Parece una exageración. El primer mensaje de WhatsApp que entra y que dice «en todo el país» parece un desborde argumental o un cuento de Fontanarrosa. Cuando llega ese primer mensaje ya van cuatro semáforos apagados, una barrera ferroviaria inactiva, dos cafeterías cerradas y ninguna farmacia de turno a la vista. Pero «en todo el país», todavía, parece mucho.
El celular no navega hasta ninguno de los portales de los diarios que podrían confirmar o desmentir que el alcance es enorme. La pantalla, en cambio, dice que error en la conexión, que paciencia, que ya Google avisará cuando haya podido encontrar resultados. Google, esa máquina de pensar rapidísimo, posterga su truco. En el cuerpo, una especie de abstinencia.
A pilas o a nafta, la radio es como un techito en el que refugiarse. De la lluvia, de que la señal se va mucho y vuelve poco, de que la modernidad puede fallar casi toda junta. En las AM los conductores apilan los nombres de las ciudades y los pueblos en los que falta suministro eléctrico. En las FM cuentan a qué restorán porteño se puede ir, grupo electrógeno mediante.