Cuando, a principios de esta semana, el avión privado que trasladaba a Lionel Messi hacia un lucrativo compromiso de patrocinio en Arabia Saudita rodó por un pista de despegue francesa, su carrera en el Paris Saint-Germain ya había terminado.
La suspensión llegaría un día después. Y la separación oficial no ocurrirá hasta que su contrato expire en unas pocas semanas. La danza de la culpa puede extenderse durante meses.
Pero el miércoles ya no había duda sobre lo principal: Messi nunca volverá a jugar para el PSG, y tanto el jugador como el club están de acuerdo en eso.
El final no habrá sido una sorpresa para ninguna de las partes. Entre el jugador y el club siempre había existido una relación comercial, una que carece del peso emocional del tiempo que pasó Messi en el Barcelona. Y aunque se discutió sobre la renovación del contrato del delantero en las semanas y meses después de que Messi llevó a la selección argentina al título de la Copa Mundial en Catar, ninguna de las partes parecía comprometida a consumar un acuerdo.