jueves 28 de marzo de 2024
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Escrache al escrache

El escrache es un invento argentino. Wikipedia lo define como “la denuncia popular contra personas acusadas de violaciones a los derechos humanos”.  Viene del lunfardo escracho que quiere decir cara y por consecuencia el verbo remite a la idea de “golpear a una persona particularmente en la cara”. Fue una metodología creada por la agrupación HIJOS para señalar a los represores que en la década del noventa gozaban de impunidad. Desde aquellas movidas de acción directa a este modo patotero de increpar e insultar a los ex o actuales funcionarios hay un abismo.

“Si no hay justicia, hay escrache”. La idea de los chicos de HIJOS era sencilla y eficaz, denunciar a quienes habían secuestrado, torturado y asesinado pero no rendían cuentas de sus actos gracias a las leyes del perdón y el indulto. Cuando se removieron esos impedimentos y los represores comenzaron a desfilar por tribunales.  Y lo lograron.  Hubo pintadas, sentadas y movilizaciones que “les hicieron dar la cara”.

Con la crisis del 2001 el escrache cambió de objetivo y se transformó en una herramienta de cuestionamiento a dirigentes políticos de casi todos los partidos. Eran los tiempos del “que se vayan todos”. En la práctica no se fue nadie. La vuelta de los escraches hizo su aparición en los tiempos de “la grieta”. Y tuvo su paroxismo en la pelea entre el gobierno kirchnerista y las entidades del campo. Piqueteros oficialistas escracharon a la Sociedad Rural y su presidente Luciano Miguens, recibió algunas patadas cuando lo sorprendieron caminando por el centro porteño. Por esos días, un centenar de miembros de la tradicional Sociedad Rural de Rosario atacaron la casa del entonces diputado Agustín Rossi. Allí estaban su mujer y sus hijos. Hubo muchos episodios más desde Felipe Solá a Domingo Felipe Cavallo. También lo sufrieron media docena de periodistas en un insólito juicio popular organizado por Hebe de Bonafini en Plaza de Mayo.

En todos los casos, en la Argentina del doble estándar hay escraches buenos y escraches malos. Todo depende del grado de simpatía que el personaje escrachado le provoque a quien le toca juzgarlo. Algunos medios de comunicación hacen un culto de esa interpretación. Hay escraches justificados y otros que constituyen un ataque al honor y la integridad de las personas.

Ahora le tocó al ex Secretario Legal y Técnico y candidato a vicepresidente, Carlos Zanini. Primero en la cancha de Boca y luego en un vuelo a los Estados Unidos. Cuando el Estado de Derecho está consolidado y los ex funcionarios desfilan por tribunales. Cuando un mismo juez no duda en imputar a la ex presidente y también al actual, los escraches están cada vez más lejos de un acto de libertad de expresión y más cerca de un gesto cobarde y antidemocrático.