Aunque no se agote la algarabía por la tercera copa mundial y al calendario todavía le quede una semana, el 2023 político empezó en el momento exacto en que el colectivo que transportaba a los campeones se desvió del itinerario anunciado por la AFA y enfiló hacia Parque Roca para evacuarlos en helicópteros. El acontecimiento expuso un festival de internas y mezquindades que prometen marcar la campaña electoral que viene y vino a confirmar que algo se atrofió en el poder, incapaz de encauzar algo tan ecuménico como la gira triunfal de la Selección. Dos días después, la misma 9 de Julio ya estaba otra vez copada por el conflicto social y el dólar blue acariciaba otro récord nominal.
El año empezó este martes también en otro sentido. Así como el Mundial congeló por un mes las tensiones y hasta aplacó el internismo fratricida que cunde en las dos coaliciones mayoritarias, la celebración fue el pretexto perfecto para exorcizar frustraciones apiladas: la pandemia, el ajuste, los efectos de la guerra en Europa (ojo al subidón del pan que se viene) y el rebrote inflacionario local que devaluó por quinto año consecutivo el salario real promedio. Las urnas también se van a ofrecer, en un sentido todavía incierto, como vehículo para esa emocionalidad a flor de piel. Lo que se vio el 20, a modo de anticipo, fue su magnitud.
Por desgracia, el año no pinta pródigo. Muy por el contrario: las últimas estimaciones de pérdidas por la sequía apuntan a los U$S 15.000 millones. Es sobre lo que se conversó en el almuerzo que compartieron el 25 de noviembre pasado Alberto Fernández y Sergio Massa en el despacho del ministro de Economía con un invitado cuya presencia se disimuló ante la prensa hasta que días después la reveló el propio Presidente: Emmanuel Álvarez Agis.