martes 23 de abril de 2024
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«Historias insólitas de los juegos olímpicos», de Luciano Wernicke

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Un juego olímpico es el acontecimiento deportivo por excelencia. Desde su resurrección en 1896, de la mano del barón francés Pierre de Coubertin, las Olimpíadas ofrecen cada cuatro años una catarata de emociones y hazañas internacionales. Al mismo tiempo, en el backstage de las contiendas se sucede una vasta colección de curiosidades y anécdotas sorprendentes, que divierten y muestran el perfil más humano de los protagonistas.

Los deportistas de élite, modernos “dioses del Olimpo”, sufren lesiones y enfermedades, robos, pérdidas de equipaje en los aeropuertos, se emborrachan, golpean a los rivales o a los árbitros, se enamoran, se casan y divorcian, tienen hijos, se quedan dormidos o pierden algún componente esencial de su equipo de competición. Unos sucumben al poder político o la presión del dinero; otros prefieren no vender su honor.

Además de hazañas y récords, Historias insólitas de los Juegos Olímpicos relata las más extraordinarias anécdotas deportivas, muchas de ellas tan sorprendentes que parecen diseñadas por guionistas de Hollywood: un campeón de tiro al blanco que perdió su mano diestra en la guerra y educó su zurda para ganar la medalla de oro; un agotado maratonista que debió correr velozmente en sentido contrario y desviarse más de un kilómetro al ser perseguido por un perro feroz; un fondista portugués que fue atropellado por un automóvil y, diez días más tarde, ganó la maratón de Los Ángeles, con récord incluido; un regatista que abandonó su carrera para rescatar a dos rivales que se ahogaban; una gemela que se hizo pasar por su hermana. Los increíbles r elatos reunidos espléndidamente por Luciano Wernicke componen un poderoso cóctel de aventuras doradas.

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

Moscú 1980

Moscú 1980 fue sede del mayor boicot olímpico de la historia. Estados Unidos impulsó un masivo rechazo sustentado en la invasión soviética a Afganistán, ocurrida en diciembre de 1979. El presidente estadounidense, James «Jimmy» Carter, consideró que «ir a Moscú sería como un sello de aprobación a la política exterior de Unión Soviética », y 64 naciones —en su mayoría de América, África y Asia— se sumaron a la iniciativa. En Europa, oficialmente sólo se adhirieron Noruega y la República Federal de Alemania, mientras que los atletas de pueblos que históricamente fueron aliados de Estados Unidos, como Gran Bretaña o Francia, acudieron a pesar del rechazo de sus gobiernos y actuaron bajo la bandera olímpica de sus respectivas naciones. Del mismo modo, cada vez que un atleta o equipo de alguno de estos países ganó un oro, en lugar del correspondiente himno patrio se ejecutó la canción representativa del COI.

Sólo 80 naciones concurrieron a Moscú —la menor cifra desde Melbourne 1956—, lo que hizo mermar de manera notable la calidad del evento. Esto desbarató el organigrama de la mayoría de los deportes, para los que habían clasificado mayoritariamente atletas y equipos occidentales. En algunas competencias, como el hockey, sólo quedó habilitado el seleccionado anfitrión, por lo que debió recurrirse a invitaciones de último momento a naciones con combinados de menor calidad para que se llevara adelante el torneo. Representantes de varias de las naciones que habían adherido al boicot exhortaron al COI a cancelar los Juegos, pero el titular del organismo, el irlandés Michael Morris, Barón de Killanin, indicó que «sólo una tercera guerra mundial lo puede impedir». Killanin acusó al mandatario norteamericano de ser «un incompetente» y no tener «ninguna noción de lo que es el deporte. Si el béisbol o el fútbol americano hubieran sido deportes olímpicos, Carter no habría desencadenado el boicot a Moscú ’80. Espero que, en el futuro, los jefes de Estado estén mejor informados de lo que es el deporte, de lo que significa el olimpismo y de la trascendental influencia que ambos tienen en la formación de la sociedad del mañana».

Un dato muy curioso correspondió a que en la capital soviética compitieron dos atletas estadounidenses: el basquetbolista Wayne Branbender representó a España y el velocista Bill Real, a Austria. Otro estadounidense presente en Moscú fue el presidente de la Federación Internacional Amateur de Boxeo, Donald Hull, quien no tuvo empacho en admitir que la organización del torneo de pugilismo fue «la mejor de las últimas tres olimpíadas». La computadora encargada de procesar los exámenes antidóping también era «made in USA».

Un austríaco que dio la nota fue Wolfgang Mayrhofer, medalla de plata de vela en la clase Finn, quien subió al segundo escalón del podio con un brazalete negro, como protesta por la invasión soviética sobre Afganistán.

Sin la oposición estadounidense, el equipo soviético se impuso con facilidad en la tabla general, con 195 medallas (80 de oro), seguido por la República Democrática Alemana, con 126 (47 doradas). La olimpíada se cerró con otra tontería yanqui. El gobierno de Washington logró que el COI no izara la bandera estadounidense en la ceremonia de clausura, el 3 de agosto. Como el protocolo exigía la presencia del estado anfitrión en la edición siguiente, se izó el colorido estandarte de la ciudad de Los Ángeles.

 

Entradas al tacho
Al gobierno del Reino Unido le cayó muy mal que el Comité Olímpico británico concurriera a Moscú. La primera ministro Margaret Thatcher, furiosa con la participación de sus compatriotas, tomó una serie de medidas ridículas que resultaron tan inútiles como tratar de tapar el sol con las manos. Primero, prohibió que los atletas efectuaran declaraciones a los medios de prensa durante su estada en Moscú. Luego, que la «Union Flag» no ondeara sobre la pista durante la ceremonia de apertura de los Juegos. Ordenó, además, que se destruyeran las 30 localidades de protocolo adquiridas por la embajada británica en la capital soviética. Las instrucciones de la mandataria fueron terminantes: los tickets no podían venderse ni regalarse, sólo ser reducidos a papel picado. Además de ignorar la olimpíada, los empleados de la sede diplomática tampoco podían tener contacto con sus compatriotas deportistas. Ni siquiera se ejecutó el himno God Save the Queen en las cinco pruebas ganadas por los representantes del Reino Unido. Los atletas Allan Wells (campeón en los 100 metros lisos), Steve Ovett (en los 800 metros), Sebastian Coe (en los 1.500 metros), Daley Thompson (en el decatlón) y el nadador Duncan Goodhew (100 metros estilo mariposa) debieron escuchar la canción oficial del COI desde el peldaño más alto del podio. A pesar de todos estos contratiempos, el equipo del Reino Unido volvió orgulloso a su archipiélago con 21 medallas y una frase grabada con honor en el pecho: «Nunca faltamos a un Juego Olímpico».

 

Con los chicos, no
Un par de semanas antes del inicio de los Juegos, el gobierno soviético decretó vacaciones escolares extraordinarias en todas las ciudades que fueron sede de competencias deportivas. De un día para otro, las calles de Moscú, Kiev, Leningrado y Minsk quedaron vacías de chicos de entre 7 y 15 años. Los pequeños fueron llevados en masa a colonias y campos de veraneo. ¿El objetivo? Que los niños no se «contaminaran» con la cultura y las tradiciones de los visitantes occidentales.

 

Jimmy Carter estuvo en los Juegos
La prensa de Europa oriental le sacó el jugo a una graciosa curiosidad: Jimmy Carter ordenó el boicot contra los Juegos moscovitas y Jimmy Carter compitió en la olimpíada. Ocurrió que en la competencia de natación intervino un homónimo del mandatario estadounidense, James Earl «Jimmy» Carter: el escocés James Hill «Jimmy» Carter. El británico, que había pasado sin éxito por Munich y Montreal, tampoco se destacó en la pileta moscovita, ya que no alcanzó a clasificarse para las finales en los 200 metros espalda. Donde sí se lució el escocés fue en el restaurante de la Villa Olímpica, en el cual sí mereció la medalla de oro al mayor consumo de cerveza. Luego, completamente borracho, inició con su compatriota Gary Abraham una pelea contra otros deportistas, que culminó con varias mesas y sillas rotas. Carter fue expulsado de los Juegos por los dirigentes británicos. El escándalo del borrachín, lógico, generó todavía más bromas en la prensa comunista, que se preguntó con sorna si ambos «Jimmy» tenían algo más en común, aparte del nombre.

 

El boxeador que perdió dos veces la misma pelea
El título de este relato sugiere una situación que debería ser imposible. Pero la historia de los Juegos Olímpicos, como expone este libro, es riquísima en curiosidades que demuestran que en una competencia deportiva todo puede pasar. En este caso, el protagonista es el púgil categoría gallo Moussa Sangare, de Mali. Sangare, único representante del boxeo de su país, fue descalificado el 19 de julio por no presentarse a tiempo para el pesaje oficial en el Olimpiyskiy, el estadio cubierto en el que se desarrollaron todos los combates. Sin embargo, esta medida fue revertida luego de que los responsables de la delegación africana explicaran que el retraso no fue responsabilidad del púgil, sino del avión que lo había transportado con una extensa demora a Moscú. Los jueces sabían que los campeonatos de todos los deportes ya estaban lo suficientemente diezmados por el boicot occidental como para ponerse extremadamente estrictos con «pequeñeces». Rehabilitado, Sangare subió al ring el 20 de julio para enfrentar al zambio Lucky Mutale. Si hubiera sabido que se iba a comer una tremenda paliza, el malí no sólo no apelaba su descalificación, sino que, directamente, no se subía al avión.

 

Fractura con suerte
Dos días antes de participar en el concurso de tiro en el polígono del club Dynamo, en el barrio moscovita de Mytishchi, el húngaro Károly Varga sufrió un fuerte golpe en su mano derecha que le produjo la fractura de un hueso. Varga fue atendido por un médico que inmovilizó la extremidad, aunque liberó los dedos para que pudiera intervenir en la prueba de rifle pequeño tendido en el suelo. Al probar cómo empuñar su arma, el húngaro descubrió que, si apretaba suavemente el gatillo, la lesión no le dolía tanto y, al mismo tiempo, su pulso era más firme. El 21 de julio, «ayudado» por el dolor que le generaba la herida, Varga mejoró su desempeño y ganó la medalla de oro con récord mundial. La fractura le había «dado una mano».

 

Herido
El 26 de julio, Unión Soviética y Polonia se cruzaron en la semifinal del torneo de esgrima por equipos, categoría florete. El joven bielorruso Vladimir Lapitsky (quien había caído en sus duelos con Marian Sypniewski y Lech Koziejowski, pero había superado a Boguslaw Zych) vencía a Adam Robak por 2 a 1. En el cuarto lance, el polaco atacó a fondo: su arma eludió la defensa de Lapitsky y se clavó en el sector izquierdo de su pecho tras destrozar el chaleco protector. Aunque sufrió una importante pérdida de sangre por la rotura de una vena, el soviético se consideró afortunado porque la punta de la espada pasó a milímetros de su corazón, lo que le hubiera provocado la muerte de forma inmediata. Desde su cama en el hospital, Lapitsky recibió otra buena noticia: su equipo había superado a Polonia y se había quedado la medalla de plata.

 

Un hombre, tres banderas
Angelo Parisi nació en la pequeña ciudad de Arpino, en la región italiana de Lazio. Cuando tenía 3 años, Parisi se mudó con su familia a Londres, donde comenzó una brillante carrera como yudoca. Con 19 años, el muchacho viajó a Munich para representar a Gran Bretaña en la categoría abierta. Parisi tuvo un notable desempeño y alcanzó las semifinales, donde fue derrotado por el soviético Vitaliy Kuznetsov. Pocos meses más tarde, el italo-británico se casó con una mujer francesa, Caroline Choitel, y se mudó a París. Para los Juegos de Moscú, el entrenador británico decidió incluir a Paul Radburn en la categoría que le correspondía Parisi, pero éste no se amedrentó: obtuvo la nacionalidad francesa y viajó a la capital soviética a representar a su nueva nación. El italo-británico-francés mejoró notablemente su performance y se adjudicó el oro en la categoría de más de 95 kilos — Radburn ni siquiera llegó al podio—, y la medalla de plata en la clase abierta. La carrera olímpica de Parisi se extendió hasta Los Ángeles 1984, donde el hombre de las tres nacionalidades sumó otra presea plateada en el grupo de más de 95 kilos.

 

Sospechosa
Los jueces miraban una, dos, tres veces las fotos de la final de los 100 metros femeninos —disputada el 26 de julio en el estadio Lenin— y no podían determinar quién había sido la campeona. Los cronómetros habían marcado un empate en 11,06 segundos entre las dos más rápidas, la soviética Lyudmila Kondratyeva y la alemana oriental Marlies Oelsner-Göhr, de modo que las imágenes eran la única salida al espinoso problema. Después de observar cada detalle de las fotografías, los veedores notaron que las cabezas de la soviética y la germana habían cruzado la meta en la misma línea, al igual que los hombros, las caderas y las piernas. Sin embargo, por unanimidad, decidieron que la ganadora había sido Kondratyeva, por un «pequeño» detalle anatómico: sus pechos eran más voluminosos que los de su rival.

 

Con los tampones de punta
La periodista española Isabel Bosch estaba furiosa. Al llegar al aeropuerto de Moscú, los inspectores de la Aduana, además de desordenarle por completo el contenido de su valija, le secuestraron sus toallas femeninas. La enviada intentó obtener alguna explicación de la insólita incautación, mas los duros agentes permanecieron rígidos e inmutables. Bosch dedujo que la confiscación se concretó porque sus apósitos, si bien eran de fabricación española, correspondían a una famosa marca de origen estadounidense. La aduana moscovita fue un dolor de cabeza también para el presidente de la federación de handball española. El dirigente no contaba con que la máquina de rayos «equis» de la estación aérea estaba preparada para detectar el contrabando de caviar, y cargó en su maleta nada menos que 6 kilos del preciado manjar, adquiridos en el mercado negro. Como el tope por persona era de apenas 500 gramos, el directivo volvió a casa con su equipaje aligerado en 5 kilos y medio.

 

Gemelos
La carrera que el 27 de julio definió la prueba de remo por duplas sin timonel tuvo un resultado curioso. La pareja de Alemania Oriental, integrada por Bernd y Jörg Landvoigt, superó a la soviética de Yury y Nikolay Pimenov en la lucha por el oro y la plata. ¿Qué tiene esto de raro? Que los germanos, ambos de 29 años, eran gemelos, lo mismo que los rusos, aunque siete años menores. En este deporte hubo, además, un tercer dueto de gemelos: Ullrich y Walter Dießner eran dos de los integrantes del equipo de la República Democrática Alemana que también obtuvo la medalla dorada en la competencia de cuatro remeros con timonel.

 

Bígamo olímpico
El joven ucraniano Yuri Sedykh se fue llorando del estadio donde se había efectuado el torneo deportivo juvenil de la Unión Soviética. Aunque había terminado en el segundo lugar en lanzamiento de mar- tillo, su profesor, Vladimir Volovik, había sido terminante: «Muchacho, no sirves para esto. Deja el martillo, eres muy debilucho». Pero, como asegura el saber popular, cuando una puerta se cierra, otra se abre. Anatoly Bondarchuck, uno de los mejores entrenadores atléticos de la nación comunista, convocó al humillado adolescente para trabajar con el equipo que preparaba para los Juegos de Montreal 1976. Gracias a las sabias y precisas instrucciones de Bondarchuck, Sedykh desarrolló un físico robusto, de 1,85 metros de altura y 106 kilos de peso, y una tremenda potencia muscular que le permitió ganar la medalla dorada con récord olímpico en Canadá. Cuatro años más tarde, en Moscú, el lanzador duplicó su oro con una nueva marca mundial. Además de numerosos títulos europeos y ecuménicos, Sedykh consiguió en 1986 en Stuttgart, Alemania, el récord mundial que se mantenía vigente al cierre de esta edición, de 86,74 metros.

Fuera de las pistas, el vigoroso atleta ganó fama también por sus numerosas conquistas amorosas, entre quienes se destacaron dos campeonas olímpicas con las que estuvo casado. A principios de los 80, el ucraniano contrajo matrimonio con Lumidla Kondratieva, medalla dorada en los 100 metros lisos en Moscú. Años más tarde, Sedykh se divorció de la velocista y se casó con Natalia Lisovskaia, oro en lanzamiento de bala en Seúl 1988, con quien tuvo una hija, Alexia.

 

El inmortal
Italia dio la sorpresa al clasificar para la final del torneo de básquet masculino. Si bien la ausencia de Estados Unidos fue clave, los azzurri se vieron además beneficiados por un fixture que relegó a la otra potencia de la época, Unión Soviética, eliminada por Yugoslavia en semifinales. En el juego definitivo, la escuadra balcánica impuso su superioridad y se quedó con el oro tras imponerse por 86 a 77, mas Italia celebró la medalla de plata como un logro sin igual. Uno de los pilares de la feliz selección plateada, Pierluigi Marzorati, protagonizó años más tarde un hecho singular: el 8 de octubre de 2006, jugó 90 segundos de un encuentro oficial de la liga italiana con… ¡54 años! Marzorati integró el quinteto de Pallacanestro Cantù —un club de Lombardía, en el norte de Italia— que esa jornada superó al poderoso Benetton Treviso 70 a 69, e inscribió así su nombre en el libro Guinness de los Récords como el jugador de básquet más viejo en actuar en un encuentro oficial. Aunque casi no tocó el balón, el veterano deportista se dio, además, el gusto de jugar para el club en el que había debutado 37 años antes.

 

Medalla repudiada
El 1º de agosto, el seleccionado de fútbol soviético derrotó a su par de Yugoslavia por 2 a 0, con tantos de Khoren Oganesian y Sergei Andreyev, ambos en el segundo tiempo, y se quedó con la medalla de bronce. Mientras los jugadores locales celebraban la victoria, de las tribunas bajaron abucheos de los escasos espectadores que se acercaron al estadio del club Dynamo. Los hinchas estaban furiosos con su equipo, que había iniciado la campaña olímpica con goleadas —como un 8-0 a Cuba, en la zona de grupos— pero luego se había desdibujado. La URSS precisó de la ayuda del árbitro mexicano Mario Rubio Vázquez para eliminar al flojísimo equipo de Kuwait por 2 a 1 en cuartos de final. En la siguiente ronda, la escuadra roja cayó 1-0 ante la República Democrática Alemana —que en el match culminante sería superada por Checoslovaquia 1 a 0—. La derrota, que destrozaba los sueños dorados, irritó tanto a los fanáticos que el encuentro por el tercer puesto, previsto inicialmente en el estadio Lenin, con capacidad para 90 mil asistentes, se mudó a un escenario más apropiado, para 35 mil personas, que de todos modos quedó gigante, como el fracaso del equipo dueño de casa.

 

Convidado de piedra
Uno de los deportes más afectados por el boicot occidental fue el hockey femenino, que hacía su debut en la olimpíada soviética. Cinco de los seis países clasificados se habían sumado a la masiva deserción. La excepción fue el equipo local. Para «salvar las papas», los organizadores se vieron obligados a invitar naciones con poquísima o nula experiencia en esta disciplina, como Austria o Polonia. Otro convocado, Checoslovaquia, al menos había participado en el Campeonato del Mundo de 1978, aunque sin éxito. Por África se presentó Zimbabwe, país que acababa de independizarse y que pocos años antes, llamado Rhodesia, había sido expulsado del COI y vetado para intervenir en Munich 1972 y Montreal 1976 porque su gobierno sostenía la segregacionista política del apartheid. Sin partidos más allá de sus fronteras ni haber sido admitido todavía por la Federación Internacional de Hockey, el equipo conformado por 15 zimbabwenses de blanquísima piel y ascendencia inglesa fue el sorpresivo ganador del torneo. Con 3 victorias (4-0 a Polonia, 2-0 a la URSS y 4-1 a Austria) y 2 empates (a 2 con Checoslovaquia y a 1 con India), las chicas africanas le regalaron a su joven nación la primera medalla dorada de su historia.

 

Gracias, Gracias
Al igual que su «prima» Zimbabwe, la selección de hockey masculino de Tanzania también había sido convocada para completar el cuadro del campeonato moscovita, devastado por el boicot. Pero, a diferencia del oro obtenido por las chicas zimbabuenses, los tanzanos se ganaron una de las peores palizas sufrida por un equipo en un torneo internacional, casi al nivel de la recibida por Estados Unidos en Los Ángeles 1932. El mejor resultado de los africanos fue perder 4-1 con Cuba, en el juego para definir el quinto puesto entre 6 concursantes. Antes, en el grupo que enfrentó a «todos contra todos», los tanzanos fueron acribillados 18-0 por India (el conjunto asiático no pudo superar su propio récord de 24-1 conseguido sobre Estados Unidos en Los Ángeles), 12-0 por España, 4-0 por los caribeños, 11-1 por Unión Soviética y 9-1 por Polonia. La escuadra de Tanzania sumó en Moscú 4 goles a favor y 58 en contra, a un promedio de casi 10 por partido. Cuando finalizó el último encuentro, el entrenador africano dijo a un reportero británico que estaba muy contento con la actuación de su arquero, Leopold Gracias. «Sin él, nos hubiera ido mucho peor», aseveró.

Historias insólitas de los juegos olímpicos
Curiosidades y casos increíbles, desde Atenas '96 a la antesala de Londres 2012.
Publicada por: Planeta
Fecha de publicación: 07/01/2016
Edición: 1a
ISBN: 978-950-49-2823-2
Disponible en: Libro de bolsillo
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