Hasta hace muy poco tiempo, demasiado poco, el Gobierno apostaba a tapar con el discurso de la inseguridad otra conversación, más urgente, que la agenda le imponía: la crisis económica. Esos últimos intentos de tapar el sol con la mano quedaron a cargo de Patricia Bullrich, que incluso llegó a sonar como vice para reforzar la candidatura de Mauricio Macri, cuando todavía el bunker PRO confiaba en que se podía apuntalar la imagen presidencial con un retoque cosmético ingenioso. Bullrich cumplió con disciplina castrense su misión, y lo sigue intentando por estas horas, guardando las espaldas de su jefe con una ráfaga verbal de retaliación sobre las críticas de Cristina Kirchner al Presidente en su libro “Sinceramente”. Pero hoy nada parece suficiente. Por eso ganan terreno aceleradamente otras dos soldados de Cambiemos, acaso las más aguerridas y mejor pertrechadas para la batalla cuerpo a cuerpo que se le viene al oficialismo: María Eugenia Vidal y Elisa Carrió.
La gobernadora bonaerense acaba de seducir una vez más al círculo rojo, que la admiró en el Hotel Alvear, mientras ella les enroscaba la víbora a fuerza de powerpoints y entonaciones de Heidi deconstruída y empoderada al cabo de una gestión turbulenta pero controlada. Día a día, se consolida como el gran pilar de la campaña que, con firmeza y buenos modales, le pone el tono justo a la épica reeleccionista de emergencia, ese tono que Macri y sus asesores no logran sintonizar. El lado B de ese activo electoral valiosísimo que resulta Vidal para el macrismo es el efecto paradojal que proyecta: cuando ella se ilumina, logra despejar un poco el sombrío panorama del proyecto Cambiemos, pero al mismo tiempo ensombrece por contraste el perfil reeleccionista del candidato que hasta ahora sostiene el Gobierno, es decir, el propio Presidente. Nunca pudo resolver Jaime Durán Barba –y Marcos Peña no quiso- ese doble filo, positivo y amenazante a la vez, que representaba la existencia temprana del llamado “Plan V”.