viernes 29 de marzo de 2024
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Navegar en la tormenta

En medio de una tempestad la peor señal que pueden recibir los miembros de la tripulación de un barco es que el capitán no esté al frente al timón. De no mediar razones de salud era inexplicable que la Presidenta de la Nación se mantuviera ausente del escenario político nacional en esta coyuntura. Hasta que el martes 4 de febrero habló en la Casa Rosada para anunciar un aumento para los jubilados y el incremento de la asignación escolar, hacía dos semanas que no se dirigía a la población. En el momento más complejo que enfrenta el kirchnerismo desde que llegó al poder en 2003, Cristina Kirchner ratificó las líneas generales de su gestión, defendió los acuerdos de precios como recurso para evitar los abusos, criticó a los empresarios “por fugar divisas” y a los sindicalistas por “no ayudar a controlar los precios” y sólo pensar en discutir salarios. También dejó abierta la puerta a la eliminación de subsidios a las empresas de energía y transporte. Una política irracional sostenida en el tiempo por el propio gobierno para evitar costos políticos.

Cristina Fernández de Kirchner

Aún con su popularidad en baja, Cristina Kirchner es quien reúne el poder político real en el peronismo. Mantiene la adhesión de la mayoría de los gobernadores de su partido y el control de ambas cámaras legislativas. Más allá del contenido de su discurso, siempre abierto a la polémica, la reaparición pública ayudó a alejar algunos fantasmas. Un día antes Jorge Yoma, que fue embajador K y ahora milita en el peronismo opositor, sugirió el fin anticipado del gobierno. Un día después, lo mismo hizo Luis Barrionuevo.

Con todo, la teoría conspirativa no puede ser el argumento permanente de la impericia. El kirchnerismo perdió su segunda batalla en pocos meses. Esta vez fue la economía la que le marcó límites concretos. Después del traspié electoral de octubre pasado, el gobierno tuvo que devaluar la moneda de manera abrupta. El cimbronazo de tal decisión sobre el cuerpo social todavía no cesó ni es fácil de mensurar. Los precios se dispararon y hay movimientos especulativos de todo tipo. La inflación sigue presentándose como indomable y castiga de manera amplia sin mirar a quien.

Por otro lado, la presencia de la ausencia de Cristina Kirchner se siente más porque desde hace años la gestión se apoya en un equipo “reducido”. Salvo el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich y los ministros de Economía y Transporte, Axel Kicillof y Florencio Randazzo, el resto de los funcionarios mantiene un sorprendente bajo perfil. Y existe un problema complementario: hay un abismo de calidad y peso político entre el gabinete ministerial de Néstor Kirchner y los elencos que acompañan a Cristina.

Los próximos dos meses serán el escenario de batallas claves. El gobierno debe detener el drenaje de reservas y conseguir el ingreso de divisas mientras la mayoría de los exportadores de granos ya tomó la decisión de guardarse la soja todo el tiempo que pueda. En el oficialismo lo llaman especulación, los productores se defienden y hablan de “ahorro en granos”. En todo caso, se trata de una escena de capitalismo explícito. El Estado no debería reservarse el mero papel de comentarista cuando es quién debe imponer las reglas de juego. Durante años en el gobierno se argumentó contra los oligopolios pero se hizo poco y nada para desconcentrar la economía. La industria de la alimentación es un claro ejemplo, sólo hay dos o tres grandes actores por sector.

Las grandes empresas exportadoras de cereal, que fueron convocadas por los funcionarios a la Casa Rosada y reconvenidas por “amarretas”, siempre tuvieron un trato preferencial por parte del gobierno. No hay muchos sectores que hayan ganado tanto. Para que se tenga una dimensión del fenómeno de concentración: Cargill, ADM, Toepfer, Dreyfus y Bunge, todas empresas extranjeras, exportaron el 56% de los granos según datos del 2012.

La otra cuestión a resolver es el postergado fin de los subsidios a las empresas de servicios para que mantuviesen congeladas las tarifas y pasajes. Una política, que tuvo sentido en la gestión de Néstor Kirchner por la grave situación económica y social que vivía el país, se convirtió en un lastre y favoreció la inequidad y la corrupción. La mayor parte del gasto estatal en subsidios no llega a los sectores más necesitados. De manera complementaria la falta de ajuste tarifario fue el argumento de los empresarios para no mejorar la calidad de las prestaciones. No es serio que el gobierno quiera retirarlos ahora como una suerte de castigo a los que compraron dólares, en lugar de presentarlo como una decisión de sanidad y sinceramiento económico en beneficio de los más pobres.

El paisaje se completa con la inminente discusión salarial en el marco de las reuniones paritarias. En el sindicalismo hay dos posturas. La de Luis Barrionuevo y Hugo Moyano que propician una confrontación directa “en defensa del salario” y otra, un poco más prudente. Ricardo Pignanelli de Smata y Antonio Caló de la UOM, y secretario general de la CGT oficialista, pidieron esta semana que se preserve el salario pero sin que se pierdan puestos de trabajo. Los dos últimos representan a gremios industriales y saben, por experiencia, que una cosa es discutir con las patronales sobre aumentos salariales y otra muy distinta, sobre suspensiones o despidos.

En Sudamérica los militares ya no son un factor disruptivo de la continuidad democrática. Las amenazas provienen de las crisis socioeconómicas. En 1989 y 2001 el peronismo estaba en la oposición y contribuyó de manera directa o indirecta a la debacle de los gobiernos de Raúl Alfonsín y de Fernando De la Rúa. Nada de eso les quita responsabilidad a los dos presidentes radicales. Se podría decir que los grupos económicos y financieros dieron el empujón, los desesperados y desempleados fueron el protagonista necesario y el PJ se aprovechó de la situación. Una de las preguntas pertinentes es: ¿qué hará el peronismo en esta coyuntura, ahora que también está en la oposición?

Lo cierto es que las consecuencias directas de esos traspasos fueron devastadoras para el país y para la población. El resultado final fue el mismo en los dos casos. Los ajustes que sucedieron a esas crisis los pagaron los trabajadores, los comerciantes, las Pymes, la industria nacional y los más pobres. Los beneficiarios también fueron los mismos: los banqueros, los exportadores y los grandes grupos económicos. Es una historia conocida.

En tanto, hay empresarios, sindicalistas, dirigentes políticos y periodistas que sin pudor vaticinan el fin anticipado del gobierno. Por ahora es sólo una noticia deseada. Dependerá del propio gobierno, de la clase política en general y de la sociedad civil, que ese deseo perverso no se convierta en realidad.