Un antiguo aforismo de origen bíblico sentencia que «nadie es profeta en su tierra». Si se observa solo la superficie de las controversias que envuelven al papa Francisco en Argentina, en apariencia el axioma se confirma. Los polos de la grieta política que divide al país lo acusan de ser el más perverso representante del bando contrario. Los partidarios rabiosos de la coalición de gobierno (Cambiemos) aseguran que el papa es poco menos que un «puntero» peronista; mientras que para los intensos que se ubican en el otro extremo del amplio espectro del peronismo, su distancia con la administración que encabeza el presidente Mauricio Macri es, por lo menos, «imperfecta».
La verdad no está –como ordenaría cierto el sentido común– en el medio, sino un poco más arriba. El escritor argentino Leopoldo Marechal, uno de los preferidos del ex-cardenal Jorge Mario Bergoglio, incluido entre sus 20 autores predilectos según la colección del diario italiano Corriere della Sera, escribió alguna vez: «En su noche toda mañana estriba: de todo laberinto se sale por arriba».