martes 23 de abril de 2024
Cursos de periodismo

«Los años del kirchnerismo», de Alfredo Pucciarelli y Ana Castellani

Hacia fines de 2001, la Argentina vivió la mayor debacle económica, social y política de su historia. Tras la renuncia de De la Rúa, la corporación política, encabezada por Eduardo Duhalde, buscó neutralizar el descalabro institucional, pero no pudo superar la profunda crisis de poder que el neoliberalismo había dejado, por lo cual debió convocar a elecciones para reconstruir legitimidad. En este convulsionado escenario surgió el kirchnerismo, cuyo complejo derrotero estas páginas se proponen comprender.

Interrogando ese ciclo político desde una sólida perspectiva sociológica, los autores ponen el foco en la disputa por el poder durante estos años, atendiendo al modo en que esta fue definiendo actores y visiones del mundo, decisiones políticas y, por ende, distintos modelos de país. Así, examinan aspectos económicos (de la holgura por el boom de los commodities a la restricción externa) y políticos e institucionales (desde el vínculo problemático con las élites y la relación con los organismos internacionales de crédito hasta las iniciativas de políticas públicas y de derechos humanos). Como todo intento de construcción hegemónica, el del kirchnerismo nunca fue homogéneo, ni se presentó en estado puro; con momentos de mayor intensidad y compromiso militante, pero también de tensiones en que fue perdiendo espacios, libró una disputa que puede sintetizarse en dos proyectos antagónicos: uno de corte nacional, popular y democrático, que se consolidó con la presidencia de Néstor Kirchner (quien recompuso la autoridad presidencial, así como la autonomía y la capacidad de intervención del Estado); y el otro de carácter republicano, conservador y neoliberal, que terminó ganando terreno a partir del conflicto con “el campo” en 2008, durante el primer mandato de Cristina Fernández de Kirchner.

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

 6- El debate económico 
Del consenso a la antinomia
Mariana Heredia y Fernán Gaillardou

A partir de los años setenta, las preocupaciones “económicas” se fueron diferenciando cada vez más de otras problemáticas públicas de interés.  La inflación, el estancamiento y poco después la deuda ganaron con el tiempo la portada de los grandes matutinos, reclamando secciones específicas y convocando la voz de los expertos.  De la mano de estos problemas, los economistas comenzaron a detentar un lugar central en la discusión de las políticas públicas y en el asesoramiento de los agentes económicos.  Su visibilidad se acompañó de una creciente delegación de atribuciones en funcionarios ajenos a los partidos políticos que favorecieron modelos de gestión inspirados en la autorregulación de los mercados.

Alineada con estas tendencias a nivel internacional, la  Argentina fue uno de los casos más paradigmáticos de este proceso (Heredia, 2015).  Por un lado, aun cuando el país había sufrido altos índices de inflación desde los años cuarenta, su salto en 1975 y su persistencia en tres dígitos catapultaron el incremento de los precios al centro de las preocupaciones públicas.  Por otro, los expertos en economía se volvieron cada vez más influyentes hasta consolidar su prestigio gracias al régimen de convertibilidad adoptado en 1991.  Durante la década de estabilidad que siguió a esta medida, los márgenes del debate económico se estrecharon, y se reservó un lugar de autoridad en los medios para los hombres de negocios y los economistas, sobre todo los más ortodoxos.

¿Qué sucedió después de la crisis de 2001? ¿Hasta qué punto se selló el final de los debates exclusivamente económicos y el declive de los expertos en economía?  Si cierta unidad, al menos aparente, se consolidó en el debate económico y en la profesión de economista durante los años noventa, ¿qué tipo de configuración se presentó con el ciclo que comienza tras el abandono del régimen convertible? ¿Siguieron teniendo los economistas y los cronistas económicos la misma importancia? ¿Existió una posición unificada ante el rumbo adoptado por la economía nacional? ¿Resistieron, respaldaron o propusieron ajustar las decisiones de los gobiernos de  Eduardo  Duhalde, de  Néstor  Kirchner y  Cristina  Fernández?

Sobre la base de material documental (de medios gráficos y producciones especializadas), este capítulo identifica a especialistas que participaron de los análisis económicos y sigue los argumentos que esgrimieron frente a la acción gubernamental.  La cuestión no sólo reviste interés para comprender el papel de estos profesionales, su cohesión interna y su influencia política en el período más reciente (algo prácticamente ausente de la literatura sobre el tema), compromete también la discusión sobre el carácter más o menos novedoso del “modelo económico” que se implementó en la  Argentina y en la región con el llamado “giro a la izquierda” de distintas administraciones.

Con profundas diferencias, la mayoría de los análisis sobre el período comparte la vocación de caracterizar in toto esta experiencia, prestando poca atención al modo en que enfrentó de safíos y reformulaciones.  Focalizarse en los juicios expertos formulados al calor de la coyuntura permite, en cambio, identificar momentos diversos y contrastantes dentro de la larga década kirchnerista.  El primero, tras el proceso de incertidumbre, apertura y politización del debate económico, se caracterizó por una pluralidad de voces comprometidas en el análisis de la realidad nacional así como por cierto apoyo de los principales economistas mediáticos al gobierno de  Néstor  Kirchner.  Al tiempo que un nuevo consenso se afirmaba en el espacio público y político, las controversias especializadas comenzaron a reavivarse a mediados de la década, con una diversidad de temas, pero con una creciente atención en la degradación de ciertas variables juzgadas fundamentales.  En ese segundo momento, economistas de distintas corrientes siguieron manifestando su apoyo a las autoridades, criticando no obstante algunas medidas y alertando sobre la necesidad de atacar ciertos problemas.  Un tercer momento se abre en el último tramo del gobierno de  Cristina   Fernández de  Kirchner, con una creciente polarización político-ideológica, que acompañará apreciaciones muy críticas en materia económica.

Acotado a la reconstrucción de las convergencias u oposiciones en los juicios y consejos planteados en la prensa y en los círculos especializados, este trabajo no profundiza en la relación entre intereses e ideas.  Por un lado, al ser los participantes tan diversos y sus vínculos tan disímiles (económicos, políticos, profesionales, afectivos), hubiera sido imposible, en los límites aquí disponibles, hacer un inventario exhaustivo de las fuerzas subyacentes en juego.  Por otro, aun cuando eso hubiera sido alcanzable, no creemos en la inexorabilidad determinante de estas fuerzas: la exposición privada y pública de ideas así como su movilización en funciones de crítica y gobierno supone reglas propias que pueden producir encuentros y desencuentros inesperados.  Estas aclaraciones no invalidan el doble carácter de este análisis: por su configuración actual, la reconstrucción del análisis económico constituye tanto una vía de acceso a las interpretaciones especializadas como un indicio de las cambiantes relaciones del kirchnerismo con quienes financiaron o siguieron con atención esas interpretaciones para tomar decisiones (de inversión, empleo u ahorro) cruciales para la suerte del país.

 

El artefacto y el método

¿Dónde puede observarse el debate económico en la  Argentina? ¿Cuáles son los espacios especializados o legos, reservados o públicos, donde se interpreta y discute la coyuntura económica nacional?

En un trabajo anterior ( Heredia, 2015), concluimos que la gran transformación operada dentro de la profesión de economista desde los años setenta había impactado de forma profunda en los espacios de integración y competencia, lo que resultó, entre otros efectos, en un creciente solapamiento entre controversias especializadas y polémicas públicas.  A partir de los años ochenta, el espacio más adecuado para seguir el debate entre economistas era la prensa nacional.  Las consecuencias de este cambio fueron mayúsculas.  Ante el pragmatismo ideológico de los partidos políticos argentinos y su tendencia a incorporar equipos de gobierno provenientes de espacios ajenos a la militancia y a la administración, los expertos en economía se constituyeron en jueces y parte del devenir de la política económica.

Luego de la crisis de 2001, se produjeron algunos cambios importantes que no modificaron de manera perdurable ni las jerarquías profesionales ni los espacios de debate entre los economistas.  No hay dudas de que, en lo que respecta a los espacios especializados, el kirchnerismo expandió de manera inédita los puestos y recursos a disposición de la enseñanza universitaria, la investigación científica y la intervención estatal en la economía.  El despliegue universitario fue resultado del crecimiento en la matrícula y de la conformación de nuevas carreras en las instituciones públicas del Conurbano bonaerense, creadas por la administración anterior.  La expansión se acompañó asimismo de cierta recomposición de los salarios docentes.  La incorporación de investigadores y becarios al  Consejo  Nacional de  Investigaciones  Científicas y  Técnicas (Conicet) fue notable.  No hay datos por disciplina en el empleo público nacional, pero sí se ha afirmado la preferencia por profesionales ( López y  Zeller, 2009).  Puede intuirse que la creación de los ministerios de  Planificación (2004), de  Producción (2009) y de  Agricultura (2009) así como la expansión de organismos del  Poder  Ejecutivo  nacional asociados a la recaudación, la regulación y las empresas del  Estado deben haber incrementado el reclutamiento de economistas.

Ahora bien, como en otras áreas donde se invirtieron cuantiosos recursos en poco tiempo, esto no alcanzó para modificar la configuración del mundo de los economistas.  Ciertamente, la crisis de 2001 y la expansión posterior se vieron acompañadas por la creación de grupos de trabajo y publicaciones críticas o de izquierda interesadas en el debate económico1 y de posgrados en economía de perfil más heterodoxo.2  Sin embargo, la formación internacionalizada, el conocimiento de la literatura canónica y el de sarrollo de habilidades matemáticas siguieron siendo la principal fuente de prestigio.3  Las inserciones profesionales más rentables para la disciplina continuaron a su vez en el sector privado.

Mientras tanto, los espacios pluralistas de discusión especializada apenas existieron.  Por un lado, las asociaciones profesionales precedentes no aco gieron de manera significativa ni a los economistas críticos o cercanos al gobierno, ni a economistas destacados de las nuevas generaciones.  La  Asociación  Argentina de  Economía  Política ( AAEP) es la entidad que nuclea a economistas de todo el país desde 1957.  El análisis de los principales paneles organizados después de 2001 resulta revelador: la composición mayoritariamente envejecida de los paneles de la  AAEP contrasta con la rejuvenecida planta de economistas del  Conicet y del gobierno en la segunda mitad de la década.  Por otro, la expansión universitaria y científica no fue de la mano de nuevos espacios de integración y discusión.  Ciertamente, las comisiones de pares del  Conicet o de la  Comisión  Nacional de  Evaluación y  Acreditación  Universitaria ( Coneau) tienen que lidiar con la diversidad de los economistas.  No obstante, en lo que respecta al debate económico, los circuitos de publicación y presentación son muy disímiles.  Mientras los economistas de la corriente dominante se dedican a la consultoría y, en caso de tener un perfil académico, prefieren publicar en revistas extranjeras, los economistas más críticos y de izquierda tendieron a publicar en revistas de orientación crítica (como  Realidad  Económica o  Circus) o en libros dirigidos a un público amplio.  Y en esa diversidad de publicaciones, en la  Argentina como en el mundo, los heterodoxos citan a los ortodoxos, mientras estos últimos sólo se citan entre sí ( Glötzl y  Aigner, 2015).

De este modo, si bien se produjeron cambios sustantivos en el espacio mediático, la dependencia de la prensa como federadora del debate económico siguió incólume.  Los primeros años que siguieron a la crisis plantearon grandes novedades: no sólo se observó un cuestionamiento de los economistas de la corriente dominante y una mayor diversidad de orientaciones en los medios, sino que también se hizo evidente la expansión de las problemáticas en debate.  Si los grandes problemas públicos habían sido hasta entonces la inflación, la deuda o el crecimiento (materias donde la voz de los economistas fue casi monopólica), reaparecieron temas como la generación de empleo, el combate a la pobreza, la explotación de los recursos naturales que habilitaron la participación de expertos de otras disciplinas.  Más allá de ello, siguieron faltando espacios académicos o profesionales que propiciaran un debate por fuera de los medios.

El hecho de que el intercambio entre economistas tuviera lugar sobre todo en la prensa le imprimió a este último características particulares.  Por los imperativos que enfrentan, los diarios y los canales de televisión seleccionan a sus invitados más de acuerdo con su predisposición y sus cualidades comunicacionales que con su solvencia o su reputación.  Para un diario, por dar un ejemplo, las opiniones de  Miguel  Ángel  Broda (un consultor de empresas sin producción académica) y de  Roberto  Frenkel (un investigador con publicaciones de renombre internacional) valen lo mismo.  Como ha alertado  Bourdieu (1996), por los espacios acotados con los que cuentan y los imperativos comerciales que los guían, los medios tienden a privilegiar discursos asertivos y perentorios más que matizados y reflexivos.

La dependencia del debate económico del espacio periodístico conoció un nuevo giro en la  Argentina con la frustrada  Ley de  Medios.  Antes de ella, los principales diarios nacionales detentaban líneas editoriales relativamente claras.  Desde 2009, con el creciente enfrentamiento entre el gobierno y los principales medios, las posturas en el campo periodístico tendieron a extremarse y organizarse a favor o en contra del kirchnerismo.

Esta presentación del mundo de los economistas y de los medios de comunicación resulta fundamental para este trabajo, ya que las posturas contrastantes rara vez convivieron en un mismo espacio o dialogaron entre sí.  Mientras la segmentación exigía de los lectores interesados la búsqueda activa y la confrontación permanente entre diversas fuentes, los principales espacios profesionales y periodísticos ofrecían sólo las interpretaciones dominantes dentro de su campo de sentido.  Precisamente por eso, en términos metodológicos, la reconstrucción del debate económico en la  Argentina kirchnerista supuso la creación de un artefacto que rara vez existió: un diálogo imaginario entre voces y fragmentos dispersos.

Para construir este artefacto, la decisión fue triangular fuentes, nombres y temáticas.  Primero, optamos por registrar los principales medios periodísticos nacionales ( La  Nación,  Clarín y  Página/12) y velamos por retratar la mayor diversidad posible entre ellos.  Analizamos allí a los economistas que oficiaron de principales columnistas.7  Segundo, además de considerar a las autoridades públicas de mayor presencia mediática, el pasado nos asistió en la identificación de una serie de instituciones y expertos que habían tenido particular predicamento público y que habían estado asociados, en décadas anteriores, a la ortodoxia, la heterodoxia u otras vertientes.  A ellos agregamos analistas vinculados a instituciones de creación reciente.  Una vez identificados estos personajes, seguimos tanto sus intervenciones en la prensa como sus publicaciones especializadas.  Finalmente, seleccionamos un conjunto de hechos de relevancia distribuidos en estos doce años de historia.

Ante la polisemia de las nociones de ortodoxia y heterodoxia en economía, optamos por asumir que esas nociones eran definidas por los propios expertos analizados.  Hacia 2003, las clasificaciones propuestas por los economistas planteaban claras regularidades ( Heredia, 2015).  Por un lado, estaban los ortodoxos que adherían a las reformas de liberalización económica y consideraban la preservación de la estabilidad como principal responsabilidad de la autoridad pública.  Estos economistas se habían visto comprometidos o suscribían a las políticas adoptadas por la última dictadura militar o el gobierno de  Carlos  Menem.  Por otro, estaban los heterodoxos, herederos de perspectivas más intervencionistas, que prestaban mayor atención a la producción y la redistribución de la riqueza, planteando mayores recaudos frente a la autorregulación de los mercados y la austeridad fiscal.  Estos economistas habían acompañado al gobierno de  Raúl  Alfonsín, y algunos participaron más tarde de la administración de  Fernando de la  Rúa.  A estos dos grandes grupos, de composición cambiante y numerosos deslizamientos, se sumaban expertos de izquierda.  Con el kirchnerismo, las distintas tradiciones alumbraron una nueva generación.

Las disquisiciones clasificatorias resultan interesantes porque el escenario de las controversias planteó grandes singularidades: por primera vez en décadas, la estabilidad dejaba de ser el principal objetivo de política pública y revivían temáticas ya olvidadas en el debate económico.  El impacto de los nuevos de safíos no tardaría en hacerse sentir entre los heterodoxos.  Tras una hermandad forzada por la avanzada ortodoxa, estos economistas enfrentarían fuertes divisiones en términos técnicos, ideológicos y generacionales.  A proponer una primera reconstrucción de estos debates se destinan estas páginas.

 

Debacle y politización

Aunque las imágenes de la debacle de diciembre de 2001 podrían llevar a suponer un masivo cuestionamiento de la política económica precedente, la campaña electoral de 2003 revela una transición mucho más lenta e incierta.  No sólo el gobierno de  Eduardo  Duhalde había hecho denodados esfuerzos por acordar un programa afín con las exigencias del  Fondo  Monetario  Internacional ( FMI) (véase  Zícari, en este volumen).  Dos de los tres candidatos con chances de acceder a la presidencia,  Carlos  Menem y  Ricardo  López  Murphy (que juntos sumaron más del 40% de los votos en primera vuelta) estaban directamente asociados a las políticas de los años noventa y seguían atribuyendo la crisis a la irresponsabilidad de los funcionarios salientes.

Puede pensarse que, en línea con la orientación adoptada por el ministro  Roberto  Lavagna, el candidato oficial,  Néstor  Kirchner, planteaba un escenario más rupturista.  En cierta medida era el caso, aunque su propuesta acentuaba más los objetivos productivistas que los redistributivos.  En sus afirmaciones de campaña8 se insistía en la necesidad de “fomentar la industria local”, “incentivar la inversión pública”, alentar las exportaciones mientras, en paralelo, se de sestimaba como “irresponsable” todo aumento de los salarios ( Las  Heras,  La  Nación, 2/3/2003).  En el manejo del tipo de cambio, el candidato oficialista se alineó temprana y claramente con la política de  Lavagna.  Para  Kirchner, era un hecho que debía mantenerse la flotación del peso, garantizando una relación con el dólar que favoreciera la producción nacional.  Sobre esa base, se diferenciaba de sus competidores denunciando enfáticamente el “modelo neoliberal”.

Con menor acento en la producción,  Menem y sus voceros preferían prometer un incremento inmediato de los sueldos y la devolución en dólares de los depósitos acorralados.  Sus asesores criticaban el manejo de la crisis, refiriéndose a una suerte de “jubileo de los derechos de propiedad” que habían atentado contra “las reglas básicas de toda sociedad civilizada” ( Rojo,  La  Nación, 14/4/2002).  La postura monetaria del ex presidente se revelaba mucho más zigzagueante.  Si bien, bajo el influjo de  Pablo  Rojo comenzó defendiendo la dolarización y más tarde una nueva convertibilidad, terminó siguiendo el consejo de  Carlos  Melconian, lo que daba a entender que mantendría la flotación monetaria.

Por último,  López  Murphy se presentaba como el reservorio moral del modelo económico: “ Más que hablar de convertibilidad – afirmaba  Manuel  Solanet– , lo esencial es retornar a las reglas que regían en esa época” ( La  Nación, 9/11/2002).  Todos los discursos subrayaban la importancia de restituir la “seguridad jurídica” como clave para retomar el crecimiento.  En este marco, también el equipo de  Recrear insistía en la necesidad de una pronta renegociación de la deuda que permitiera recuperar el crédito externo y reinsertar al país en el plano internacional.  Como  Menem, prometía la disminución de los aportes patronales y la progresiva eliminación de las retenciones.  En materia monetaria, en cambio, el consenso parecía generalizado: también el economista de la  Fundación de  Investigaciones  Económicas  Latinoamericanas ( FIEL) adhería a la flotación cambiaria subrayando la importancia de que fuera respaldada por una clara solvencia fiscal.

Las declaraciones de los otros dos candidatos a la presidencia,  Adolfo  Rodríguez  Saá y  Elisa  Carrió, revelaban también la pluralización ideológica en materia económica.  El primero, secundado por  Jorge  Benalcázar, subrayaba la importancia de retomar una senda de crecimiento con una negociación ofensiva de la deuda y un plan de inversiones para alentar el de sarrollo de las provincias ( La  Nación, 22/4/2003).  La segunda, acompañada por  Rubén  Lo  Vuolo, ponía el acento en la dimensión distributiva llamando a la generalización de un ingreso ciudadano para la niñez y los adultos mayores ( La  Nación, 2/3/2003).

Detrás de esta diversidad, algunos analistas percibían ciertos consensos básicos.  Para varios, más que un mérito del gobierno saliente o de los candidatos en campaña, este acuerdo reposaba en un doloroso aprendizaje de la sociedad.  Según  Laspina ( La  Nación, 11/5/2003), “ la sociedad ha alcanzado algunos consensos en torno de la estabilidad monetaria y el equilibrio fiscal que son irrenunciables”.  El eslabón perdido de todos los discursos de la campaña parece haber sido la cuestión federal y la restructuración del sistema tributario, algo prometido por todos los candidatos (con grandes diferencias), pero que no tuvo mayor continuidad.

 

La estabilización del consenso oficialista

Fuera por los grandes pilares establecidos durante la presidencia de  Duhalde o por la constancia y los ajustes planteados por el nuevo presidente, lo cierto es que los primeros años de  Kirchner presentaron a la vez la radicalización del discurso presidencial y la generalización de cierto consenso en materia económica.  Por un lado, las afirmaciones del flamante presidente se tornaron cada vez más confrontativas con los organismos internacionales, el establishment y los economistas ortodoxos al tiempo que se acercaba a los movimientos sociales y al movimiento obrero organizado.  Por otro, los resultados que se afirmaron durante estos años conquistaron el apoyo de gran parte de los economistas y no sólo de los más heterodoxos.

Más allá de los modales presidenciales, los analistas económicos de la realidad nacional confluyeron en la apreciación positiva de la situación en curso.  Para  Pablo  Gerchunoff (economista sindicado con la heterodoxia) y  Horacio  Aguirre, la gestión “no reniega de elementos de racionalidad económica, por más que el discurso presidencial parezca negarla por momentos” (2004: 28).  El sostén de un tipo de cambio real competitivo, la moderación fiscal y el equilibrio de las cuentas públicas, el superávit comercial y la reactivación del empleo despertaban un generalizado optimismo.

Si bien muchos tardaron en convencerse, hacia 2006, la mayoría de los analistas destacaban las virtudes de la nueva etapa.  Economistas de trayectoria y preferencias tan disímiles como  Roberto  Frenkel,  Miguel  Kiguel y  Miguel  Ángel  Broda destacaban los logros del gobierno.  Según el primero, “desde el punto de vista de la sostenibilidad del crecimiento las fuentes tradicionales que solían afectarlo están neutralizadas.  Este crecimiento tiene una base extraordinariamente robusta” ( La  Nación, 24/4/2006).  De acuerdo con  Kiguel, “no hay duda de que a pesar de los problemas, el balance de estos tres años es positivo” ( La  Nación, 24/5/2006).  Para  Miguel  Ángel  Broda, “con 17 trimestres consecutivos de recuperación, los indicadores económicos de la  Argentina muestran un de sempeño espectacular” ( La  Nación, 14/5/2006).  Hasta parecía haber lugar para los mea culpa.  Jorge  Ávila, uno de los principales defensores de la dolarización y de la banca off-shore, reflexionaba sobre la reestructuración de la deuda: “ Nunca pensé que fuera a salir. […]  El presidente tenía razón.  Me equivoqué; para mí el resultado fue una sorpresa” ( La  Nación, 4/3/2005).

Estas constataciones daban lugar a disquisiciones sobre el carácter ortodoxo o heterodoxo del nuevo gobierno.  De acuerdo con  Lucas  Llach ( La  Nación, 22/6/2003),

la política económica es ortodoxa en tanto y en cuanto respete cinco principios: el librecambio en el comercio exterior, una escasa intervención del  Estado en la economía, cuentas públicas en equilibrio o superávit, una inflación baja o nula – con reducida participación estatal en el mercado cambiario–  y un nivel de salarios que no amenace la rentabilidad empresarial.  Por primera vez en muchas décadas, la política económica argentina puede describirse como ortodoxa.

Dicho análisis se asemejaba – aunque con una valoración ideológica distinta–  al realizado desde el Cenda, un centro formado por jóvenes economistas de la  UBA que pasarían años más tarde a ocupar la cúpula del  Ministerio de  Economía:

El plan de  Lavagna parece ser similar en su esencia [al plan de  convertibilidad], sólo que en este caso la única política realmente activa y decidida está enfocada a mantener un peso subvaluado en términos reales para producir un cambio en la estructura de precios relativos.  En ambos casos, una vez establecida la política cambiaria […] hay que sentarse a esperar a que actúen en arreglo a sus propias leyes los mecanismos de mercado ( Costa y otros, 2004: 89-90).

Mientras los economistas de izquierda señalaban que las virtudes de la macroeconomía kirchnerista reposaban sobre el deterioro de los ingresos de la mayor parte de la población y sobre una política fiscal restrictiva, la relación entre demanda e inflación era el punto donde comenzaban a observarse, entre los heterodoxos, las primeras diferencias.  Para los más maduros, no había que alentar la demanda.  Daniel  Heymann ( La  Nación, 19/5/2006) señalaba que esta estrategia había sido atinada para sostener la recuperación, pero el impulso debía atenuarse progresivamente porque redundaría en un incremento de los precios.  Eduardo  Curia (asesor del gobierno durante su primera etapa),  Roberto  Frenkel y  Miguel  Bein planteaban argumentos semejantes ( Página/12, 5/1/2006;  La  Nación, 5/2/2006; e  Infobae, 24/11/2005, respectivamente).  Para los más jóvenes, en cambio, la inflación respondía en gran parte a una ofensiva empresaria para mantener o incrementar sus ganancias ( Cenda, 2006).  En este sentido, ubicándose en abierta confrontación con heterodoxos como  Frenkel y ortodoxos como  Melconian, se quejaban de las consecuencias que la perspectiva “demandista” tendría sobre el crecimiento económico y los ingresos de los asalariados.

Dentro de este concierto de voces celebratorias y de alertas moderadas, se demarcaba la voz de  José  Luis  Espert que, con un discurso más explícitamente ideológico, perseveraba en una crítica acérrima a la nueva administración.  A diferencia de sus colegas, este economista no se privaba de recordar el “setentismo” o “montonerismo” del nuevo gobierno, su cercanía con  Venezuela, el pragmatismo de  Néstor  Kirchner, que lo había acercado primero a  Menem para oponerse luego a él (véase  La  Nación, 11/12/2005).  Aunque reconocía el crecimiento, el economista fustigaba a un “populismo de izquierda” cuya única particularidad era la de haber sostenido el equilibrio fiscal.

En cualquier caso, en los albores del recambio presidencial, era evidente para los observadores de la realidad económica que nada hacía augurar situaciones dramáticas.  Según  Kiguel (24/5/2006), “hoy no hay indicios de que en el futuro cercano volvamos a sufrir una crisis macroeconómica similar a las que vivimos cada cinco o diez años en el pasado”.  El optimismo era semejante entre los empresarios.  A partir de una encuesta realizada por  Bernardo  Kosacoff en el coloquio del  Instituto para el  Desarrollo  Empresarial de la  Argentina ( IDEA), el encuentro de los más grandes empresarios del país, la opinión mayoritaria era que “no están todos los problemas resueltos, pero la economía argentina ofrece un nivel de previsibilidad muy superior a otras épocas” ( Página/12, 3/11/2006).

La confluencia entre los ortodoxos de antaño y los heterodoxos más maduros generaba nuevos agrupamientos y rupturas dentro del mundo de los economistas y no sólo en la  Argentina ( Bresser- Pereira, 2006).  Al menos en los debates económicos que aquí reconstruimos, el tono celebratorio de la mayoría de los analistas económicos apenas hacía lugar a las críticas de la izquierda.  Esta insistía en recordar que el éxito económico del kirchnerismo se asentaba en una fuerte translación de ingresos a favor de los sectores más altos que había acompañado a la salida de la convertibilidad y en una rentabilidad empresaria extraordinaria.

Aunque la inflación no dejó de ser relativamente elevada para los estándares internacionales (un promedio anual de 11%10 durante los años de  Néstor  Kirchner), otros logros opacaron su centralidad y, con ella, la figura del superministro de  Economía.  De hecho, con la salida de  Roberto  Lavagna, en noviembre de 2005, y durante las gestiones de sus sucesivos reemplazantes ( Felisa  Miceli hasta julio de 2007 y  Miguel  Peirano hasta diciembre del mismo año), este ministerio perdió la centralidad que había conquistado en la prensa.

Ahora bien, si la designación de  Felisa  Miceli constituyó una clara señal de ruptura con la figura del superministro (una “mujer” “militante” “que sonríe”, destacaban los medios), el oficialismo evitó laudar a favor de candidatos contrarios a los profesionales de la economía y los negocios.  Tanto en el final del gobierno de  Néstor  Kirchner como entre los posibles candidatos a acompañar a  Cristina   Fernández de  Kirchner predominaron perfiles industrialistas y hasta cercanos a ciertas preferencias del establishment.  Ante la accidentada renuncia de  Miceli, se mencionaba al presidente del  BCRA  Martín  Redrado como posible reemplazante (La  Nación, 17/7/2007).  También  Bernardo  Kosacoff era evocado para acompañar la candidata oficialista (Página/12, 9/11/2007).  Finalmente, cuando el oficialismo nombró a  Martín  Lousteau, los medios lo presentaron como un “joven brillante” (Clarín, 15/11/2007) y un “productivista de bajo perfil y defensor del dólar alto” (La  Nación, 14/11/2007).  Su designación fue bienvenida por la mayoría de los representantes del poder económico (Clarín, 16/11/2007).

Los años del kirchnerismo
Con claridad y atento a los matices, Los años del kirchnerismo reconstruye las distintas etapas de un período tan fundamental como polémico para arrojar luz y perspectiva a un presente en el que parece estar construyéndose, de la mano del gobierno de Cambiemos, una nueva hegemonía.
Publicada por: Siglo XXI
Fecha de publicación: 11/01/2017
Edición: 1a
ISBN: 978-987-629-765-3
Disponible en: Libro de bolsillo
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