¿De qué hablamos hoy cuando hablamos de televisión? ¿Somos, seguimos siendo, esa familia que esperaba junta la novela de las diez de la noche para verla durante la cena? Sin dudas, las transformaciones en los medios se han dado dentro y fuera de la pantalla.
Ante esta nueva realidad, la especialista Natalia Notar propone un recorrido analítico y a la vez entretenido por el nuevo camino que está tomando la forma de hacer y de ver televisión, tanto en el mundo como en la Argentina. Ya no son “ellos” quienes trabajan en los medios, los encargados de producir contenidos. Somos nosotros, todos, desde nuestros dispositivos y redes, quienes hacemos posible la realidad mediática, que a la vez demandamos. Ya no es importante armar una grilla de programación porque cualquiera de nosotros puede elegir ver lo que quiere en el momento que se le ocurre. Y en el lugar que quiere. Además, esas elecciones conforman a su vez una especie de canasta de los deseos, de datos estadísticos, que darán origen a nuevos programas para satisfacer esa nueva demanda. Streaming, on demand y big datason algunos de los ejes del futuro de la televisión y, fundamentalmente, del nuevo espectador que conformamos entre todos.
A continuación un fragmento, a modo de adelanto:
El secreto está en hablar de amor
Hay una reformulación sobre los medios, un cambio incesante que vamos presenciando y, de manera casi instintiva, comenzamos a preguntarnos qué contenidos van a sobrevivir en medio de tantas mutaciones, qué programas de los que nos gustan van a seguir estando. Las historias de amor existen desde el origen de la memoria colectiva de la cultura humana. Algunas son más famosas y recordadas que otras. Si hoy les pidiéramos a diez personas al azar que mencionen la primera historia de amor que les venga a la mente, la mayoría de ellas recordarían la tragedia de Shakespeare Romeo y Julieta. Esta obra se ubicó entre las más recordadas por décadas entre los espectadores, tal vez porque los protagonistas terminan sin vida, tal vez porque para la cultura occidental moderna es una especie de hito de iniciación en el mundo del amor trágico: los Capuleto y los Montesco, y la profunda necesidad de los espectadores de verlos en esa historia y en tantas otras.
Las telenovelas, las series, los webisodios, los contenidos on demand, las ficciones con finales alternativos y hasta las historias sobre política o narcotráfico, todos tienen sus historias de amor, ya sea como línea principal o como línea secundaria. ¿Qué tal el apasionado y secreto romance de Olivia Pope con el presidente de los Estados Unidos, que ocupa mucho tiempo dentro de los capítulos de la serie Scandal? Entre los asuntos de políticas públicas, los casos y las intrigas hay una mujer que sueña con que un hombre deje todo por ella y se vayan a vivir juntos a una montaña alejada. ¿Y el romance de la fogosa Jackie Sharp con Remy Danton, en medio de las muertes y conspiraciones políticas de House of cards? El amor está presente como un componente ineludible, como el ingrediente de toda receta que quiera tener éxito.
La Encuesta de Consumos Culturales y Entorno Digital (ENCCyED) del Ministerio de Cultura de la Nación, del año 2013, indica que las ficciones se ubican como el tercer tipo de programa más visto. Los canales de TV de aire las siguen ubicando en su prime time, las convierten muchas veces en la punta de lanza que empuja gran parte de la programación a un mejor rating porque arrastra espectadores. Por ejemplo, en 2016, la tira brasileña Moisés y los diez mandamientos, basada en los libros del Antiguo Testamento, se convirtió sin duda en uno de los programas más vistos del prime time argentino. Esta telenovela bíblica alcanzó generalmente un promedio de 17 a 18 puntos de rating –que son de los mejores promedios actuales– pero, además, fue un producto que convocó a varias generaciones. Por lo tanto, esa audiencia no solo elegía la novela sino también la pantalla que la emitía, y el público iba a esa pantalla para esperar, para ver, para buscar, las repeticiones o un adelanto de esta misma historia. La frutilla del postre fue una emisión extraordinaria para el capítulo especial de la apertura del mar Rojo, que seis mil fanáticos pudieron ver desde el Luna Park. La emisión de ese episodio tuvo picos de 28 puntos de rating, algo histórico para los tiempos actuales de la tele.
La encuesta del Ministerio de Cultura también revela que las ficciones son la primera opción que querríamos ver si dispusiésemos de más tiempo libre. Y en este punto vale mencionar que no solo hay cada vez más cantidad de medios y productos, sino que se han inaugurado nuevos tiempos y momentos de consumo mediante las opciones de portabilidad. Por supuesto, no son momentos 100% libres de otras ocupaciones, pero sí momentos en los que queremos consumir algún tipo de contenido. Los nuevos dispositivos nos posibilitan interactuar con estos productos mientras viajamos en subte o aguardamos en una sala de espera, o incluso en tiempos muertos de la oficina. Diego Estevanez, productor general de telenovelas como Dulce amor, Los buscas de siempre y Amor en custodia –todas ellas vendidas con éxito desde la Argentina a varias partes del mundo–, está completamente seguro de que las telenovelas y las ficciones que contengan historias de amor van a seguir existiendo siempre, ya sea consumidas por tele o por Internet, como en Netflix. Estevanez sabe del género: Dulce amor se vendió a toda Europa del Este y, dentro de América, se hicieron versiones en Colombia, en Chile y en México. Apenas empezaron a delinearlo, el productor se dio cuenta de que ese culebrón con toques de comedia sería un éxito.
Ahora bien, que sigan existiendo las historias de amor no significa que no cambie la forma de consumirlas y, por ende, es posible que también se modifique su realización y formato. En un futuro cercano, por ejemplo, los espectadores quizás podamos definir la resolución de una escena o incluso elegir opciones entre varios finales posibles, al estilo de los libros de la colección “Elige tu propia aventura”. A Estevanez no lo sorprenden este y otros variados escenarios, pero cree que quienes interactúan con la tecnología que da esas posibilidades son todavía muy jóvenes. Considera, a la vez, que también hay mercado para los clásicos y aquel que consume una novela clásica es también una persona “clásica”, es decir, que seguramente va a esperar a ver su telenovela en el horario de la transmisión habitual, porque está acostumbrado a generarse un espacio para hacerlo. Desde ese lugar, Estevanez piensa que falta algo de tiempo para ver un cambio total en el espectador, aunque sabe que la televisión está mutando a gran velocidad hacia el terreno de la multiplataforma.
En los últimos años, la productora Story Lab, de Nacho Viale, fue introduciéndose con gran éxito en el universo de las ficciones. En 2016 presentaron Estocolmo, la primera serie argentina que puede verse exclusivamente en Netflix. Realizaron además La casa del mar y ya van por la segunda temporada. Y también, la remake de la recordada película argentina La patota. Con la telenovela La dueña marcaron el regreso a la ficción televisiva de Mirtha Legrand. De esa última experiencia cuentan cómo fueron descubriendo que, más allá de trabajar en mantener estándares estéticos altos –como les gusta–, gran parte del atractivo para hacer un producto diario, seriado y de televisión de aire residía en que sus guiones pudiesen mantener constantemente las tensiones en cuestiones clásicas y centrales como tener un personaje bueno y uno malo interesantes, un rico y un pobre atractivos, y que lo que marcó el ritmo del consumo fue la potencia real de lo que había para contar: esas historias de amor fuertes que muchas veces trascienden las fronteras y formatos.
Mil y una noches de rating
La telenovela Las mil y una noches irrumpió en la Argentina obteniendo altos promedios de rating para Canal Trece. Se convirtió en un éxito y en un fenómeno. Para el cierre del año 2015, se había transformado en uno de los programas más vistos del país, incrementando el interés hacia la cultura turca y los viajes a Medio Oriente. A su vez, actores de esas latitudes, que nunca habían pisado la Argentina, llegaron a las tapas de las revistas y también al centro del show de la tele. “Cómo es hoy la vida de Onur y Sherezade”, podía leerse en la revista Pronto. “¿Por qué enamoran tanto?”, se preguntaban en la redacción de la revista Gente. Uno de esos actores llegó a participar del programa con más rating de la televisión argentina, Bailando por un sueño, donde demostró su fama en el país y cuánta gente lo seguía. Igual que en el caso de Moisés, a los actores no los conocíamos y no los habíamos visto jamás, pero la historia gustó tanto que impulsó el resto. Con este antecedente de Las mil y una noches, a la Argentina empezaron a llegar otras novelas turcas, entre ellas, la exitosa ¿Qué culpa tiene Fatmagül?, la historia de una joven abusada. Sus protagonistas también ganaron rápidamente las tapas de revistas como Pronto y Semanario, que aprovecharon para contarnos sobre la solitaria vida del galán o que Fatmagül era la actriz mejor paga de Turquía y que su historia real también parecía una telenovela.
Claramente, a veces se trata de dar en la tecla. Y esa tecla está en tener una historia potente. Las mil y una noches (turca), Avenida Brasil (brasileña), Rastros de mentiras (brasileña) y Escalera al cielo (coreana) tenían en común que eran historias clásicas, culebrones de escenas largas, con un ritmo distinto al de los productos argentinos, pero con historias fascinantes.
Marcos Gorbán destaca, además, otra característica de estas telenovelas: su enorme inversión en locaciones y en signos culturales. Ahí es donde él ve el mayor atractivo para nuestra audiencia: en los escenarios exóticos y lejanos. Da como ejemplos El clon (brasileña), Café con aroma de mujer (colombiana) y El rey del ganado (brasileña), que fueron un éxito de audiencia en la Argentina: “El café tenía olor a café y, si cocinaban un guiso, vos veías un guiso y, si veías Marruecos, era Marruecos”, describe.
En esta misma dirección el capítulo especial de Moisés, “La apertura de las aguas del mar Rojo”, emisión clave en la novela emitida por Telefe, usó toda la espectacularidad para recrear lo que se contaba: cuatrocientos extras, ciento veinte animales, doscientos cuarenta técnicos y doce mil litros de agua empleados en la producción de las escenas, mientras que el trabajo de posproducción, realizado especialmente en Los Ángeles, llevó cuatro meses.
Desde la gerencia de programación de Telefe, Darío Turovelzky cuenta que les hubiese gustado tener Las mil y una noches en su pantalla, no solo por el éxito que significó en ese momento, sino porque sus altos caudales de rating colaboraron para empujar y potenciar el resto de las programaciones. Y menciona como ejemplo a su telenovela Entre caníbales. Sabe que era un producto de mucha calidad, con una temática fuerte, con un buen elenco y un libro interesante. Pero, si hubiese estado en la programación luego de Las mil y una noches, quizás habría sido otra su recepción. Los números le dicen que Esperanza mía, que se emitía antes que Las mil y una noches, nunca bajó de los 18 puntos de rating. Hay aquí otra clave del éxito: la tracción. Los productores miran con mucho cuidado y atención esta posibilidad, tanto para los programas que anteceden como para los que suceden a determinado programa.
Pero, volviendo a Las mil y una noches, otro factor desencadenante tuvo que ver con las diferencias culturales que aportaron a la solidez de la historia y sumaron un gran atractivo, porque nos descubrimos viendo cómo entre las distintas escenas hombres y mujeres tomaban sopa de yogur, deambulaban sin quitarse los rosarios de sus manos pero sí se sacaban los zapatos al ingresar a sus hogares, fieles a su pertenencia cultural. Mujeres consultadas sobre por qué veían la telenovela comentaban que les recordaba otras historias del pasado y que, por sobre todas las cosas, se habían interesado por algunos valores que estaban presentes en el ciclo y que les parecía bueno reivindicar, como la tradición y el respeto a la mujer. Y aquí podemos abrir un punto que tiene que ver con los temas que tratan las ficciones y las formas que utilizan para comunicarlos, pensados en relación con el contexto sociohistórico, el clima de la opinión pública y el momento de la sociedad a la que llegan. Porque en esta era que transitamos, en la que los temas son amplificados y reproducidos por las pantallas y segundas pantallas a diario, este es el lugar de encuentro de la opinión pública y el resultado del clima social. Pensemos en las noticias y en la programación que había en la tele argentina cuando esta telenovela turca estalló: había un contexto de tonos y volúmenes agresivos por la coyuntura política, de disputas y controversias por doquier en los programas de noticias que veíamos. Todo un clima que supo ser propicio para que una buena cuota de temas, como el respeto, los buenos modales, el romanticismo clásico y la dulzura, sumados al ritmo de las escenas, que iban más despacio, generaran interés.
Turovelzky agrega que el marketing de la propia historia turca tenía un buen gancho de venta y eslogan: “Si te pago por los problemas de tu hijo, pasás una noche conmigo”. Esto evocaba de alguna manera las fantasías también al estilo de la película Propuesta indecente, que ya habían resultado efectivas para captar al público. Afirma que hay contenidos que realmente funcionan en gran parte el mundo y son contados con los dedos, como Moisés, Las mil y una noches y Avenida Brasil, pero que, potenciados por un canal de televisión abierta como pueden ser Canal Trece o Telefe, cobran más fuerza. “Nosotros con Avenida Brasil terminamos llenando un Luna Park, con los artistas y el público ahí reunidos, todos viendo el último capítulo. Los directivos de la Rede Globo estaban fascinados y no podían creer lo que estaba sucediendo. En Brasil todavía se habla del suceso de Avenida Brasil en la Argentina. Fue impresionante”, cuenta.
A donde las historias nos lleven
Un estudio de la prestigiosa Universidad EAFIT, de Colombia, revela que “el consumo de las telenovelas coreanas en América Latina se enmarca como parte del fenómeno de la globalización cultural que caracteriza al mundo social actual” y que “se trata de un género de ficción que no solo ha logrado cautivar a públicos de características sociológicas diversas, sino que ha colaborado con la construcción de un puen- te simbólico que aporta diversificando los canales de la comunicación para una profundización del diálogo entre Corea y América Latina”. En 2016 llegó a Telefe la tira coreana Escalera al cielo, que obtuvo un promedio cercano a los 10 puntos de rating. La siguió la telenovela, también coreana, Mi amor de las estrellas, y todo indicaría que habrá más en camino, de este o de variados mercados.
Lo que está claro es que en todas ellas los signos culturales lejanos, lo exótico, la reconstrucción sorprendente de una época bíblica –como en Moisés– y las próximas de esta misma temática que lleguen son solo algunos de los ejemplos de que lo que antes parecía extraño ahora ya es muy bien recibido. Es más, ya casi se ponen de forma estable a la par de tiras costumbristas locales. Porque somos, en esta nueva era, espectadores realmente globalizados en cuanto al consumo de ficciones: podemos y queremos acceder a las historias de muchas otras partes del mundo.
Así como en su momento se decía que el cine se terminaría o que la radio desaparecería, algo parecido suele oírse últimamente con relación a la tele y al desarrollo de nuevas posibilidades como ver ficciones en Netflix u on demand. Sin embargo, Turovelzky afirma que la televisión tiene mucho por recorrer, que sin ninguna duda va a transformarse, pero que va a seguir existiendo, como pasa con la música: “Algunos formatos se reciclaron, como los discos y los CD en la industria musical, pero hoy desde el lado digital –como Spotify, por ejemplo– la música renació”. En este mismo sentido, el programador de Telefe piensa que los eventos masivos –como los deportivos o los entretenimientos en vivo, por ejemplo–, tal vez sufran menos alteraciones y mantengan su continuidad.
Es verdad que la tendencia parecería indicar la preferencia por otros dispositivos, como pueden ser el cable o Internet, pero –solo por tomar un ejemplo– en 2012 Graduados y Dulce amor fueron contenidos de tanto rating que posicionaron a la tele abierta por sobre la paga. Podríamos decir, entonces, que la preferencia por el aire no está bajando constantemente. Lo que se da es un mecanismo que avanza en dos sentidos que parecerían opuestos pero que sencillamente describen el carácter de esta nueva era: por un lado, el espectador líquido, el que demanda contenido más rápido, el que elige cuándo ver lo que quiere ver; y, por otro, el espectador que necesita un horario, que, por ejem- plo, tiene hijos pequeños que esperan un programa determinado. Es decir, conviven dos tipos de espectadores que no necesariamente son dos, sino que alternan estas facetas según la conveniencia, el deseo o la propuesta. Así, por momentos la preferencia por el aire baja y en otros sube. Quienes hacemos tele estamos atentos a esos cambios, a esos súbitos estados de un mismo espectador que reproduce fórmulas exitosas o, de vez en cuando, arriesga y apuesta. Es en este híbrido donde se está configurando una síntesis de cómo será definitivamente el nuevo espectador. ¿A qué nuevo momento pasaremos luego del boom de los on demand? ¿Llegará la época en que también nos cansemos de elegir nosotros mismos qué ver en la tele? ¿Volveremos a querer que alguien elija por nosotros?
En términos de Marshall McLuhan, uno de los grandes visionarios de las sociedades de la información, ningún medio mata al siguiente. Y la aparición de nuevas tecnologías y, con ellas, de nuevos medios no hace que los anteriores desaparezcan, sino que tomen otra función social, que puedan ser, por ejemplo, parte de una rutina o preferencia de un tipo de espectador, o que funcionen para distintos estratos sociales. Marcos Gorbán también cree que muchas de las innovaciones tecnológicas están funcionando muy bien con la cocreación de contenidos. Pero advierte que hay que tener cuidado y no poner en riesgo el conflicto, el nudo del producto que se esté contando, porque, si uno le da al público la posibilidad de matar al malo en el segundo capítulo, se puede perder al antagonista, terminar el conflicto y hacer que la historia deje de ser atractiva.
Es que dentro de las historias interesantes siempre hay una cuota de perversión. Gorbán recuerda el caso de uno de los ciclos más exitosos de la Argentina, Gran Hermano 1, y un evento que fue paradigmático: según él, las claves de ese éxito fueron las propias reglas del juego. Dentro de esas reglas, los que nominaban estaban dentro de la casa y los que expulsaban estaban afuera. Eso generaba un desdoblamiento de la realidad y un conflicto enorme. Porque desde afuera no se podía expulsar a nadie que adentro no hubiese sido nominado. Desde adentro alguien podía ser nominado cincuenta veces pero, si desde afuera no lo expulsaban, se quedaba dentro de la casa. Y la producción era impotente para decidir en ese sentido, ellos no tenían incidencia ni sobre las nominaciones ni sobre las expulsiones. Entonces siempre había conflicto. Y eso permitió que Gastón Trezeguet fuera finalista. Adentro lo amaban y afuera lo odiaban, sin matices. Si Gran Hermano 1 hubiese adoptado las reglas de juego de otros realities y se hubiesen abierto los teléfonos para que el participante menos votado se fuera, el programa no habría tenido ningún interés. Entonces, ¿qué es lo interesante? El amor, el antagonismo, el odio, el conflicto. No se puede matar al malo así nomás. Otro ejemplo que trae Gorbán es el éxito de Montecristo, con Pablo Echarri y Paola Krum. Si se le hubiera dado a la gente la posibilidad de, en el segundo capítulo, contarle la verdad al protagonista y matar al malo, ahí mismo se hubiera terminado lo más jugoso de la historia.
En conclusión, la tecnología ofrece cada vez más posibilidades de interacción, pero –al menos por ahora– quienes saben contar buenas historias no han podido ser reemplazados por ninguna aplicación. Las tragedias griegas siguen teniendo la misma potencia; Shakespeare y los cuentos clásicos, también. Por eso se sigue hablando del mito de Edipo, aún se representa a los Montesco y los Capuleto, y la Cenicienta está tan vigente como cuando su historia se escribió con pluma de ganso. El éxito dependerá de cruzar estas variables con las nuevas tecnologías casi a diario.
Las telenovelas han sido y son uno de los formatos audiovisuales más importantes que se han creado en Latinoamérica; hace ya varias décadas que son materia de exportación e intercambio cultural de forma muy exitosa. En la actualidad, se suman países de varios continentes a producirlas, llevando el relato del melodrama y la pasión como marca y logrando que su cultura trascienda fronteras. Pero hoy la telenovela está atravesada por el desafío de seguir narrando en plazos cada vez más cortos y renovables y, también, por la necesidad de sumar herramientas y recursos narrativos que tengan que ver con el cambio y con la lógica de estas nuevas formas y de las que vayan surgiendo. La serie Guapas, de Canal Trece, o Señores papis, de Telefe, por mencionar dos ejemplos de la Argentina, comenzaron este camino de adaptación, entre otras cosas, usando la estética de Internet en sus capítulos como un gesto que ya no podía eludirse: utilizar y mostrar las redes sociales de sus personajes o los grupos de chat de WhatsApp, usar los looks gráficos de Internet para poner en pantalla y también insertar estos recursos como parte de la progresión narrativa.
Sobre las formas y las opciones para contar historias
Los hábitos están cambiando velozmente: el consumo de videos on-line desde dispositivos móviles creció un 400% en solo dos años. Más de medio millón de hogares argentinos pagan por ver series en Internet. Dentro de la región, la Argentina es el tercer país en número de suscriptores. Y estos “momentos” y “nuevas formas” que se están inaugurando para ver y/o interactuar con productos creativos, como los que describe Carolina, la seguidora de Marimar, no son todos iguales. Como decíamos, no en todos podemos poner igual nivel de atención a lo que vemos, es decir que este también es un factor para tomar en cuenta sobre cómo son los productos para las distintas plataformas. Claramente, no es lo mismo una aplicación diseñada para ver algo mientras viajamos en transporte público que un servicio de streaming on demand donde miraremos con total concentración nuestras series o los “micromomentos” donde queremos ver algún contenido fugaz y disruptivo. La atención que vamos a dedicarles es distinta y dependerá del dispositivo y de la plataforma que elijamos en cada momento, de dónde estemos con ese dispositivo, ya sea viajando o mirando otra pantalla en simultáneo. Esto vale para cualquier tipo de producto en general y, en particular, para las ficciones, que nos imaginamos cada vez más portables.
Arturo Velasco es directivo de Televisa, una de las empresas de medios y contenidos en español líderes de audiencia en televisión abierta, en México y en el mundo. Fue mánager de aristas, promotor de espectáculos y responsable de conciertos de figuras como Luis Miguel, Ricky Martin, Shakira, Julio Iglesias y Gloria Estefan. Televisa produce cientos de telenovelas que llegan al mundo y a la Argentina, entre ellas la favorita de Carolina, Marimar. Velasco cuenta que la TV abierta siempre se está transformando; que antes lo hacía con lentitud y mucha discreción, pero ahora ya no es así. Sabe que la capacidad de concentración de una persona se ha pulverizado y las nuevas generaciones ven en “tres planos”: la pared donde cuelga la TV (que ya no es un televisor sino un monitor que proyecta gran cantidad de formatos), las rodillas donde tienen la computadora y la palma de la mano donde está el celular.
La voz de Velasco refleja una tendencia novedosa en materia de producción de ficción televisiva. En ese sentido, los productos y desarrollos que se vienen realizando ya se piensan para distintos dispositivos, aunque los que más chances de sobrevivir tienen son los contenidos en formatos “seriados”: ágiles, concentrados, llenos de emociones y experiencias. Si bien algunos reflejan temas cotidianos, también están los que presentan otros muy violentos que antes no se trataban en formato de telenovelas, como el universo de los narcotraficantes y el de la trata de personas.
¿En dónde ha quedado el romanticismo de las telenovelas que duraban al menos seis meses? En la memoria y en la nostalgia aún funcionan, pero el verdadero cambio estará en la forma de entregar estas historias. Para hacer una analogía con otra de sus pasiones, Velasco se anima con una profecía: así como ya no hay canciones de cuatro minutos ni compramos CD completos, sino que consumimos sencillos, lo mismo ocurrirá con los nuevos formatos de ficción: serán cada vez de menor duración. Tal vez incluso podrían existir las novelas de muy poquitos capítulos, al estilo de los recientes estrenos de Netflix, con solo ocho entregas.
Aunque la tele abierta se ha visto amenazada por la paga o por el propio Netflix, seguirá cumpliendo con su misión: entretener a quienes menos tienen o no pueden pagar aún por dispositivos necesarios o pautas de servicio de Internet para televisión. Además, aquellas marcas que necesiten hacer llegar su publicidad a las masas seguirán anunciando por la TV de aire, aunque las tiendas en donde se vendan sus productos estén en todos los rincones de un país.
En el caso particular de las telenovelas, Velasco sostiene que las historias de amor van a seguir existiendo siempre y los cambios vendrán de la mano de la síntesis: contar lo mismo en menos tiempo. Si va a haber un beso, se verá en el primer capítulo. Como muchas escenas de sexo ya no impactan a nadie, el reto es replantearse las historias e instalar nuevos actores. Se necesitará una apertura total hacia las tecnologías de punta que impliquen más producción y posproducción.
Con la llegada de las nuevas plataformas y posibilidades de ver contenidos on demand, la telenovela deberá adaptarse, ya sea filtrándose dentro de otros formatos, como las series, o llegando alternativamente vía dispositivos móviles. Algunos ponen el foco en que la narrativa sea la misma, pero que también pueda ser distribuida con una versión para todos los medios y plataformas; otros, en que la narrativa se adapte a las versiones más cortas y seriadas, al estilo webnovelas, con episodios destinados a su distribución y consumo solo en entornos digitales.
Sin duda, una cuestión importante dentro de estas innovaciones en las ficciones viene de la mano de la interactividad entre la historia que nos cuenten, los contenidos que de allí deriven, las distintas plataformas y la audiencia, que es quien protagoniza este cambio. Mientras que antes los procesos de producción de una serie, telenovela o película eran lineales, hoy debemos verlos en constante ida y vuelta. Algunos dicen que estamos ante una “estrella con varias puntas”, en cuyo centro se inserta la historia que vamos a contar pero que, a su vez, está comunicada y retroalimentada con los contenidos extendidos, los posteos de los personajes dentro de la ficción misma, lo que se le pide al público con esto, videojuegos que podrían derivar de una webnovela adolescente y todo lo demás que pueda aparecer. Las etapas y partes de la producción están en constante conexión, en un ida y vuelta. Es la nueva era, en la que el formato, el género, el desarrollo, todo esto junto (sumando la audiencia y el contexto) está repensándose y en posible cambio. Está claro que, cuanto más involucremos a la audiencia en el mundo de la historia que vamos a contar, más afín y emocionada se manifestará con esta. Latinoamérica y sus productores de ficción tienen ahora el desafío de insertarse en este nuevo esquema y en un contexto donde sus ficciones tienen el objetivo de encontrar la voz propia y la medida justa de lo que quieren sus consumidores para hacer honor a la tradición de buenos culebrones que ostenta el continente.