viernes 29 de marzo de 2024
Cursos de periodismo

«Piénsalo”, de Tomas Balmaceda

Seguramente alguna vez se te cruzaron por la mente preguntas “existenciales”: ¿qué es la vida?, ¿por qué morimos?, ¿qué es el amor?, ¿la felicidad es una ilusión?, ¿hay realidades paralelas?, ¿los sentimientos son mentales?, ¿qué nos define como personas?, ¿existe dios?… De estas preguntas nace Piénsalo, un recorrido por los 10 hits de la Filosofía desde sus orígenes hasta hoy.

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

Caso 9 – Dios

¿Existe algo así como un dios?

¿Por qué siempre los seres humanos hemos creído en la existencia de un ser superior?

Todo lo que descubro en la Naturaleza tiene un perfecto equilibrio, ¿eso es una prueba de que dios existe?

¿O tenemos que asumir que se trata de una gran casualidad?

¿Podría ser que ese mismo dios implantó en nosotros la idea de su existencia?

¿Conocer la existencia de dios es necesariamente un acto de fe?

¿O podría ser que la ciencia nos ayude a determinar el asunto?

¿Y si los supuestos dioses no son sino seres diferentes de los humanos que aún no descubrimos o no se nos revelaron?

Hace muchos años, mientras estaba de vacaciones con unos amigos, una noche nos sorprendió una tormenta en el medio de la playa, junto al mar. Estábamos lo suficientemente lejos de la ciudad como para que no fuese posible encontrar reparo. Todavía hoy tiemblo cuando recuerdo aquellos truenos ensordecedores y los rayos que iluminaban las ráfagas de viento. Me costaba muchísimo ver —soy miope y tengo astigmatismo, así que incluso con lentes no tengo buena visión si no hay mucha luz—, y caminaba tanteando el terreno en la arena mojada. Teníamos que gritarnos porque sólo escuchábamos el sonido de las olas rompiendo. Empapado, y totalmente desprotegido, sentía miedo. Recuerdo no haber pensado en dios, ni haberle pedido que hiciera que saliera el sol, sino en que era la clase de situaciones en las que la potencia de la naturaleza puede llevarnos a sospechar que debe haber algo más allá de nosotros mismos…

¿Quién podría sorprenderse entonces si naciera en nosotros la necesidad de rezar para que la situación se detenga?

¿Cómo hacían en la Antigüedad para resistir la tentación de creer que esos rayos poderosísimos no eran descargas naturales, sino que el mismo Zeus los arrojaba?

Parece bastante seguro que la gran mayoría de los hombres y mujeres que pisaron este mundo se enfrentaron alguna vez con la incógnita de la existencia de dios. Están los que de inmediato dirán que es evidente que hay un ser superior, y enfrente los que rechazarán de plano la idea. Pero también, muchos querrán pensar por qué deberíamos creer en una cosa o en la otra.

Existen miles de testimonios de conversiones religiosas, ese momento en que alguien se vuelve creyente. En ocasiones se trata de revelaciones, como arbustos en llamas que no se consumen o voces que se oyen desde el cielo llamándonos por nuestro nombre. También están los que presencian o son protagonistas de un milagro: una recuperación inesperada o un episodio que no tiene explicación científica. En todos los casos, hay algún elemento sobrenatural involucrado que, seamos sinceros, simplifica las cosas a la hora de ponernos a creer en una entidad superior. Y no sólo eso, en la mayoría de los casos este ser es benévolo y quiere nuestro bien. Para los que no somos creyentes, estos casos nos despiertan un poco de envidia… ¡qué fácil sería si hoy a la noche, antes de dormir, una aparición inesperada nos confirmara que hay una realidad diferente a la nuestra que nos espera una vez que abandonemos este plano terrenal! Incluso se podría decir que es bastante injusto: ¿por qué a algunos se les hace tan fácil la fe con un milagro o una intervención divina y al resto se nos pide tener fe sin ver ni experimentar nada extraordinario?

¿Cuál es el valor de creer en dios si éste se te aparece y te pide algo? Vale mucho más creer sin haber visto.

Con tantas personas durante la historia preguntándose si dios existe, entonces es fácil entender por qué tantos filósofos y filósofas se dedicaron a este tema, que ocupa miles y miles de páginas y que seguramente en el futuro seguirá siendo motivo de preocupación. En ocasiones se confunden estas reflexiones filosóficas con la teología. Entre sus muchas diferencias, creo que la crucial es ésta: la teología tiene como punto de partida la existencia de dios. Para los teólogos esto es un hecho y a partir de allí se ponen a reflexionar muchas cuestiones que se derivan de este dato. Los filósofos, en cambio, nos ponemos a pensar sin esa certeza y no vamos a aceptar nada si no contamos con argumentos confiables o evidencia comprobable. En esto se puede decir que la fe —en tanto no necesita comprobación y se basta a sí misma— se opone a la razón. Podemos sentir muy dentro nuestro que dios existe, que lo conocemos y que él nos conoce. Pero eso no alcanza para convencer a otros de que esto es cierto. En la mayor parte de los casos, nuestras creencias están moldeadas por la influencia de nuestros padres y la cultura en la que nacimos y crecimos, que explican por qué somos, por ejemplo, católicos o judíos, pero no musulmanes. Y seguramente seríamos musulmanes o budistas de haber crecido en otro sitio o en otro momento histórico. No hay nada malo en eso y nadie debería recriminar a otro por sus creencias. Simplemente que a la filosofía no le sirve la fe. Los filósofos necesitamos algo más, necesitamos buenas razones que nos convenzan de que algo es cierto, ya sea por medio de argumentaciones o de alguna prueba empírica.

La filosofía no es la única que se interesó por la existencia de dios. Se puede analizar este fenómeno desde la antropología, la sociología o, incluso, desde la biología, ya que existen científicos que sospechan que como especie humana podemos tener inclinaciones naturales a creer en una entidad superior. Pero las diversas formas que puede adoptar un dios o la práctica religiosa es un terreno vasto y complejo, difícil de abarcar, que requeriría mucho tiempo y espacio para explicarlo; no sería fácil. Nos vemos obligados entonces a hacer un recorte sobre esta cuestión, a enfocarnos en algunas temáticas y a dejar afuera otras. Vamos a pensar acerca de si es posible demostrar la existencia de dios sin apelar a la fe o a una revelación divina y si nos puede bastar nuestro pensamiento, nuestra experiencia y, ¡quizá!, la ciencia para hacerlo. Y dejaremos de lado pequeñísimos detalles como:

  • ¿Dios es una entidad eterna o una que nació en algún momento y sigue vivo desde entonces?
  • ¿Dios es material o inmaterial?
  • ¿Existe el tiempo para él?
  • ¿Es hombre, mujer u otra cosa?
  • ¿Hay un único dios o existen varios dioses?
  • ¿Si dios existiera, podríamos llegar a conocerlo o es tan distinto a nosotros que jamás podríamos comprenderlo?
  • ¿Nos espera dios en algún lado luego de la muerte?
  • ¿Sabe dios cómo serán las cosas en el futuro?
  • Y de saberlo, ¿cómo se supone que soy libre si hay un ser que conoce de antemano mis elecciones y acciones?

¡Qué difícil!

Vamos a pensar si es posible saber si dios existe sin recurrir a él.

Por eso, cuando analicemos argumentos a favor de la existencia de dios evitaremos pensar que estamos hablando de Jehová, Jesús, o de cualquiera de las representaciones que nosotros hoy consideramos como las tradicionales. Vamos a hablar de dios con minúscula, y no de Dios con mayúscula, para que no queden dudas.

  • • •

Si se instauraran los Premios Oscar a la Filosofía —ojalá que nunca pase y ojalá que, si eventualmente pasara, le cambien el nombre por algo más canchero— en la categoría “Mejor argumento”, sin duda, quería ternado el argumento ontológico de Anselmo, una verdadera joyita del pensamiento occidental que se mantiene como uno de los esfuerzos intelectuales más importantes por demostrar la existencia de dios de manera racional. Anselmo lo presentó por primera vez en un tratado llamado Proslogium que escribió entre 1077 y 1078, cuando ya era Obispo de Canterbury, en plena Edad Media. No sabemos si a este buen hombre alguna vez le falló la fe en la existencia de dios, pero sí que se tomó el trabajo de tratar de dejar en claro que se podía prescindir de ella para demostrar que era necesario que dios existiera y que esto se trataba de una verdad universal. Todo el argumento está basado en la naturaleza de cómo debe ser dios. Y el estudio de la naturaleza de las cosas es lo que llamamos ontología, por lo que el argumento de Anselmo suele ser conocido como el argumento ontológico, aunque es una denominación que se podría aplicar a cualquiera que recurra a la vía de la naturaleza de un objeto o entidad. Lo que sucede es que el argumento de este Obispo del siglo XI es el más conocido de todos (es por eso que se merece la nominación a nuestros Premios Oscar a la Filosofía), y se basa en qué piensas tú y el resto de los hombres y mujeres acerca de qué es dios. Como te imaginarás, nunca nos vamos a poner de acuerdo en los detalles, ya que hay muchísimas religiones que creen que dios es de una forma específica y rechazan vehementemente que sea de otra (es lamentable reconocer que desde tiempos antiguos millones de personas han muerto por guerras surgidas por el choque de la fe y es probable que otras tantas sigan muriendo en el futuro). Debemos, entonces, pensar en qué características podría tener para no generar controversias. No podrían ser, por ejemplo, su género, su edad o su vínculo con los seres humanos. No es una tarea fácil, pero este filósofo lo resolvió de una manera muy ingeniosa. Pasemos al siguiente párrafo para saberlo.

Para Anselmo, dios es la mejor cosa que podamos imaginar. Tan simple como eso.

Mejor que Lady Gaga, los Rolling Stones o Los Beatles. Mejor que el auto con el que siempre soñaste, o con esa casa que sueles ver en Instagram y que tiene una cocina gigante que parece que no se ensucia con nada. Dios es mejor que comer pizza de anoche en el desayuno, que salir a bailar y encontrarte con el que te gusta o dormir la siesta mientras afuera llueve. Así de simple, dios es lo mejor que podemos imaginar. Anselmo pide que aceptemos esto, que dios es lo mejor que podemos concebir, que es imposible que pensemos en algo mejor que eso. Y si reconocemos esto, Anselmo nos dirá que entonces estamos obligados a reconocer que dios existe. ¡Epa! ¿No estamos yendo muy rápido? ¿Cómo es que pasamos de creer que dios es lo mejor que podemos pensar a sentirnos obligados a reconocer que existe? Es que para Anselmo las cosas solo pueden existir de dos modos: siendo imaginarias o siendo reales. Las cosas imaginarias son los unicornios, los centauros y los sueldos que nos permiten llegar holgadamente a fin de mes. Las cosas reales también podemos imaginarlas, pero además existen en el mundo, como la pizza de anoche que quedó en la heladera y que vamos a robar en el desayuno o la lluvia que cae a la hora de la siesta. Y, para este filósofo, existir en la realidad y en la mente es mejor que existir en la mente y no en la realidad. Esto también parece ser razonable: cuando nos despertamos con hambre realmente queremos que la pizza que queremos comer no esté solo en nuestra mente sino también en la heladera. Una tarde de lluvia, la agenda libre y la cama lista para dormir es una gran idea, pero es mucho mejor si es realidad. Esto es todo lo que se necesita. Avancemos al párrafo siguiente.

Si definimos a dios como la mejor cosa que podemos imaginar, debe tener todas las condiciones de aquello que es mejor.

Y la existencia en la realidad, además de en el pensamiento, es una de ellas. Entonces, ya que dios es la mejor cosa necesariamente debe existir. Se trata de un motivo ontológico, porque depende de la naturaleza de dios, en cómo lo definimos y en que consideremos que existir en la realidad es mejor que existir sólo en el pensamiento. No se trata de condiciones insólitas o estrambóticas y por eso el argumento de Anselmo se mantiene, casi mil años después, como tan relevante, es una invitación a pensar a la que pocos se resisten. Si imaginamos que dios es la mejor cosa posible y no puede haber nada mejor, entonces… ¡debe existir! La existencia de dios es necesaria, no importa si tenemos fe o no.

Pasando en limpio todo lo dicho, el argumento ontológico tiene cuatro pasos:

  • El primero es admitir que dios es lo mejor que podemos imaginar.
  • El segundo, es que las cosas pueden existir en nuestra mente o en nuestra mente y en la realidad.
  • El tercero, que las cosas que existen en la mente y en la realidad son mejores que las cosas que existen solo en nuestra mente.
  • El paso tercero, nos conduce al cuarto: todo esto indica que, si dios existiera únicamente en nuestra mente, no sería lo mejor que podemos imaginar. Por lo tanto, concluye Anselmo, dios debe existir en nuestra mente y en la realidad.

Una de las cosas que más le gustó a Anselmo del argumento que había creado es que es un misil que va dirigido contra todo aquel que alguna vez dijo que no hay dios. Esto es un absurdo, cree él, porque negar a dios implica pensarlo de algún modo, tener una idea de él (que, como vimos, seguramente implique que dios es lo mejor que podamos imaginar) y esto significa ya tener a dios de cierta forma. Es por esto que, tanto el creyente como el ateo, en el fondo, creen que dios existe, pero necesitan que alguien se lo clarifique.

Durante un tiempo este pequeño argumento estuvo blindado a las críticas y se creyó irrefutable. Y fue un auténtico hit: gran parte de los filósofos de la escolástica lo defendieron y retomaron, como Alberto Magno, Juan de Fidanza (llamado también san Buenaventura) y Juan Duns Escoto. Pero también hubo críticas. Luego de haber leído Proslogium, un monje llamado Gaunilo de Marmoutiers, escribió un pequeño libro en el que se aseguraba que esa línea de pensamiento habilitaba a que cualquier cosa genial existiera. Por ejemplo, si puedo pensar en una isla perfecta en la que el clima siempre es el ideal, el paisaje es bellísimo y el mar es calmo, esa isla genial debe existir en la realidad. Para él, esa línea de razonamiento servía para probar la existencia de literalmente cualquier cosa perfecta. Para Gaunilo, si puedo pensar algo existente como no existiendo, también puedo pensarlo a dios como no existiendo. Y si no puedo pensar a dios como no existiendo, esta imposibilidad no es exclusiva de dios. Por lo tanto, aceptar el argumento de Anselmo es probar la existencia de cualquier cosa que entendamos que es la más perfecta que se pueda pensar en su género, como la isla más perfecta que pueda pensarse.

Anselmo leyó esta crítica y no tardó en responder: ninguna isla es tan perfecta como es dios, y es la naturaleza de dios la que vuelve necesaria su existencia. Solamente dios es tal que puede tener una definición de “dios es aquello mayor que lo cual nada puede pensarse”. A las islas, las pizzas y las siestas se las puede pensar como no existiendo nunca ni en ningún lugar (¡un mundo sin pizza no tendría sentido!). Pero dios es aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, por lo tanto, debe ser pensado como existiendo siempre. La inexistencia del ser mayor que el cual no puede pensarse no es posible, porque entonces no sería lo mayor que puede pensarse.

Antes de seguir, vuelvo sobre una advertencia que ya hice antes, pero que es importante recordar. No hay que asustarse si tantas palabras te marean y sientes que no entiendes de qué están hablando estos filósofos: los argumentos de este estilo se basan en la precisión con la que se enuncian y hay que leerlos muchas veces y hacer el esfuerzo por comprender qué significa cada término. Una mirada rápida te puede hacer creer que estamos frente a simples giros del lenguaje. Lo cierto es que son razonamientos complejos y muy precisos.

A pesar de sus altas expectativas, y la respuesta que elaboró contra Gaunilo, no todos están convencidos de que el argumento de Anselmo sea infalible (un pequeño spoiler: nada en filosofía lo es). Su problema principal es que hace trampa:

le agrega a la definición de dios lo que requiere para ser necesario, por lo que quiere demostrar que existe aquello que da por sentado que existe. Uno de los grandes críticos de este razonamiento fue Immanuel Kant, quien trabajó en derribar todas las demostraciones clásicas de la existencia de dios —que dividió en dos clases, las cosmológicas, que se basan en la existencia de entes sensibles, como la que veremos en el caso de Tomás de Aquino, y las ontológicas, que se basan solo en las ideas de la razón— pero se tomó especial trabajo con el argumento ontológico, ya que lo creyó un digno oponente para su visión del mundo.

Por un lado, para Kant, del hecho de que en el concepto de dios esté incluida la noción de su existencia, no se deduce que dios exista en la realidad. Que la idea “del ente perfectísimo” contenga todas las realidades posibles, no obliga a que tenga existencia real, ya que nada puede ser la razón suficiente de su propia existencia en el plano real, por la misma razón por la que nada puede ser causa de sí mismo. Se trata de una consecuencia de la manera en que Kant entendía en ese momento las relaciones causa y efecto. Por otro lado, para Kant, el ser no es un predicado real de la esencia, sino el nexo entre dos predicados o la posición absoluta de una cosa. Cuando yo digo, por ejemplo, “La pizza es rica” sólo hay dos conceptos en esa proposición: “pizza” y “rica”. Para él, “es” no es un predicado, sino aquello que relaciona el sujeto “pizza” con el predicado “rica”. Así, cuando digo “dios es” o “existe dios”, no le estoy agregando nada al concepto “dios”, sino que se establece que es un sujeto posible de sumar predicados.

El caso que usa para ilustrar esta objeción es muy conocido e involucra táleros, la antigua moneda de lo que hoy conocemos como Alemania. Para él, cien táleros reales en mi bolsillo no poseen en absoluto mayor contenido que cien táleros posibles en mi mente. En efecto, si los táleros que tengo en mi bolsillo tuvieran mayor contenido que los de mi mente, no podría decir que la definición de los cien táleros en los que pienso no son los cien táleros que tengo en el bolsillo.

Esto implicaría que mi concepto no expresaría el objeto entero, ni sería, consiguientemente, el concepto adecuado del mismo. Si se pone el sujeto, necesariamente se pone el predicado o si no caeríamos en una contradicción. Pero si se quita el sujeto, también se quita el predicado sin que haya contradicción, por lo que sería absurdo hablar de un sujeto necesario cuya necesidad haga referencia a su posición en la realidad. Por ejemplo, no existe un triángulo si yo elimino que tenga tres ángulos. Pero, si suprimo el triángulo y sus tres ángulos, no hay ninguna contradicción. Eso mismo es lo que ocurre con la idea del ente necesario, si se suprime su existencia, se suprime la cosa misma con todos sus predicados y no hay contradicción. Cuando alguien dice que dios no es o que no existe, tal como hacen los ateos, se niegan también todos sus atributos; entonces, no hay obligación de pensar que tiene que existir. Para Kant no es posible la noción de existente necesario, es decir, del ente cuya esencia implica su existencia.

La objeción de Kant es considerada una de las más importantes en la historia del argumento ontológico, ya que es un rechazo a cualquier prueba de la existencia de dios sobre la base de su naturaleza o concepto. Según él, todo posible intento de demostrar la existencia de dios termina en agnosticismo, aunque es importante señalar que Kant era un gran creyente y que dios es el sostén necesario de su moral. Lo que este pensador alemán no compartía era esa posibilidad de demostrar racional o lógicamente su existencia.

Piensalo - 10 Casos para la Filosofia
Un recorrido por los 10 hits de la Filosofía desde sus orígenes hasta hoy
Publicada por: Ediciones Lea
Fecha de publicación: 05/01/2019
Edición: 1a
ISBN: 9789877186086
Disponible en: Libro de bolsillo
- Publicidad -

Lo último