Durante la mayor parte de los últimos tres años -1.016 días para ser exactos- China estuvo cerrada al mundo. La mayoría de los estudiantes extranjeros abandonaron el país al comienzo de la pandemia. Los turistas han dejado de visitar el país. Los científicos chinos han dejado de asistir a conferencias extranjeras. A los ejecutivos expatriados se les prohibió volver a sus empresas en China. Así que cuando el país abra sus fronteras el 8 de enero, abandonando los últimos restos de su política de “cero contagios”, la reanudación de los contactos comerciales, intelectuales y culturales tendrá enormes consecuencias, en su mayoría benignas.
Antes, sin embargo, habrá horror. Dentro de China, el virus hace estragos. Decenas de millones de personas se contagian cada día. Los hospitales están desbordados. Aunque la política de cero covid salvó muchas vidas cuando se introdujo (con un gran coste para las libertades individuales), el gobierno no se preparó adecuadamente para su relajación almacenando medicamentos, vacunando a más ancianos y adoptando protocolos sólidos para decidir qué pacientes tratar y dónde. Nuestros modelos sugieren que, si el virus se propaga sin control, unos 1,5 millones de chinos morirán en los próximos meses.