A finales de marzo de 2023 Jacob & Co. puso a la venta el reloj más caro del mundo: 20 millones de dólares (18,2 millones de euros al cambio actual) por un Billionaire cuajado de diamantes amarillos, de los más raros que escupe la naturaleza. No tardaron en llegar solicitudes de cinco potenciales compradores, según informa la marca, si bien ninguno se ha decidido aún a adquirirlo. Otra historia: una joyería con solera de Marbella ha vendido este año un Patek Philippe por 2,4 millones de euros a un cliente extranjero, un récord para el ejercicio en curso de ese comercio.
Existe una mística sobre la riqueza fabricada por los culebrones, los realities de gente que lleva vidas despreocupadas y vive en casas enormes y los números que ocupan a diario la prensa redondeando sueldos de CEOs, estrellas de Hollywood o futbolistas. Pero luego existe la súper riqueza, un mundo cuyo mayor privilegio es, precisamente, permanecer invisible. Un estatus que pulveriza cualquier marca que el ciudadano medio pueda tener sobre lo que es caro y que habita sus propios espacios. No coincidirá con ellos en restaurantes, pues suelen tener clubes privados donde siempre hay una mesa para ellos. Tampoco en tiendas de lujo, pues los VIC (siglas de Very Important Client en inglés) tienen sus propios reservados y horarios. Mucho menos en un ascensor: un edificio cuyos inquilinos poseen inmensas fortunas cuenta con ascensores privados de acceso a cada apartamento, que pueden ocupar varias plantas enteras. La mística real es la siguiente: el mundo de estos súper ricos jamás se cruzará con el de un ciudadano de a pie… por muy rico que este se crea.