viernes 29 de marzo de 2024
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«La vida secreta de las vacas», de Rosamund Young

 

Desde hace cuarenta años, Rosamund Young dirige una granja orgánica familiar en Inglaterra, donde los animales reciben un trato excepcional. Fruto de la observación y las anécdotas recopiladas durante años, nace este libro único, divertido y muy personal que pone de manifiesto todo lo que ignorábamos de esas criaturas.

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

Las vacas suelen tomar decisiones acertadas

Tal como he mencionado anteriormente, Bonnet, la hija primogénita de la Vieja Fat Hat, parió once terneros, entre los cuales destacan Roan Bonnet, Little Bonnet, Peter Bonnetti y Gold Bonnet. Al primer ternero de Roan Bonnet lo llamamos Arzobispo de Durham. Por la razón que fuera, Roan Bonnet no se tomaba la maternidad demasiado en serio y, a pesar de que le ofrecía la mayoría de los cuidados propios de una madre (lo amamantaba, lo lamía y permanecía a su lado), su actitud hacia el pequeño era un tanto indiferente, no se mostraba nada protectora y producía muy poca leche.

En consecuencia, Durham era emocionalmente equilibrado pero bastante menudo, y crecía muy despacio. Decidimos darle un extra de comida, y teniendo en cuenta que estábamos a fines de otoño y que no había buen pasto, una vez al día le dábamos cebada de cosecha propia, siempre un par de horas más tarde que al resto del ganado para que pudiera ingerirla con calma. Durham pronto aprendió a distinguir no ya entre hombres y mujeres, sino incluso entre dos hombres de estatura similar. Nunca pedía alimento dos veces a la misma persona en un mismo día, pero si se le acercaba alguien distinto, se empleaba a fondo para fingir que nadie lo había alimentado en toda la jornada; el truco le funcionaba a menudo. Después de Durham, Roan tuvo al Conde de Warwick y, más tarde, al Duque de Lancaster, que es el protagonista de otra anécdota (ver pág. 136).

Nuestros años de experiencia nos han enseñado que las reses suelen tomar decisiones muy acertadas, siempre y cuando se les proporcionen buenas condiciones de vida. Necesitan tener acceso permanente al cobijo y también al agua potable y a una buena alimentación, no padecer de estrés y disfrutar de cierta estabilidad. Hemos comprobado que cuando insisten en permanecer al aire libre en los pastos en pleno invierno, o cuando a mediados de junio y con un tiempo aparentemente estable vuelven a casa y nos piden que las dejemos entrar a cubierto, suele ser por una buena razón y debemos hacerles caso. Una noche de junio volvieron de los pastos momentos antes de una lluvia torrencial que nos tomó por sorpresa a todos menos a ellas. Unas horas más tarde, hacia la una y media de la madrugada, el tiempo se estabilizó y decidieron que era hora de volver a pastar. Nos lo comunicaron vociferando con tal ahínco que casi despiertan a todos los pueblos vecinos. Decidimos hacerles caso y levantarnos, y mientras las llevábamos a algún pasto más interesante, un policía atónito nos dio el alto y nos preguntó qué estábamos haciendo a esas horas. Por un instante nos sentimos tentados de hacerle una broma y decirle que estábamos sacando al rebaño a pasear y que lo hacíamos cada noche.

Ya he mencionado la importancia de que los animales tengan acceso permanente al cobijo. Puede tratarse de un árbol, de la ladera de un monte, de un muro o de un establo. Sin embargo, el cobijo más importante y versátil para un animal es un seto.

A lo largo de los siglos, muchos escritores han dedicado algunos de sus mejores versos a la utilidad de los setos. Cada viejo seto esconde una historia y basta con inspeccionarlo para averiguar cuándo fue plantado, y tampoco resulta difícil deducir por qué decidieron colocarlo precisamente en aquel lugar.

No exagero cuando afirmo que el hecho de eliminar setos vivos es un auténtico disparate. Los miles de kilómetros de setos que han sido destruidos no sólo han conllevado un empobrecimiento visual, sino que con ellos han desaparecido también el blanco, el ámbar y el sinfín de tonalidades rosadas de las flores que caían en cascada desde sus ramas más elevadas durante los meses de mayo y junio, y que más tarde se convertían en bayas de distintos colores. Son incontables las especies que dependen de estas «breves hileras de bosque juguetón y asilvestrado», tal y como las definió Wordsworth. A los pájaros les brindan dormitorios en las alturas y huecos escalonados donde anidar, por no mencionar la despensa invernal gracias a la cual pueden sobrevivir a los meses más fríos del año. Un seto de una cierta edad los provee de escaramujos, ciruelas silvestres, bayas de saúco, manzanas silvestres, bayas de espino, frutos secos, endrinas, bellotas, sámaras de fresno y bayas de madreselva. Todo tipo de animalitos asustadizos encuentran en los setos el refugio perfecto, además de la posibilidad de escabullirse con facilidad bajo la falda espinosa de una zarzamora y escapar de un tejón voraz. Conejos, lirones y ratones de campo encuentran allí escondrijo, y los vulnerables pájaros que anidan a ras de suelo tienen más posibilidades de sobrevivir.

En nuestra granja plantaron dos hileras paralelas de seto vivo a cada lado de los tres metros de ancho del camino que la atraviesa. Cuando nos instalamos aquí, los setos eran gruesos y robustos y medían unos tres metros y medio de alto. Ahora, treinta años más tarde, miden más de diez metros y se inclinan sobre el camino hasta unirse y formar un arco con aspecto de establo que invita a los animales a refugiarse. Todas las vacas saben encontrar este establo y recurren a él tanto para cobijarse de los rigores del invierno como para tomar el fresco durante la canícula veraniega.

Lidiar con la lluvia forma parte de las reglas del juego, pero no siempre resulta fácil hacerlo del todo bien. Un grupo de reses maduras es capaz de soportar grandes cantidades de lluvia y, de hecho, lo hace sin inmutarse. En los rebaños en los que animales adultos conviven con terneros muy jóvenes, algunas madres primerizas no siempre comprenden que sus retoños necesitan una mayor protección, pero las vacas más maduras y listas siempre saben lo que hay que hacer y llevan a sus terneros al establo o a cobijarse, ya sea bajo un árbol o cerca de un seto vivo.

Algunas ovejas que ya han alcanzado la edad adulta y cuya lana es impermeable parecen disfrutar con los vientos gélidos. Tanto es así que en ocasiones buscan el rincón más elevado y desprotegido de la granja para disfrutar del frío, pero detestan las lluvias intensas. En cambio, cuando van acompañadas de sus retoños deben tener más cuidado. Durante sus primeras semanas de vida, los corderos pueden ser muy delicados y, a pesar de que la mayoría puede aguantar el frío y la lluvia, el esfuerzo de hacer frente a las inclemencias del tiempo les consume buena parte de la energía que obtienen de la leche materna. En consecuencia, conviene proporcionarles un buen cobijo, tanto por el bien de los animales como por razones económicas.

En general, hemos podido constatar que los corderos son aún más inteligentes que los terneros a la hora de buscar lugares donde cobijarse cómodamente. Los más jóvenes suelen hacerse con una lámina de heno o corren para resguardarse bajo un cobertizo o cualquier otro techo improvisado. Si no encuentran nada que los convenza, harán todo lo posible por encontrar una solución, ya sea subiéndose a un tocón o a un tronco cortado, metiéndose dentro de un árbol hueco o bien trepando al lomo de su madre con tal de estar más secos y cómodos que en el suelo.

Esta toma de decisiones constante a la que se ven obligados los animales también incluye la elección de la comida. El hecho de mordisquear y alimentarse de toda clase de pastos, hierbas, flores, setos y hojas de árboles proporciona a sus dietas los oligoelementos necesarios en las cantidades que consideran apropiadas; nosotros no sabríamos tomar decisiones nutricionales con tanto acierto.

Todos los animales son seres individuales. El hecho de establecer una alimentación única puede favorecer a la mayor parte del rebaño, pero en nuestra granja siempre hemos tenido muy en cuenta a las minorías. Dejar que los animales decidan por sí mismos no sólo es más acertado y eficaz, sino que resulta más barato. Hemos visto cómo vacas y ovejas comían plantas poco habituales en cantidades ingentes. Las vacas pueden atiborrarse de ortigas picantes de un aspecto oscuro, terrorífico. Las ovejas prefieren las cabezas punzantes de los cardos o las hojas alargadas y gruesas de la acedera, especialmente justo después del alumbramiento, cuando sus reservas de energía se encuentran en niveles inferiores al mínimo. Es el momento en el que necesitan tener acceso a buenos pastos naturales.

Jamás he visto que una oveja pase toda una jornada sin comer, pero las vacas suelen ayunar un día o dos después de tener un ternero. Mi experiencia me demuestra que, en ese mismo periodo, las ovejas recién paridas comen con mayor avidez y concentración que nunca, puesto que saben que deben producir suficiente leche para satisfacer a sus insaciables crías. Las vacas, sin embargo, y sobre todo en el caso de que su becerro sea pequeño, saben que disponen de una reserva de leche y pueden pasarse los primeros dos días descansando acurrucadas con su retoño bajo la copa de un árbol. Es posible que pazcan un poquito por la tarde, pero mucho menos de lo que es habitual en ellas.

Un hecho que hemos observado y que nos complace en particular es que aquellos animales que han sufrido algún tipo de lesión ingieren grandes cantidades de sauce. Nuestra sospecha es que eso tiene relación con los orígenes de la aspirina. Si las hojas no están a su alcance, nosotros nos encargamos de cortar algunas ramas y llevárselas a quienes las necesitan. Siempre las reciben con entusiasmo e incluso siguen comiéndolas durante varios días consecutivos. Cuando sienten que ya no las necesitan, simplemente se van a otra parte.

Desdémona II, la nieta de Dizzy, o Desdémona Blanquinegra, tal como la llamamos habitualmente, prefería los pastos a cualquier otro tipo de alimento. En verano, cuando nació, el pasto era abundante, pero con la llegada del invierno las cosas se complicaron. A pesar del frío, que podía llegar a ser glacial y que hacía que las demás vacas estuvieran encantadas de quedarse en los establos, Desdémona salía a la puerta y nos miraba fijamente hasta que comprendíamos qué deseaba y se la abríamos. Si se lo permitíamos, era capaz de alejarse más de medio kilómetro y pasar los días paciendo sola, aunque de vez en cuando se acercaba a una distancia prudencial de las ovejas, que también preferían estar afuera con independencia de las condiciones meteorológicas. Se negaba rotundamente a comer heno, paja, cebada o manzanas, no quería más que pasto. No hace falta decir que en invierno no engordaba con lo que pacía, aunque se mostraba satisfecha y cada tarde volvía a paso tranquilo y nos pedía que la dejáramos entrar para pasar la noche con su madre, su hermana, su abuela y sus primas. El invierno siguiente aprendió a comer heno, pero seguía prefiriendo el pasto y pasaba la mayor parte de los días paciendo a pesar de las inclemencias del tiempo.

Si no se sienten bien, los becerros suelen guardar cama. Aun cuando sus madres salgan a pastar y los llamen para que las sigan, la mayoría se quedan donde están y las obligan a volver con regularidad para asegurarse de que todo va bien. Uno de los ejemplos más ilustrativos del sentido común de las vacas fue el caso de Chippy Minton.

La madre de Chippy era primeriza y una mañana de diciembre lo llevó a pacer a los campos, pero él decidió que el calor del establo le convenía más. Con tan sólo seis días de vida, Chippy se alejó de su madre y del resto de la vacada y emprendió el camino de vuelta a casa, un trayecto de más de medio kilómetro. Afortunadamente, lo vimos bajar la colina y pudimos ponerlo a cubierto. Había tomado frío y tenía diarrea, por lo que necesitaba rehidratación y cuidados de enfermería. Fue en aquella época cuando le tomó el gusto al cepillado: detestaba irse a dormir con las patas llenas de barro.

La vida secreta de las vacas
Rosamund Young dirige una granja orgánica familiar en Inglaterra, donde los animales reciben un trato excepcional que pondrá de manifiesto todo lo que ignoramos de esas hermosas criaturas.
Publicada por: Planeta
Fecha de publicación: 07/02/2018
Edición: 1a
ISBN: 978-950-731-943-3
Disponible en: Libro de bolsillo
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