La combinación no pudo ser peor: aquel 26 de julio de 2008, era un sábado de invierno, faltaban menos de 30 minutos para las 8 y a los tres empleados de Delmiro Méndez e Hijo SA apenas 200 metros para subir con el Mercedes Benz 720 ya cargado a la Panamericana. El horario, día y lo desolado del lugar (un rincón fabril de los bordes entre San Isidro y Vicente López) fue la inmejorable oportunidad para que dos hombres con uniformes de la Policía Federal cruzaran el paso con un Volkswagen Gol gris plata, bajaran y encañonaran a los ocupantes del camión y los obligaran a frenar.
Les ordenaron desviarse hasta la vuelta -donde esperaba un transporte más pequeño y más hombres-, estacionar y pasar toda la carga al segundo camión. Cuando la faena estuvo lista, los llevaron a 30 cuadras y les dieron plata para que desayunen y procesen que acababan de ser protagonistas involuntarios de uno de los robos más cinematográficos de la historia argentina del arte. Lo que transportaban eran 17 obras de Antonio Berni, de las cuales los ladrones pudieron cargar 15 por el tamaño del camión.