Ha sido un año difícil.
Ya parece que la violencia obedece a un patrón y que existe una coreografía de nuestras reacciones.
Un asesino busca un club nocturno, una iglesia, un aeropuerto, una manifestación. Alguien es capturado en video mientras le disparan, a veces es la policía, y los manifestantes llenan las calles. Un ataque se lleva a cabo en Francia, Estados Unidos, Turquía, Bangladesh, Líbano, Túnez o Nigeria, y después un grupo terrorista radical se lo adjudica y lo celebra.
Nuestros celulares vibran con nuevas alertas. Los locutores inundan el aire con cables informativos que gritan “Última hora” en letras rojas. Los rumores y la desinformación se multiplican. Los comentarios explotan en Twitter, en Facebook y en los portales de noticias.
Los periodistas crean historias multimedia centradas en los videos, fotografías, y relatos gráficos de las víctimas y los testigos. Los expertos dan entrevistas y las últimas herramientas de la inmediatez se ponen en acción. Después de los ataques mortíferos en Niza, Francia, el Times invitó a asesores sobre duelos para que fueran entrevistados en Facebook Live. Tan solo días después, la atención ya estaba enfocada en otro tiroteo que dejó tres policías muertos.