La imposición de límites reducidos de velocidad en el centro de las ciudades lleva en boga más de tres décadas. Desde que a principios de los noventa diversas ciudades europeas, desde Graz hasta Zurich, implementaran las primeras zonas limitadas han sido muchas, cuando no la mayoría, quienes han seguido sus pasos. Madrid, sin ir más lejos, obliga a circular a un máximo de 30 kilómetros por hora en su almendra central. A priori, los beneficios para el peatón son claros. Zonas pacificadas donde la circulación es más lenta y menos densa.
¿Pero qué repercusión tiene en nuestra salud?
Para averiguarlo, un grupo de investigadores británicos se fijó en Bristol. La ciudad, la cuarta más grande del Reino Unido, impuso límites de velocidad en gran parte de su casco histórico tras el cambio de siglo. Publicado en julio, el estudio analiza el volumen de accidentes fatales registrados en la ciudad entre 2008 y 2016. Resultado: cayeron un 63% tras fijar la velocidad máxima en las 20 millas por hora (32 kilómetros por hora) en algunas zonas de la urbe. La reducción también se observó en los accidentes no fatales, no mortales.