Por más de tres años, los argentinos venían soportando la recesión más prolongada de la historia de su país.
La pobreza había aumentado más del 12% durante ese período y el desempleo era récord, con tres de cada 10 trabajadores desempleados.
El gobierno de Fernando de la Rúa, que había asumido hace dos años, enfrentaba un durísimo dilema: gracias a una ley aprobada una década atrás, que ataba el valor de la moneda argentina -el peso- al dólar, la demanda por billetes verdes había superado ampliamente la capacidad del país sudamericano de generar esas divisas.
Con su economía estancada y un peso caro y poco competitivo, Argentina dependía cada vez más de la financiación extranjera: el 97% de su deuda externa era en dólares.