Hace 30 años, el 25 de diciembre de 1991, Mikhail Gorbachov, el líder de la entonces Unión Soviética, renunció a su cargo y entregó sus poderes presidenciales a Boris Yeltsin, el recién nombrado presidente de la Federación de Rusia.
Esa noche, la bandera roja soviética con los símbolos de la hoz y el martillo fue arriada del Kremlin y reemplazada por la tricolor rusa.
Al día siguiente el Soviet Supremo reconoció la independencia de las repúblicas soviéticas y disolvió formalmente la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
El colapso repentino de la URSS, un imperio gigante que había controlado durante 70 años una variedad de Estados aliados y extendido su influencia geopolítica por la mitad del mundo, fue un evento sísmico que cambió el mundo.
Y dejó a la recién creada Federación Rusa sumida en una crisis de identidad.