viernes 29 de marzo de 2024
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Del zapping al bingewatching

(Continúa de Introducción a la Bulimia Cultural)

En la infancia de la tv, con cuatro canales para ver, a nadie se le ocurría pasar de un programa a otro. Para cambiar de canal había que pararse y mover a mano una perilla. El control remoto encuentra su lugar cuando el cable superpobló la oferta de contenidos. Tener tanto para ver en el mismo instante, vivir con la sensación de perderse otra cosa, aburrirse rápido, consagró al mando a distancia. Nacía el zapping y el telespectador editaba la programación a su antojo y en tiempo real.

En agosto de 1993 Oscar Landi escribía en Clarín:

En un principio parecía que todo consistía en hacer zapping para no tener que ver los avisos entre los bloques de un programa, era una especie de actitud negativa basada en evitar algo. Con el tiempo se fueron descubriendo otros tipos de zappings cuyo denominador común no era evitar algo sino agregar sensaciones e imágenes.

El zapping entonces comienza a desprenderse de su función inicial, digamos defensiva, y se muestra como algo que produce cierto placer en sí mismo, como un ejercicio que es parte de la cultura audiovisual de una persona. El ejemplo más claro de este tipo de zapping es el de las personas que siguen al mismo tiempo varios programas.

Además de su función obvia, Landi destaca dos aspectos marginales del zapping: el placer, no solo de ver lo deseado, sino de dejar de ver; y la construcción de un camino propio desde el receptor del mensaje. O sea: selección y personalización, dos funciones activas que operan sobre el contenido.

La siguiente generación de consumo de programas, el streaming, libera al espectador de la tiranía del tiempo real. La selección y personalización se hace a medida y el control remoto pierde su razón de ser. No hay publicidad de la que huir y nuestro compromiso con el programa que elegimos es diferente. El zapping cede lugar a su opuesto, el bingewatching, esto es, el consumo compulsivo de varios episodios de una serie, a veces de una temporada completa en un mismo día. De ver de todo un poco pasamos a ver todo de un poco. Con prisa pero sin pausas.

La costumbre es propia de Netflix, pero arranca con las maratones que promovió el cable con Lost o Telefé con Los Simpson. En el caso de 24, Fox pasaba en continuado las 24 horas que dura cada temporada. Amigos que se juntan durante un sabado completo a ver su serie favorita.

Y aunque la ciencia alarma aseverando que el bingewatching puede matar y creadores de series ya clásicas como Damon Lindelof y Joss Whedon critican abiertamente este tipo de consumo, Netflix lo investiga a fondo, es imitado por otras cadenas y el periodismo le saca el jugo. Dejó de ser marginal, ya es masivo: al menos 73% de los estadounidenses dice practicarlo (90% de los millenials).

¿Como ser un «bingewatcher» responsable? De los consejos que pululan por la red, están los prácticos, como deshabilitar el autoplay de Netflix para no encadenar episodios automáticamente y programar al router, la computadora o el televisor para que se corten a determinada hora y evitar las trasnochadas.

Pero la mejor idea es la «regla de los tres cuartos»: no vean el episodio hasta el final porque, llegado a ese punto, es imposible resistirse a ver el que sigue. En cambio, transcurrido el 75% del episodio, suele haber una meseta narrativa que prepara para el cierre atrapante. Ahí es cuando hay que interrumpir, y no será tan duro apagar. Así, en un episodio de 45 minutos sin cortes, hay que dejar de ver pasada la media hora de programa y seguir la próxima con esos 15 minutos faltantes más media hora del siguiente capítulo.

Segundo paso de Bulímicos Culturales Anónimos: “Llegamos a creer que un Poder superior a nosotros mismos podría dictarnos cuando dejar de ver nuestra serie favorita”.

(Continuará…)

Diego Rottman
Diego Rottmanhttps://www.malaspalabras.com/
Diego Rottman es Licenciado en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires. Director de la agencia DataPress Multimedia y del portal argentino Periodismo.com. Es autor con Jorge Bernárdez de dos libros sobre periodismo y medios: «Ni yanquis ni marxistas, humoristas» (Editorial de Belgrano) y «La Rebeldía Pop» (Planeta). En 1997 publican la primera novela argentina en Internet, «Vida de Averchenko». Como director de la agencia DataPress Multimedia ha realizado desde 1994 trabajos periodísticos especialmente orientados a gráfica impresa e Internet.
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