Una de las conversaciones paralelas a cada repunte de popularidad de Bitcoin versa sobre su impacto medioambiental. El peculiar sistema de minado de unidades, caracterizado por el empleo de ordenadores específicos capaces de solventar puzzles complejos para validar transacciones entre particulares, requiere de un gran volumen de hardware funcionando las veinticuatro horas del día. Lo que se traduce, inevitablemente, en un mayor gasto eléctrico.
¿Pero cuánto?