Una obrita del siglo XVII, por entonces considerada menor, luchó contra los celos de sus contemporáneos y aún batalla con las aspas de los relojes del tiempo. La hazaña de Don Quijote de la Mancha consiste en haberse colado desde la ficción hasta los poros de la cultura popular. Su vigencia es una aventura de dimensiones épicas. El héroe más carismático de habla hispana exudaba un léxico y modismos ya anacrónicos para la primera generación de lectores, aquellos que acudían a las páginas de esta novedad literaria firmada por un tal Miguel de Cervantes Saavedra. Resulta más complejo aún para pupilas posmodernas acercarse a este universo, más conocido por una icónica metáfora que por sus líneas y episodios. Esta ínsula adquirida es un adjetivo -quijotesco- que condensa un concepto que no posee sinónimo en nuestra lengua: aquellas almas justicieras que gritan su verdad, a pesar de ser tildadas de insanas. Quijotescos son también los autores e intelectuales que trabajan en pleno siglo XXI con diversas estrategias -traducir y adaptar el dialecto original para los lectores del presente o convertir a Cervantes en personaje- para mantener vivos el mito y el espíritu del hidalgo y de su autor. Gracias a ellos hay tutía.