se imagina que una gira de rock debe de ser. Tanto nos han bombardeado con la imagen del grupo de rock en la carretera, subido a un camión tocando a diario en una ciudad diferente que nos imaginamos que todas las giras deben ser iguales en cualquier parte del mundo. Pero no es cierto. En México es imposible para los grupos de rock tocar diario; si bien nos va, con tocar una vez cada fin de semana nos damos por bien servidos. Así que sali¬mos de nuestras casas un día, viajamos, tocamos y al otro día estamos de regreso en nuestro dulce hogar. Eso de las giras itinerantes sólo a los gruperos les funciona en nuestro país. Todos los días hay un bailongo, una feria del pueblo o un palenque en algún lugar de nuestro territorio y la gente está dispuesta a asistir a estos eventos así sea martes o miércoles.
No pasa lo mismo con el rock. El rock es una música para el fin de semana, a menos que sea Roger Waters tocando el Dark Side of the Moon. El sí puede aventarse un concierto cualquier día de la semana, digo, hasta matinés, tardeadas o funciones de medianoche puede hacer, que ahí estaremos todos para verlo.
Así que, para grupos mexicanos, sólo acá en Estados Unidos es donde se puede. La audiencia es muy similar a la de México. La mayo¬ría de los asistentes son mexicanos; cada vez hay más argentinos y vene¬zolanos y, dependiendo de la ciudad, aparecen más güeros. La mayoría de nuestros paisanos están acá para trabajar, así es que tienen dinero y ellos sí, no importa el día de la semana, están dispuestos a bailar slam con los grupos que cantan en su idioma. Además es un punto de reu¬nión para todos esos latinos (y latinas) que no se conocen entre sí. ¿Qué mejor lugar para ligar en español?
Los grupos de rock latino se suben a una van, a un bus o a cualquier transporte que les acomode y se lanzan a tocar en la mayor cantidad de lugares en el menor tiempo posible. Hay quienes se avientan dos sema¬nas continuas, hay quienes dos meses. Nosotros estamos de gira por un mes y tocaremos en 21 ciudades diferentes.
Para hacer esto es necesario no sólo saber tocar un instrumento, sino estar dispuesto a olvidar todas tus buenas costumbres aprendidas por años como dormir ocho horas, comer tres veces al día, bañarte diario y usar ropa limpia todos los días.
Una vez Guillermo Arriaga, nuestro galardonado guionista mexi¬cano, me preguntaba si cuando andaba de gira podía dormir. La pre¬gunta venía a colación pues él era muy quisquilloso con las habitaciones de hotel que estuvieran cerca de un elevador, de la lavandería o de una planta de luz pues no podía conciliar el sueño debido al ruido que hacían. No es raro tener estas manías, yo las tenía antes de entrar a Café Tacvba, pero se me fueron quitando a la fuerza.
Aprender a dormir en cualquier lugar, a cualquier hora parece una nimiedad ante la de cambiar tus hábitos de ir al baño a hacer tus necesidades. Me he dormido profundamente abajo de las sillas de un aeropuerto esperando el próximo vuelo usando mi backpack de almo¬hada, también al lado de un escenario mientras un grupo está tocando a volúmenes insoportables para el oído humano o en un cuarto de hotel junto con mis demás compañeros músicos y staff repartidos en camas y suelo. Pero lo del baño es otra cosa.
Cuando me preguntan qué tal me va de gira siempre hablo de lo bien que nos recibe el público, digamos que es lo que la gente quiere escuchar. Y no miento, la gente nos recibe bien, se la pasan bien igual que nosotros. Pero a veces, nomás para molestar, les cuento de los baños públicos que tenemos que usar, algunos más limpios que otros, o a veces muy, muy sucios, pero uno no puede escoger: Es lo que hay.
Conozco gente que prefiere aguantarse antes que entrar a un baño público. Eso, en una gira, es imposible ¿puede alguien aguantar sin ir al baño más de un mes?
Si las películas y documentales de rock que han alimentado nuestra imaginación pudieran olerse tal vez no causarían tanta admiración y glamour. Si quieres probar que tan admirador eres de alguien, trata de imaginarte a tu estrella de rock en el baño. Con todo y olores. Si pasas la prueba es que eres un verdadero fan. Felicidades.

 

De downloads y upgrades

No soy muy afecto al upgrade, a esa manía de estar “mejorando” un software, que a mi parecer funciona bien, no le encuentro mucho sentido. Supongo que los usuarios de computadoras más aferrados se darán cuenta de las mejoras prometidas pero yo no. Hay veces que prefiero un software antiguo, al que ya me acostumbré y lo manejo hasta con los ojos cerrados que a uno nuevo y flamante, que seguramente, cambió las cosas que más me gustaban del otro. Pero parece que eso no le gusta a los que llevan el negocio de las computadoras y programas; no les gusta que alguien esté usando un modelo más antiguo que el que existe en el mercado. Lo malo es que no es como los coches, en que en la misma carretera te puedes encontrar circulando igualmente autos del año y carcachas del siglo pasado (como la que tengo yo). Acá en lo de las computadoras, si no tienes el último modelo habrá lugares a los que no podrás ir en la gran carretera informática, digo, ni siquiera te van a dejar entrar.
Yo me resisto lo más posible a upgradear mis programas, todos los días aparece un aviso en mi computadora ofreciéndome (¡gratis!) la nueva versión de x o y. Siempre digo que más tarde, que hoy no, y sigo con lo mío.
Hay veces que sobrevivo años con la misma versión y no pasa nada. Me resisto lo más que puedo, pero en ciertos momentos, me ganan.
En días pasados quería comprar en iTunes el nuevo disco de Vampire Weekend. Todas las canciones que había escuchado hasta el momento de ese grupo me habían gustado, así que, como niño bueno, decidí com¬prarlo en vez de conseguirlo pirata o encontrarlo en la red disponible a cero pesos. Ingresé mi petición de compra pero en la tienda virtual me dijeron que necesitaba la última versión del programa que ellos usan.
Con todo el dolor de mi corazón acepté y, siguiendo los pasos indica¬dos, bajé (¡gratis!) la nueva versión. Pero resultó que mi computadora no aceptaba el nuevo software, necesitaba upgradearla entera ¡y según yo es una máquina nueva!
El caso es que aun queriendo elevar el nivel de mi laptop no pude, pues, tal vez soy poltergeist y no me he dado cuenta, la compu no quiso aceptar el password que usaba hasta ese momento. Supongo que mi sub¬consciente se resistió de tal manera que ingresó en los circuitos y algo cambió. O bueno, capaz que solamente tengo mala memoria y escribí mal, por primera vez, mi contraseña. El caso es que me quedé sin mi disco virtual de Vampire Weekend, y recordé lo feliz que era cuando simplemente iba a la tienda de discos, o cuando iba al Tianguis del Chopo (ya no voy porque los punks no dejan de molestarme) y com¬praba lps, casetes y cds, llegaba a mi casa y los ponía en el estéreo de la sala y los escuchaba hasta que se rayaban. No compraba tantos discos, y los escuchaba mucho, una y otra vez.
Durante toda mi infancia y adolescencia mis padres, mis hermanos y yo utilizábamos el mismo aparato de sonido, lo único que cambiaba era la música. Ahora el formato cambia tan rápido que ni tiempo da de encariñarse con alguno.
No creo ser el único que sienta nostalgia por esos tiempos. Me gus¬taría vivir en un mundo (iluso de mí) en el que todos los formatos estuvieran disponibles al mismo tiempo. Esas películas Beta, esos vhs que están relegados en un librero y que nadie quiere ver. Laser disc y minidisc. Dats y casetes. A un lado de cds y los formatos que vayan a venir en el futuro. Que cada quien use la versión de software que más le acomode y, ok, que sigan sacando nuevas versiones, pero que dejen que uno pueda usar la que quiera, ¿cuál es el problema?
El problema es que te venden el nuevo formato y no el contenido ¿vieron lo que pasó con el In Rainbows de Radiohead? Todo el mundo habló del modo de entregarlo al público, nadie habló de la música.
No sé para ustedes pero para mí no siempre más nuevo significa mejor.

 

En un taxi en Londres

Si me lo hubiesen contado no lo habría creído. Digo, la cosa tampoco es tan extraordinaria, pero al menos es un poquito curiosa. Si no lo fuera no lo estaría contando aquí. Aunque se escucha mucho acerca de la glo¬balización y que la cultura no tiene fronteras yo no lo creo mucho. No sé ustedes, pero el que Internet te dé acceso a toda la música que hay en el mundo no significa que, por ejemplo, un tipo que no tiene nada que ver con nuestro país, que nació en Albania escuche fervientemente a un cantante mexicana. Pues bueno, resulta que sí existe esa persona.
Llegamos a Londres para una tocada en el Barbican, una especie de centro cultural inmenso con museo, salas de cine y de concierto. El vuelo de más de nueve horas nos había destrozado y además teníamos que esperar el transporte que nos llevaría al hotel. Para variar los taxis que nos asignaron no contaban con que llevábamos instrumentos, así que mandaron llamar a otro en el cual nos subimos los cuatro músicos de Café Tacvba. El taxista, un tipo que a primera vista yo pensaba que era inglés, nos empezó a hacer plática. Lo de siempre: que de dónde vienen, que si somos músicos, que cómo se llamaba nuestro grupo.
Puso un cd de Joe Satriani, supongo que pensando en que nos estaba haciendo más placentero el camino.
Después de un rato de silencio retomó la plá¬tica: “¿Cómo dicen que se llaman?, ¿café qué?”, “Tacvba” le respondimos, “es que me suena mucho su nombre, pero no sé de qué…” .
Yo pensé que sólo era para quedar bien con el pasajero como hacen muchos taxistas pero de repente dijo: “¿No tocaban ustedes como músicos de una cantante que se llama Ely Guerra?”. “Pues hemos tocado con ella, sí”, le dijo Rubén. El taxista quitó a Satriani y comenzó a buscar en una bolsa hasta que sacó un disco y lo metió al cd player.
Comenzó a sonar una canción de Ely Guerra, así nomás, en el taxi que nos llevaba por las calles de Londres. La siguiente canción resultó ser Olor a gas y yo le dije que éramos nosotros. “Claro, por eso me sonaba su nombre”, me dijo. Pero la versión que tenía no era la que nosotros habíamos grabado en el Vale Callampa ni la de Los Tres, sino que era una que cantamos con Ely Guerra en unos Premios mtv. Esa versión no está en ningún disco, que yo sepa, pero el tipo la tenía sólo porque Ely, su artista favorita, cantaba ahí.
Así que después de ésa, siguió otra canción de Ely Guerra. Y luego otra y otra…“qué voz… qué voz…”, decía el taxista mientras manejaba a toda velocidad, espantándonos al tomar el carril de la izquierda, en vez de el de la derecha, que aunque todo el mundo lo hace, no deja de ser extraño.
“¿Y es tan guapa como suena su voz?”. “Sí, mucho”, le dijimos. “Y es una excelente cocinera”, añadió Meme, revelando un talento de Ely que quienes la conocemos le celebramos mucho.
El taxista explotó de gusto: “¿En serio? ¡Me caso! ¡Tráiganmela y yo me caso ahorita mismo!”.
Yo le comenté que nuestro mánager también trabajaba con Ely, que si era tanto su fanatismo que concertara una cita con ella. Yo estaba bro¬meando, obviamente, pero él me contestó muy serio: “Mira, yo creo que las cosas se tienen que dar solas, o pasan o no pasan. Ésa es mi filosofía”.
Yo me reí ¿cómo iba a pasar ese encuentro? ¿Ely Guerra y ese taxista? ¿Cuándo se iban a encontrar en este mundo? Pero él se me quedó viendo muy serio, así que me tragué mi sonrisa y me quedé callado durante todo lo que quedaba de camino.
Al llegar al hotel le pedimos su nombre para invitarlo al concierto. Buljan, quien nació en Albania, prometió que iría a nuestra tocada. Nunca más lo volvimos a ver.
Antes de despedirme le pregunté que cómo había llegado a conocer la música de Ely Guerra. “Navegando en Internet” me dijo “un día vi su nombre y me llamó la atención”.
Así que la globalización existe y no debería sorprenderme que un albanés en Londres sea fanático de Ely Guerra. Y tampoco debería reírme, capaz que un día Buljan se casa con ella. Si su fe es tan férrea como su mirada, esa mirada con la que me vio cuando me reí, seguro que pronto Ely estará en el altar. “Las cosas pasan solas. O pasan o no pasan”. No, pues sí.

 

Gente enojada

Me pasó hace poco, un sábado que estaba yo con mi hija de dos años en la librería del Fondo de Cultura Econó¬mica en la sección de libros infantiles y juveniles. Esta sec¬ción dedicada a los niños es muy acogedora, con cojines en el suelo para que los chamacos puedan tirarse a gusto y revisar los libros que hay a su disposición. Todos juegan y se la pasan acarreando libros de un lado a otro; algunos niños un poco más grandes, se entretienen leyendo “de a de veras”. Siempre hay por ahí uno o dos papás y mamás cuidando a sus hijos, y echándole un ojo a los que andan solitos. Cuando estaba ahí, vi también a un niño como de 12 o 13 años quien, con su papá, tomaban fotos con una cámara semiprofesional a las portadas de varios libros infantiles. No supe bien lo que estaban haciendo pero tam¬poco me esforcé mucho en enterarme. Yo estaba en lo mío y ellos en lo suyo. Cada papá a quien debe atender es a su propio chilpayate, ¿o no?
Le propuse a mi hija que me trajera un libro para leérselo y ella esco¬gió uno que tenía un chango en la portada. No recuerdo el título del libro, pero trataba de este changuito medio nerd que no tenía amigos. Todos se burlaban de él por ser flaquito y con lentes. Para acabarla de amolar, se vestía con suéter de rombitos lo cual lo hacía un desadaptado total. El caso es que en el parque se hace amigo de un gorilón, el cual es todo lo contrario que el changuito, y juntos hacen una pareja de amigos muy sui generis.
En una de las páginas del cuento, el changuito nerd lleva al gorilón a una biblioteca. El gorila no se puede comportar y habla en voz alta en donde debería quedarse callado.
Para ilustrar un poco más lo que estaba pasando, le conté a mi hija lo que era una biblioteca. “Mira, éste es el dibujo de una biblioteca, está llena de libros igual que donde estamos. Sólo que aquí es una librería”, le dije, “en la biblioteca te prestan los libros y en la librería te los venden ¿ves?”.
Me sentía muy orgulloso de ser un padre que le explica a su hija todo con mínimo detalle, aunque a sus escasos dos años y medio, tal vez no capte la totalidad de lo que su padre le dice. Me gusta más así, que tratar a mi hija como si fuera un bebito de meses.
No me acuerdo en qué terminó el cuento infantil, el caso es que cuando tuve chance, yo también me fui a dar una vuelta para ver qué libro se me antojaba leer o comprar. De repente veo al papá de la cámara que se me acerca y me dice agresivamente: “Algún día te va tocar hacer una tarea como la que yo estoy haciendo con mi hijo. Así que mejor ni juzgues”.
No supe de que me estaba hablando. Le pedí que me explicara pues me estaba poniendo nervioso. “Te escuchamos hablando de nosotros”, dijo el papá ofendido, “le decías a tu hija: ésta es una librería y se venden libros, en la biblioteca es donde te los prestan”.
Con sorpresa le traté de decir que era un cuento el que le estaba leyendo a mi pequeña, pero el padre replicó: “Sí, pero lo acomodaste para criticarnos, no estamos haciendo nada malo, sólo le tomamos fotos a las portadas de los libros”.
Me disculpé con el señor, pero después me di cuenta de que yo no había hecho nada en contra de él, ¿por qué tenía que pedirle perdón? Supongo que para evitar que me golpeara y se armara un zafarrancho en medio de la librería. Me quedó un mal sabor de boca pensar que cada quien percibe la realidad de una manera diferente. Lo que para mí era una simple información que yo le estaba dando a mi hija, para otra persona era una crítica mordaz a su modo de actuar.
Cuando hace unos días vi la noticia de que un tipo enojado disparó a un topógrafo en las interminables obras de remodelación de nuestra ciudad de México, no me extrañó para nada. Seguramente el agresor siente que las remodelaciones de toda la ciudad las están haciendo para molestarlo sólo a él; pobre. La única manera de que esa persona se defienda de la realidad que ve a su alrededor es con una pistola.
Espero de todo corazón que nadie más se interponga en su modo de ver el mundo.
Así que ya saben, si ven a una persona enojada en la calle, en la libre¬ría, en el supermercado o en el trabajo, no vaya a ser la de malas, mejor déjenla pasar.

 

¿Por qué?

De un tiempo para acá a mi hija de dos años y medio se le ha metido en la cabeza preguntar ¿por qué? a todo lo que le pasa y a lo que ve. Es una etapa que, según los libros, todos los seres humanos pasamos. Ya más grandes, más creciditos, ya no preguntamos nada, o al menos, quiero pensar, no en voz alta.
Es interesante cómo mi hija pregunta por cosas que apenas unas semanas antes las tomaba como venían. Antes escuchaba los libros de cuentos aceptándolos así nomás, ahora, cada página y cada dibujo va acompañado de varios ¿por qué? que nosotros los papás debemos contestar a como dé lugar. Para quien no lo haya vivido nunca ni con hijo propio ni con sobrinito, aquí les va un ejemplo: “Hija, ya es hora de que te duermas”, “¿por qué?”, “porque ya es de noche”, “¿por qué es de noche?”, “Porque ya se metió el sol”, “¿y por qué ya se metió el sol?”, “Porque ya dio vuelta la Tierra”, “¿por qué ya dio vuelta la Tierra?”, “Porque así son las cosas en este universo”, “¿y por qué?”…
Sé que suena cursi, pero una de las cosas que más me gustan de ser padre es que ahora todo lo veo a través de los ojos de mi hija. Can¬ciones que he oído toda mi vida las vuelvo a escuchar y como si fuera por arte de magia, los sonidos cambian al imaginar: ¿Cómo lo estará escuchando mi hija?
Repito, suena cursi, pero no por eso deja de ser asombroso y, más importante, despierta mi mente. Que mi hija pregunte “¿por qué?” a cada cosa que le pasa, en vez de hartarme (como he visto a otros papás hacerlo) se me hace un buen ejemplo. ¿No deberíamos preguntarnos por qué más seguido? Supongo que muchos de los porqués no tendrán respuesta, pero como ejercicio al menos removerá telarañas en la mente dormida por la costumbre.
Una de mis canciones favoritas es Once in a Lifetime de los Talking Heads. En ella David Byrne canta: “You may ask yourself, how did I get here?” (Te podrías preguntar: ¿Cómo es que llegué aquí?). También te podrías preguntar muchas otras cosas: ¿Por qué le voy a un equipo que siempre pierde?, ¿por qué estoy en este trabajo que no me gusta?, ¿por qué tenemos que pagar tenencia?, ¿por qué fumo?, ¿por qué unos días hace calor y luego otros, mucho frío?, ¿por qué no se puede tocar a la reina de Inglaterra?, ¿por qué Metallica tiene tantos fans en México?, ¿por qué tiembla?, ¿por qué otra reedición especial de los discos de los Beatles?, ¿por qué no toca Café Tacvba en el Vive Latino 2009?, ¿por qué hay crisis mundial?, ¿por qué vuela este avión en el que voy via¬jando?, ¿qué hago, realmente, en este mundo? Y así infinitamente.
Supongo que la evolución que vive el cerebro con los años quita de nuestra mente esta obsesión por preguntarnos “¿por qué?” a todo. Una mente sana y normal, deja de hacerse tantas preguntas. Los que siguen preguntando o son genios o son locos.
Espero que mi hija me siga preguntando “por qué” toda la vida, y que se quede del lado de los genios. Sólo espero no volverme loco yo.

 

- Publicidad -

Lo último