jueves 28 de marzo de 2024
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«Cemento – El semillero del rock» adelanto exclusivo

cementoEl boliche más representativo del circuito underground porteño en los años ochenta ya tiene libro. Cemento se convirtió en pilar de la escena del rock nacional desde sus inicios, allá por 1985, y ningún otro espacio puede considerarse tan emblemático como este indiscutido templo del rock. Por sus tablas pasaron las bandas más míticas de la escena porteña, y aunque hoy, tristemente, ya no existe (fue demolido y convertido en un deposito del gobierno de la ciudad de buenos aires en 2010), los recuerdos de toda una generación siguen vigentes, y se dan cita en este libro que recorre casi dos décadas de rock vernáculo.

En esta nueva entrega de la editorial Gourmet Musical, Nicolás Igarzábal cuenta la historia del mismo boliche donde, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota presentaron Gulp!, Luca Prodan y los suyos filmaron todos sus videoclips, los Ratones Paranoicos registraron un DVD, Bersuit Vergarabat se probó los pijamas, La Renga y Divididos actuaron a beneficio de un comedor infantil, Los Piojos regalaron sidra y pan dulce para una fecha navideña, Hermética le dio la bienvenida a Ácido Argentino, Catupecu Machu, Los Violadores y Todos Tus Muertos grabaron discos en vivo de lo más crudos, Flema despidió a Ricky Espinosa y Babasónicos mostró temas de Jessico, entre otros hitos.

Refugio del punk, el heavy metal y de las mil variantes del rock, acompañó al crecimiento de Los Brujos, La Portuaria, Los Rodríguez, Viejas Locas, Fun People, Almafuerte, Malón y A.N.I.M.A.L. durante la década de los ‘90, además de recibir a leyendas internacionales como King Diamond, Misfits, Buzzcocks, Lee Ranaldo, Marky Ramone y Queens Of The Stone Age.

Grupos consagrados como Las Pelotas, La Vela Puerca, No Te Va Gustar, Fabulosos Cadillacs, Carajo, Massacre, El Otro Yo y Miranda! también dejaron su estela entre esas paredes. Pero al mismo tiempo, este local abierto por Omar Chabán y Katja Alemann en 1985 fue cuna del teatro under y los espectáculos más bizarros que pudieran encontrarse en Buenos Aires. Por todas estas historias, recopiladas por primera vez en un libro, Cemento se ganó el título indiscutido de “El semillero del rock”.

Aquí un adelanto exclusivo del primer capítulo del libro, donde se cuenta la caótica noche inaugural del boliche y una galería de imágenes con «memorabilia» de Cemento: publicidades de los shows, entradas a recitales, pases de prensa, etc.

1985: La inauguración El olimpo de la modernidad

Todos los que estuvieron en la inauguración nunca olvidarán: 1) el corsé de Katja Alemann, su rodete y el vestido de valquiria, 2) su mamá haciendo danza butoh, 3) Chabán baldeando y arreglando el techo, 4) los escombros detrás del escenario, 5) las estufas gigantes a querosén, 6) la parrilla donde hacían los choripanes, 7) Fernando Noy vestido con minifalda y una escolta de punks detrás, 8) la performance de Batato Barea meando las paredes, 9) Don’t You (Forget About Me), de Simple Minds sonando en la pista y, sobre todo, 10) la mugre que les quedó impregnada en los zapatos por el material del piso que todavía estaba fresco.

El disc-jockey fue Daniel Nijensohn, como lo sería todas las noches siguientes hasta 1989, cuando dejó el puesto. “Estaba totalmente repleto, no cabía un alfiler. Fue todo Buenos Aires”, apunta el tipo que tenía la mejor vista, ubicado en lo alto del entrepiso que unía las dos zonas del lugar. El primer tema que pasó, con el que se abrió la pista, fue Rum and Coca-Cola, un calipso que popularizaron las hermanas de The Andrews Sisters en los años cuarenta. Cero rock. Pero, con el tiempo, sus sets irían mutando hacia el dark de la época (The Cure, Bauhaus, Joy Division, Siouxsie & The Banshees) al igual que su look. “Me vestía de negro y tenía los pelos parados. Yo era uno más. Me acuerdo de una noche, de estar escuchando This Mortal Coil con amigos tirados en el piso antes de abrir”. Su hermano, el actor Charly Nijensohn, brillaría ahí mismo, al año siguiente, con los espectáculos terroríficos de La Organización Negra.

“Recuerdo la inauguración como un sueño, un sueño con eco, porque los días que siguieron fueron una continuación”, describe Rosario Bléfari, actriz que en los primeros tiempos, antes de ser la cantante del grupo Suárez, se dedicaba a hacer performances. Junto a sus compañeros tenían un número que se llamaba Crimen y se movían entre la gente cometiendo asesinatos falsos, con sangre artificial y cuchillos retráctiles. Tarde o temprano, todos los que estuvieron presentes aquella noche, en su gran mayoría, iban a desplegar sus dotes (teatrales, musicales, técnicos) en ese espacio y a hacerlo suyo.

Divina Gloria trascendió con Los Peinados Yoli, grupo que compartía con Ronnie Arias, Tino Tinto, Peter Pirello, Doris Night, Lucy Makup y Batato Barea, el mítico (como se autodefinía) “clown-literario-travesti”. Ellos ins­tauraron La Fiesta del Culo con toda una temática escatológica. “Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese me habían hecho un vestido de novia con rollos de papel higiénico, y ellos hacían de enfermeras que les daban inyeccio­nes en el culo a la gente”, cuenta la futura chica Olmedo, responsable de que el capocómico más visto del país apareciera cantando temas como Persiana americana, Gente que no y Los viejos vinagres en el sketch de Borges y Álvarez (“Me pedía por favor que le cantara los temas de onda y yo le pasaba la data”, revela ella). Fue también en Cemento donde presentaría su disco Desnudita es mejor.

Fernando Noy, escritor y dramaturgo, se refiere a la noche de apertura como un “flasherío”. Se sentó en la barra a tomar champán, se cruzó de piernas y lo rodearon los fotógrafos. “Terminé bailando sobre la barra semidesnudo y fue increíble, yo sentía que se inauguraba una nueva era, que era un templo a profanar”, asegura y ensaya una definición que no está en el diccionario de la Real Academia Española: “Era el olimpo de la modernidad”. Rápidamente, se mimetizó con esa fauna nocturna y se transformó en un personaje típico del lugar (“Los camarines eran una mugre superstar”), gracias a una ópera trash, titulada Andro-rock, que interpretaba con su grupo Tetrabrick.

Entre los invitados, estaban también las Gambas al Ajillo (Alejandra Fle­chner, María José Gabin, Verónica Llinás y Laura Markert), el Club del Clown (creado por Gabriel Chame), Daniel Melero (cerebro de Los Encargados), Ratones Paranoicos, Los Fabulosos Cadillacs (la primera salida oficial de amigos, según la memoria de Sergio Rotman) y un jovencísimo Guillermo Cidade, al que le decían Willy y que hoy conocemos como Walas de Massacre. En las retinas del cantante todavía está la imagen del camión que entró en la sala con esculturas y muñecos colgando. “Funcionaba como un espacio cultu­ral muy neoyorquino, como el Factory de Andy Warhol”, se atreve a compa­rar. “Era todo muy onírico. Un comedor de estímulos para los conflictuados de padres separados, para los marginados, para los que nos escapábamos de alguna familia problemática”. Lo más estrafalario que llegó a ver dentro de esas paredes alguna vez: una comparsa con un muñeco gigante de Clemente, ingresando por el portón con bombos y papel picado.

La bailarina Teresa Duggan había vuelto de Nueva York y asoció al fla­mante boliche con el emblemático Studio 54 de Manhattan. Esa noche hizo una coreografía con su grupo de danza acompañada por una pista de Laurie Anderson, más precisamente la canción Born Never Asked, publicada en su primer disco, Big Science (1982). “Había empezado hacía poco y no la conocía nadie”, reconoce. “Habían muchos experimentos y siempre era un reto estar ahí con esa gente tan diversa. Yo vengo de la danza contemporánea, otra esté­tica, otro universo y, sin embargo, estaba en Cemento como una artista más”.

11sep 87Un aviso de los primeros tiempos, anunciando un recital de Los Redondos.

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