viernes 29 de marzo de 2024
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«Cuando Google encontró a Wikileaks», de Julian Assange

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En junio del 2011, Julian Assange estaba viviendo bajo arresto domiciliario en la casa de unos amigos, en Inglaterra. Allí recibió la visita del presidente de Google, Eric Schmidth, quien fue con otras tres personas y durante horas mantuvo una charla con Assange sobre los problemas que enfrenta la sociedad actual y las soluciones tecnológicas que podía ofrecer la red global. Posteriormente, Schmidth y uno de los presentes, Jared Cohen, publicaron un libro con el fruto de esa conversación. Sin embargo, cuando Assange lo leyó consideró que su contenido distaba mucho de lo ocurrido y decidió escribir su propia versión de la charla. Cuando Google encontró a Wikileaks relata qué fue lo que hablaron. A continuación, un capítulo a modo de adelanto:

LA BANALIDAD DEL «NO SEAS MALO»

La reseña de The New Digital Age fue originalmente publicada en el periódico The New York Times el 2 de junio de 2013, poco antes de la aparición de los primeros documentos de Edward Snowden en los diarios The Guardian y The Washington Post.

 

The New Digital Age es un plan de acción del imperialismo tecnocrático sorprendentemente claro y provocativo, elaborado por dos de sus gurús más reconocidos, Eric Schmidt y Jared Cohen, que crearon un nuevo dialecto específicamente para el poder global de Estados Unidos en el siglo XXI. Este dialecto refleja una unión cada vez más estrecha entre el Departamento de Estado y Silicon Valley, representado por el Sr. Schmidt, director ejecutivo de Google, y el Sr. Cohen, exasesor de Condoleezza Rice y Hillary Clinton y actual director de Google Ideas.

Los autores se conocieron en 2009 en el Bagdad ocupado, y fue precisamente allí donde el libro en cuestión fue concebido.

Paseando por las ruinas, a ambos les llamó poderosamente la atención el hecho de que la tecnología de consumo estaba transformando una sociedad arrasada por la ocupación militar estadounidense, y llegaron a la conclusión de que la industria tecnológica podría ser un poderoso agente al servicio de la política exterior de Estados Unidos.

El libro hace proselitismo del importante papel de la tecnología a la hora de modelar la población y las naciones de todo el mundo a imagen y semejanza de la superpotencia global dominante, quieran o no ser transformadas. La prosa es concisa, los argumentos son contundentes, y la sabiduría es… banal. Pero este no es un libro diseñado para ser leído, sino que se trata de una declaración pensada para fomentar alianzas.

The New Digital Age es, más que cualquier otra cosa, un intento por parte de Google de posicionarse como el principal visionario geopolítico de Estados Unidos, la compañía que puede responder a la pregunta «¿Hacia dónde debería dirigirse Estados Unidos?». No resulta sorprendente que un importante grupo de los más notorios belicistas del mundo se hayan apresurado a poner su sello de aprobación a esta defensa abierta del poder blando occidental. Los agradecimientos ensalzan la figura de Henry Kissinger, quien junto con Tony Blair y el exdirector de la CIA Michael Hayden alabaron el libro incluso antes de su publicación.

En The New Digital Age los señores Schmidt y Cohen asumen alegremente lo que podría llamarse «la carga del friki blanco»*, pues el libro menciona unos pocos ejemplos de convenientes e hipotéticos usuarios de piel oscura: pescadoras congoleñas, diseñadores gráficos en Botsuana, activistas anticorrupción en San Salvador y pastores analfabetos masáis, todos ellos son mencionados como prueba de las propiedades que los teléfonos de Google, conectados a la cadena de información del imperio occidental, tienen para el progreso.

Los autores ofrecen una versión expertamente banalizada del mundo del mañana: los aparatos electrónicos de las próximas décadas serán muy parecidos a los actuales, solo que gustarán más. El «progreso» vendrá determinado por el inexorable avance de la tecnología estadounidense por toda la superficie de la Tierra. Actualmente se activan cada día más de un millón de nuevos dispositivos móviles gestionados por Google4, por lo que en breve la compañía se interpondrá en las comunicaciones de todos y cada uno de los seres humanos que no se encuentren en China (estos chinos…), y con ella el gobierno de Estados Unidos. Los productos cada vez son más maravillosos; los profesionales jóvenes y urbanitas duermen, trabajan y compran de forma cada vez más fácil y cómoda; la democracia se ve insidiosamente subvertida por las tecnologías de vigilancia y control; y nuestro actual orden mundial de dominación, intimidación y opresión sistemáticas sigue sin verse siquiera mencionado, afectado o ligeramente perturbado.

Los autores se muestran resentidos por el triunfo egipcio de 2011, y ridiculizan desdeñosamente a la juventud egipcia afirmando que «la mezcla de activismo y arrogancia en los jóvenes es universal» Los movimientos sociales apoyados por el mundo digital conducen a revoluciones que serán «más fáciles de comenzar» pero «más difíciles de terminar». Debido a la ausencia de líderes fuertes, el resultado serán gobiernos en coalición que acabarán convirtiéndose en autocracias, o al menos es lo que dijo el señor Kissinger a los autores, que a su vez afirman que ya no habrá «más primaveras» (pero China está contra las cuerdas).

Los autores fantasean sobre el futuro de los grupos revolucionarios «bien provistos de recursos». Una nueva «cosecha de consultores» usará «los datos para construir y perfeccionar una figura política».

«Sus» discursos (el futuro no es tan diferente) y comunicados escritos se alimentarán de «complejos softwares de extracción de datos y análisis de tendencias» mientras «se mapean sus funciones cerebrales», y se emplearán otros «sofisticados diagnósticos para evaluar las partes más débiles de su repertorio político».

El libro se hace eco de los tabúes y obsesiones institucionales del Departamento de Estado, al tiempo que, significativamente, evita criticar a Israel y a Arabia Saudí. De forma bastante sorprendente, afirma que el movimiento de soberanía latinoamericano, que durante los últimos treinta años ha liberado a tantas personas de plutocracias y dictaduras apoyadas por Estados Unidos, en realidad nunca ha existido; al hacer referencia en su lugar a los «envejecidos líderes» de la región, el libro refleja que no puede ver a América Latina a causa de Cuba. Y, por supuesto, los autores, de forma muy teatral, se muestran inquietos por los “hombres de la bolsa” favoritos de Washington: Corea del Norte e Irán.

Google, que comenzó siendo una expresión de la cultura independiente de estudiantes de posgrado californianos –una cultura decente, humana y alegre–, al encontrarse con el mundo grande y malo se ha ido uniendo progresivamente a los poderes tradicionales de Washington, desde el Departamento de Estado hasta la Agencia de Seguridad Nacional.

El terrorismo, a pesar de suponer apenas una fracción infinitesimal de las muertes violentas a nivel mundial, es una de las marcas favoritas de los círculos políticos de Estados Unidos. Este es un fetichismo que también debe ser satisfecho, y por tanto «El futuro del terrorismo» tiene su propio capítulo aparte, en el que nos enteramos de que el futuro del terrorismo es el «ciberterrorismo». Este capítulo constituye toda una sesión de estremecedor alarmismo, incluyendo un hipotético escenario de desastres de película que deja sin aliento: ciberterroristas se hacen con el control del sistema de navegación aérea estadounidense y provocan innumerables choques de aviones contra edificios emblemáticos, desconectan redes de alimentación eléctrica y hasta lanzan bombas nucleares. Seguidamente, los autores pintan con el mismo pincel a los activistas que organizan encuentros y debates digitales.

Mi perspectiva es muy diferente: el avance de la tecnología de la información encarnado por Google anuncia la muerte de la privacidad para la mayoría de las personas y reconduce al mundo hacia el autoritarismo. Esta premisa es la tesis principal de mi libro Cypherpunks: la libertad y el futuro de Internet. Sin embargo, mientras que los señores Schmidt y Cohen nos dicen que en las «autocracias represivas» la muerte de la privacidad ayudará a sus gobiernos a «acosar a sus ciudadanos», también dicen que los gobiernos de las democracias «abiertas» lo considerarán como «un regalo» que les permitirá «responder de la mejor forma posible a las preocupaciones de sus ciudadanos y sus clientes». En realidad, la erosión de la privacidad individual en Occidente y la consiguiente centralización del poder hacen que los abusos resulten inevitables, por lo que las sociedades «buenas» cada vez se parecen más a las «malas».

La sección sobre «autocracias represoras» describe con desaprobación varias medidas de vigilancia represiva: legislación para insertar accesos ocultos al software comercial para espiar a los ciudadanos, control de las redes sociales y almacenamiento de datos confidenciales de poblaciones enteras. Todas estas medidas ya están firmemente implantadas en Estados Unidos, y de hecho algunas de ellas –como el requisito de que todo perfil en la red social esté asociado a un nombre real– fueron propuestas y abanderadas por el propio Google.

La escritura está en la pared*, pero los autores se niegan a verla. Tomaron prestada de William Dobson la idea de que en una autocracia los medios de comunicación oficiales «permiten una prensa no afín al régimen siempre que los opositores entiendan dónde están sus límites, aunque no estén escritos»21, pero estas tendencias están comenzando a emerger en Estados Unidos. Nadie duda de los escalofriantes efectos de las investigaciones practicadas a Associated Press y a James Rosen, de la Fox, pero hubo muy poca investigación sobre el papel de Google en relación con la citación a declarar de Rosen.

Yo mismo he tenido experiencias personales con estas tendencias.

En marzo de 2013, el Departamento de Justicia admitió que se había pasado los últimos tres años investigando criminalmente a WikiLeaks, y algunos testimonios judiciales afirman que entre sus objetivos se encuentran «los fundadores, propietarios o gerentes de WikiLeaks»23. Una supuesta fuente, Bradley Manning, se enfrenta a un juicio de doce semanas a contar desde mañana mismo (3 de junio de 2013), en el que se espera que hasta veinticuatro testigos de cargo presten declaración en secreto24.

The New Digital Age es una obra siniestramente trascendente en la que ninguno de sus dos autores tiene la capacidad para ver, y mucho menos para expresar, el diabólico engendro centralizador que están creando. «La tecnología y la ciberseguridad», nos dicen, «es al siglo XXI lo que Lockheed Martin fue al siglo xx».

Sin siquiera saber muy bien cómo, lo que han logrado los autores es actualizar e implementar la profecía de George Orwell. Si se desea tener una visión del futuro, basta con imaginar una legión de rostros inexpresivos tras las gafas Google Glass patrocinadas por Washington, de aquí a la eternidad. Los fanáticos del culto a la tecnología consumista encontrarán en todo esto muy poca inspiración para actuar, pero este libro es de lectura obligada para todo aquel atrapado en la pelea por el futuro, aunque solo sea por un simple imperativo: conoce a tu enemigo.

Cuando Google encontró a Wikileaks
En junio de 2011 Julian Assange tuvo una visita inesperada: el presidente de Google, Eric Schmidt viajó, junto a otras tres personas, a Norfok (Inglaterra), donde Assange estaba viviendo en ese momento bajo arresto domiciliario. Durante varias horas mantuvieron un pulso. Los dos hombres hablaron de los problemas a los que la sociedad tiene que hacer frente y de las soluciones tecnológicas que ofrece la red global; desde la primavera árabe hasta el bitcoin. Sus opiniones ofrecen perspectivas muy opuestas: para Assange, el poder liberador de Internet se debe a su libertad y a su carácter apátrida, ya que no radica en un solo país. Para Schmidt, la política exterior de los Estados Unidos se sustenta en la conexión de los países no occidentales con las compañías y mercados estadounidenses
Publicada por: Clave Intelectual
Fecha de publicación: 12/01/2014
Edición: primera
ISBN: 978-84-942073-6-5
Disponible en: Libro electrónico Libro de bolsillo
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