miércoles 24 de abril de 2024
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¿La radio debe tener imágenes? Polémica con Eduardo Aliverti

«Hubo un tiempo en el que la radio fue sólo voz. Palabras de quienes le daban vida e imaginación de quienes la escuchaban. Una complementariedad tan mágica como única. Durante ese tiempo, décadas, nadie osó nunca imaginársela de otra manera. La radio era sonoridad. Cualquier otra cosa era, para los extremistas, un pecado. O simplemente otra cosa; radio seguro que no. El paso del tiempo, sin embargo, parece estar redefiniendo el mismo sentido de lo radiofónico. La irrupción de la cultura audiovisual afectó cada aspecto de la vida cotidiana y la radio no pudo aguantar más los embates de la época, la fuerza de la imagen. En la actualidad, cada vez son más las emisoras que transmiten su programación (o parte de ella) con imágenes en directo desde los estudios. Sea a través de Internet o en dúplex, la cocina de la radio está a un clic de quien quiera verla. ¿Es el comienzo de una nueva etapa radiofónica o, apenas, un experimento que pasará de moda?»

De esta manera el periodista de Página/12 Emanuel Respighi comienza un informe publicado este domingo sobre cómo los cambios tecnológicos están modificando la forma de hacer radio. Publico aquí mi opinión y la de Eduardo Aliverti (fueron parte del informe) para seguir debatiendo.

Generación pantalla

Por Reynaldo Sietecase *

“Estamos ante la generación pantalla y tenemos que hacer radio para ellos.” La frase le pertenece a Mario Pergolini. Me la dijo hace dos años y medio, mientras me explicaba el proyecto Vorterix (en sus tres aspectos: la radio, el teatro y la plataforma digital). El concepto no implica sólo a los más jóvenes. Ni siquiera a un solo emprendimiento, en este caso Vorterix. Implica lo nuevo, lo inevitable.

El futuro de la comunicación está atravesado por nuevos códigos. La popularización de netbooks y celulares inteligentes revela la profundidad del cambio. Cada vez más gente se relaciona con pantallas (teléfonos, tablets, compus, tele) todo el tiempo. La mayor parte de esas pantallas (hasta la televisión con Internet) permite interactuar. El usuario pasivo desapareció.

La última encuesta de consumos culturales, realizada por la Universidad de San Martín, reveló que la computadora es el equipamiento más popular. El 71 por ciento de los argentinos tiene una y el 65 por ciento se conecta diariamente a Internet (en promedio dos horas y media por día). Los teléfonos son utilizados para escuchar música y radio. En relación con la radio: el 55 por ciento sólo escucha FM, el 17 por ciento, ambas, y sólo el 14 escucha AM, el resto no escucha o no supo contestar. Cuando los programas de AM dicen que lideran la audiencia habría que preguntarse de qué porcentaje están hablando. Por otro lado, según algunas estimaciones, el 30 por ciento de los que escuchan radio entre las 6 y las 14 horas lo hace por una computadora. Hay una realidad innegable, la mayoría de los receptores tiene pantallas y sus dueños están acostumbrados a utilizarlas.

Ante ese escenario, Vorterix se presenta como una plataforma multimedia. Cuenta con 16 cámaras de alta definición, cuatro en el estudio principal (existe otro para bandas: Divididos tocó allí sólo para Internet) y otras seis en el teatro, robotizadas. Lo que sucede se puede transmitir a través de la radio y de Internet, en distintos momentos o al mismo tiempo, en dos señales distintas. También hay un estudio de televisión desde donde se transmiten los conciertos y un noticiero de música que va todos los mediodías que, para que lo entiendan mejor, tiene el formato tradicional de un informativo de una cadena internacional. No se trata de un estudio con cámaras fijas. La idea es producir imágenes que acompañen la emisión. Por eso trabajan a la par un operador de radio y un operador de imágenes.

A esa legión de personas que cambia sus gustos de consumo a cada momento y es hiperexigente no se le puede dar solamente sonido. Y mucho menos un mal sonido. Si esta nueva modalidad es radio o no, o si desnaturaliza el concepto de radio tradicional, es una discusión bizantina. Vorterix o cualquier proyecto similar es lo que los usuarios quieren que sea.

En “El perseguidor”, el relato de Julio Cortázar que remite al gran Charlie Parker, un personaje reflexiona sobre los destrozos que el músico, totalmente drogado, hizo en el estudio donde terminó de grabar versiones musicales geniales: “Enojarse con él es como enojarse porque el viento nos despeina”. El viento comenzó a soplar. Inútil enojarse.

Aquí la columna de Aliverti:

¿Eliminar el misterio?

Por Eduardo Aliverti *

Estoy de acuerdo con que la radio es el teatro de la mente y, por tanto, no me gusta que la imaginación sea televisada. De ninguna manera reniego del enorme abanico que significan las nuevas mediaciones y apuestas tecnológicas. Estoy hablando de gustos personales, y quizá nada más. Podría pasar, tranquilamente, que la convergencia de radio e imagen, sea por Internet o a través de transmisiones en dúplex, resulte un éxito. No lo sé. Sí sé, o creo saber, que en todo caso estaríamos hablando de otro tipo de lenguaje. O, más bien, de consumo. No de radio a secas. Si me dicen que la convergencia consiste en asomarse a cómo se hace radio, compro. O pongámosle que compro. Pero si me apuntan que consiste en gozarla tal cual es, lo rechazo porque la ontología determinante de la radio es ser invisible. Antonio Carrizo siempre destacó una obviedad que, como tantas otras, es eso cuando se la expresa: la radio es el único medio donde sólo interviene el sentido del oído. Ningún otro. Todo lo demás es la película que se hace cada quien con lo que escucha por la radio. Es cómo el oyente se siente penetrado, y cómo decodifica a su gusto, esa forma en que un buen locutor sabe subírsele a un tema musical para pisarlo como Dios manda. Esa manera en que se abre un programa con un recurso sorpresivo. Ese modo en que te inflexionan los graves, los tonos medios y los agudos para que sientas tal cosa o tal otra. O tantas cosas. Ese asunto de no saber qué es lo que viene, porque la radio tiene una cuota de improvisación muchísimo más alta que el resto y entonces, casi, no tenés idea de cómo seguirá lo que estás escuchando. Y es, sobre todo, eso de que te hablen al oído. O que uno se lo crea porque tiene ganas. Porque necesita que sea así. Porque le hace falta que la radio, esos tipos y esas minas que están en la radio, te hablen nada más que a vos. Y ahora resulta que televisan esa seducción incomparable. Ajá.

Me acuerdo de cuando a mediados de los ’90, más o menos, empezó a avanzar el proceso multimediático. Las caras conocidas que laburaban en el canal y en el diario del grupo equis también serían empleados para trabajar en la radio de ese grupo. Y así fue que se pensó en que la dichosa magia de la radio desaparecería, digamos, porque uno les conocía las caras a los que pasaban a hacer radio. Las caras, sí. Solamente eso. Podían y podrán conocerte la cara, pero resultó y resulta que cuando los escuchás por la radio, así fuere a la gente más famosa, no sabés si están sentados o parados, ni cómo están vestidos, ni si tienen cara de ojete porque ese día se levantaron con el pie izquierdo, y entonces te disimulan como si no les pasara nada y vos te la creés; ni tenés idea de a quién tienen al lado o enfrente, ni cómo se relacionan con el operador, ni la silla que usan, ni las señas que hacen; ni, y ni, y ni. Conocés, pero no sabés nada. Eso es la radio. Es tu película. La de los oyentes. No la de los televidentes.

No tengo forma de imaginarme cómo sería, o será, saber quién es el hombre o la mujer invisibles. Me imagino muchas formas atractivas de la invisibilidad, ni lo duden. Se me ocurre que podrías verlo al presidente de Estados Unidos en una reunión de gabinete en la que se debate dónde les conviene intervenir próximamente. Se me ocurre que te podés meter en el vestuario de un seleccionado de chicas de hockey o de rugbiers. Se me ocurre que podés andar por donde se te canta, en síntesis, haciendo del voyeurismo una práctica que te sirva para conseguir información, satisfacer instintos primarios sin joder a nadie, y así sucesivamente. Pero no se me ocurre cómo sería esto de mirar la radio a cada rato para acabar en la conclusión de que lo mejor que puede pasarte es no andar mirando, porque no se trata de mirar, sino de ver lo que querés imaginarte.

En una palabra, mucha suerte a quienes ponen fichas a eliminar el misterio. Pero no cuenten conmigo.

* Locutor, periodista y conductor de radio, director de Eter y de la AM 750.