viernes 29 de marzo de 2024
Cursos de periodismo

«En Buenos Aires 1928», de Francis Korn y Martín Oliver

En 1928, en Buenos Aires nacen el diario El mundo, que tendrá a Roberto Arlt entre sus estrellas, la revista La canción moderna, antesala de Radiolandia, y el café Bonafide; al mismo tiempo, los porteños se preparan para elegir a Yrigoyen por segunda vez como su presidente. Buenos Aires bulle: peatones, tranvías, automóviles y carritos atados a un caballo, se atropellan por una Corrientes todavía tan angosta que no hay policía de mangas blancas que logre ordenarla.

A más de cuarenta años de su pionero Buenos Aires, los huéspedes del 20, Francis Korn reconstruye la vida cotidiana de la ciudad el último año del gobierno que presidió el período más estable y próspero de la historia argentina.

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

Al llegar octubre otro cuadrante de la opinión porteña reacciona bajo el influjo de dos fuerzas dominantes: la reprobación del universo liberal y la certeza de un nuevo advenimiento. El balance del sexenio que termina y los pronósticos para el que sigue destilan, entre los voceros de la revista Criterio, un amargo desencanto con la ya larga pesadilla del sufragio universal. El anterior candidato ungido por ese voto, Alvear, no provocó para ellos ni admiración apasionada ni condenaciones acerbas. Este “simple segundón distinguido del radicalismo triunfante” es desdeñado por haber cumplido demasiado al pie de la letra la promesa de ser “un presidente del orden común”. El desagrado era provocado por la idea de que el primer mandatario no hubiera podido, o tal vez ni siquiera querido, imponer a su gestión “ninguna tinta personal”. Falló, podría decir Mounier, al no poder manifestar en el mundo la singularidad de su vocación mediante verdaderos actos creadores. Cuando en su último mensaje presidencial Alvear repitió a sus conciudadanos que en su faena solo se había limitado a cumplir celosamente con las leyes, Criterio no vio otra cosa más que desidia o molicie, una actitud que lo condenó a no poder “dirigir o encauzar los destinos de su país con las directivas de una política propia, digna de un jefe de Estado”. Le habría faltado algo más de carácter. Pero más allá de esta censura personal, el resultado de su paso por la administración parece, al fin de cuentas, haber terminado en un intrascendente empate. Al apreciar el desnivel de su obra gubernativa, Criterio dictamina que “la hubo buena y eficaz como la hubo desacertada e inconexa”. En el haber se cuenta la política exterior, de discreta corrección, y, sin duda, la magnífica labor de los ministerios militares, “cuyos jefes dejan acreditada una positiva capacidad de gobernantes”. En el debe, está el haber dejado que sus ministros y secretarios fueran quienes realmente hacían las cosas, y no haber limitado al Ministerio del Interior, “rama monstruo de la burocracia argentina”, que en algunas reparticiones como la Policía y el Departamento del Trabajo “deja la penosa impresión de un descomunal desbarajuste”. Justicia e Instrucción Pública tampoco aportaron demasiado a la posteridad, y no hicieron más que agravar las corruptelas que las viciaban desde hacía años. Y luego una amplia zona gris, en la que entran Agricultura, Economía y Obras Públicas, sobre las cuales “la crítica podrá advertir las apreciaciones más dispares”. Se trató, en suma, de “un conjunto pasablemente vulgar”; el destino casi lógico de un gobierno indolente que, al final de cuentas, pasaría a la historia como “rastro delgado entre otras dos presidencias”.

Hasta ahí la reprobación. Pero como es duro vivir sin esperanza, lo que la política no da quizá la cultura lo presta. A la fe en la Constitución, o en el progreso, o en el proletariado, el núcleo duro de Criterio opone la fe en la llegada de una nueva Edad Media. Creada en este mismo año 1928, y capitaneada por los jóvenes Atilio Dell’Oro Maini y Tomás D. Casares, la revista convoca encumbradas plumas que no necesariamente pertenecen a la jerarquía eclesiástica. Despunta, entonces, con recurrencia César E. Pico, paladín de los Cursos de Cultura Católica, con la mira puesta en desbrozar algo más que una simple paradoja del tiempo o una burla del eterno retorno. La añorada vuelta de un pasado indefectiblemente mejor que el presente, e incontaminado por los errores estadísticos de la democracia liberal, no excluye la integración de todo lo bueno que haya podido aportar el correr de los siglos. En perspectiva casi dialéctica, eso que ya se vislumbra, esa nueva era que comienza a entreverse, es la amalgama de la cultura católica con “todo lo asimilable de todas las culturas y civilizaciones”, incluidos “los restos valederos de la orgía renacentista”. Son signos precursores de este nuevo advenimiento “la expansión del catolicismo en los países protestantes y en las tierras de misión, el resurgimiento tomista, los movimientos adversos a la democracia mayoritaria, y la reacción antirromántica en las artes”. Firme diagnóstico, apoyado en las certezas del perseguido Berdiáyev, lejano compañero en el arte de escrutar el rumbo de la historia.

El camino parece, a pesar de todo, fácil: el orden medieval, “consciente de la verdad divina que lo informa”, comienza a ser aceptado más como rutina que por impulso del alma. Pierde, así, su sentido profundo y Occidente cae, desconcertado, en el desorden anárquico. Sin embargo, “de esta anarquía se pasa otra vez al orden” gracias a la proverbial intervención de una nueva juventud, cuya mirada “se ha libertado para contemplar lo eterno en lo temporal, [y] de la lucha, en la época de transición, hace una nueva cultura, una nueva obediencia a Dios”. Crea, en definitiva, una nueva Edad Media, que tiene como reverso el rechazo global del prescindible legado de la Modernidad.

El diseño de este esquema no es, sin embargo, patrimonio de Pico sino de Paul Ludwig Landsberg, a quien aquel invoca para trazar un panorama bastante más perfecto que la indomable realidad histórica, y mucho más perfecto aún de lo que cualquier seguidor de Landsberg necesita para adherirse a una causa. La perfección puede fácilmente engendrar el fanatismo y, por qué no, un innecesario desaliento. También puede ser el caldo de cultivo de un purismo excesivo y peligroso. Vivimos en un mundo complejo, y no es cuestión de obsesionarse demasiado porque cada cosa encaje en su lugar. Quizá sin darse cuenta, Pico se beneficia de la firme actitud de Landsberg al defender el compromiso radical con las buenas causas imperfectas. A fin de cuentas, asimilar lo mejor de todas las culturas y civilizaciones es una aspiración que recuerda demasiado a los mejores argumentos de la teoría de la evolución.

En un registro palmariamente más mundano, el mensaje de Criterio busca convertir un ideal político algo difuso en una bienaventurada realidad. Ocurre que el porvenir, para quienes desoyen toda filosofía de la historia, es decir, para la mayor parte del mundo, solo depara incertidumbre. Lo importante es que, en la certeza o el error, la visible tormenta del siglo no los sorprenda en un momento de descanso. Quizá por eso desde el comienzo del año ya se está preparando la publicación que se conoce en el mes de marzo. Su impresión semanal la distribuye una sociedad llamada Editorial Surgo, haciendo honor desde el vamos, y con estricta raíz latina, al llamado a levantarse que desde sus páginas se dirige a las huestes católicas del país. En posesión de una verdad, suscribieron las acciones los señores Pereyra Iraola, Nazar Anchorena, Unzué, Guerrico, Grondona, Martínez de Hoz, Díaz Vélez, Santamarina, Bosch y Fresco; tampoco se quedaron afuera del grupo dos mujeres diligentes: María Unzué de Alvear y Adelia Harilaos de Olmos, recompensadas en su hora con el marquesado pontificio por su tarea de recaudación de fondos para obras de caridad. Por el lado de la jerarquía eclesiástica dieron una mano los monseñores Fortunato Devoto y Nicolás Fasolino, el obispo Santiago Copello y los rectores del Colegio del Salvador y San José. También figuran como responsables Tomás Cullen, Emilio Lamarca y Rafael Ayerza, reputados intelectuales de esta órbita cultural.

Pero el semillero de la dirección de la revista fueron los Cursos de Cultura Católica, que funcionaban desde hacía seis años gracias al apoyo del Episcopado. Allí se foguearon Dell’Oro Maini, Tomás Casares, Faustino León, Emiliano Mac Donagh y Samuel Medrano, el ácido comentarista de los episodios de la semana rubricados con las iniciales A. S. M. En estas columnas la rutina es castigar a los diarios Crítica, La Prensa y La Vanguardia; burlarse de la desfachatez de los políticos radicales y desdeñar todas las variantes del costumbrismo criollo. Pero esta sección no opaca, sino que más bien acentúa, la finalidad de la revista: jaquear las convicciones democráticas y apedrear la Modernidad. Frente a la pérdida de eficacia del credo liberal-democrático a fines de los años veinte, Criterio intenta articular una recusación, fortalecer una opinión rupturista, amplificar un criterio estético y pertrechar la mente de una futura generación de dirigentes capaces de encauzar la trayectoria del país tras la confusión de jerarquías agudizada por la ley Sáenz Peña.

En Buenos Aires 1928
Historia de la vida cotidiana de los habitantes de Buenos Aires a lo largo de 1928: qué podían oír, ver, leer, comentar, gozar, sufrir o hacer los porteños durante ese año, el último del gobierno de Marcelo T. de Alvear, que presidió el período más estable y próspero de la historia argentina y en el que se eligió al siguiente gobierno, el segundo de Hipólito Yrigoyen.
Publicada por: Sudamericana
Fecha de publicación: 07/01/2017
Edición: 1a
ISBN: 9789500758666
Disponible en: Libro de bolsillo
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