martes 23 de abril de 2024
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Yo no soy Charlie, soy Ahmed

“Yo no soy Charlie, soy Ahmed el policía muerto. Charlie (Hebdo) ridiculizó mi fe y cultura y morí defendiendo su derecho a hacerlo”. Según cuenta el diario El País esta frase la tuitió el activista y escritor árabe Dyab Abu Jahya. Es una inteligente referencia a la idea de Voltaire que se convirtió en la síntesis más acabada de la libertad de expresión: “No estoy de acuerdo con lo que decís pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”. La masacre cometida por los hermanos Kouachi en nombre del Profeta en la redacción de la revista satírica francesa, tiene un siniestro complemento: el asesinato a sangre fría de Ahmed Merabet, el agente que custodiaba el barrio. Ahmet, según trascendió era musulmán como quien lo ultimó de un disparo en la cabeza a pesar de sus pedidos de clemencia. No todo es igual, no todo es lo mismo. Aunque los tres eran franceses. El gran desafío que la sangre derramada en París le reclama a Europa es enfrentar al terrorismo pero sin olvidarse de Volteire ni de Ahmed.

No será fácil. Mi amigo Pablo Robledo me escribió esta mañana un correo con el asunto «Tristeza» que dice: “(Michel) Houllebecq, como era de esperar, saltó a la lista del libro más vendido en Amazon (allí imagina una Francia bajo un gobierno islámico); (Marine) Le Pen pide la pena de muerte; El (partido británico) UKIP habla de quinta columna enclaustrada en Occidente; Pegida y el Alternative fur Deutschland (de Alemania) llegan al 30% de intención de voto; (Mario) Vargas Llosa y (Arturo) Pérez Reverte nos avisan que esto es una guerra para salvar a la civilización occidental y cristiana, El Partido de la Libertad holandés llega también a casi el 40% de intención de voto y llama a desislamizar Occidente, cerrar las fronteras, deshacerse de la corrección política e introducir la detención administrativa (como en Israel y Guantánamo: detención por tiempo indeterminado sin acusación alguna); La Liga del Norte (de Italia) pide el cierre de las mezquitas y los centros culturales musulmanes y dice que los musulmanes son incompatibles con nuestro estilo de vida occidental y cristiano; El Swiss People Party, que ya triunfó al lograr la prohibición de la construcción de mezquitas en Suiza ahora pide la prohibición total de asilo a los musulmanes; el líder del Sweden Democrats tuitea que la religión de la paz mostró su verdadera cara (en relación al Islam)”.

El racconto es abrumador y se podría ampliar: el líder xenófobo holandés Geerts Wilders aseguró que el Islam “persigue someter a todo el mundo a la sharia (la ley religiosa islámica), lo ocurrido en Francia es sólo el principio” y pidió “limpiar de marroquíes el país”. Por su parte, Nigel Farage del UKIP, el partido más votado en el Reino Unido en las últimas elecciones europeas, apuntó contra el multiculturalismo: “La obsesión por fomentar una sociedad multicultural ha creado una quinta columna en Occidente”. Hasta el Papa Francisco fue duramente cuestionado por fomentar el diálogo religioso y pedir que los líderes religiosos se comprometan con la búsqueda de la paz. La sucesión de declaraciones revela hasta qué punto el islamismo radical, violento y asesino le hace el juego a los sectores más reaccionarios de la sociedad europea. Los dos sectores que se dicen antagónicos apuestan a la desconfianza, la división, la salida autoritaria.

Mientras tanto muchos gobiernos de Europa y, claro está los Estados Unidos, fomentan con su política exterior, por acción u omisión, el caldo de cultivo para que miles de jóvenes sean captados por organizaciones terroristas como Al Qaeda o Estado Islámico. Se escandalizan por la masacre de Charlie Hebdo, y hacen bien, pero luego abandonan a su suerte a poblaciones enteras como la minoría Yazidi, sometida a un verdadero genocidio por las huestes delirantes de EI o no apoyan a los combatientes kurdos que resisten en la ciudad de Kobane. Con sus fusiles anticuados, los peshmergas, son el último bastión que puede detener el avance del integrismo radical de los yihadistas en la región. Pero están solos. Tanta hipocresía abruma.

La masacre de los dibujantes y periodistas de Charlie y la muerte del policía Ahmed ponen a la vieja y querida Europa ante un momento crucial en su historia: enfrentar al terrorismo sin renunciar a los valores que la revolución francesa le entregó a Occidente: libertad, igualdad, fraternidad. De lo contrario no habrá nada para defender.