Existencialista, clásico, obsesivo, antisistema y mainstream a la vez, Damián Szifron evoca su infancia como el momento crucial en su destino como cineasta. A los ocho o nueve años su padre le mostró películas como Tiburón o La Profecía, que definieron las coordenadas estéticas y narrativas que lo acompañan hasta hoy. “El pasado me captura”, dice a sus 47 años. Casi una década después de Relatos Salvajes, la película nacional más taquillera de todos los tiempos, el director argentino que supo conquistar a Hollywood regresa al cine con Misántropo, un policial filmado en el extranjero y en inglés. Mientras tanto, trabaja para cumplir un viejo deseo: llevar a Los simuladores a la pantalla grande.
Es un día del verano de 1983. Damián Szifron tiene siete años. Su padre, un comerciante barrial fanático del cine, le muestra un anuncio en el diario sobre el estreno en Argentina de E.T., el extraterrestre. “Tenemos que ir a verla”, le dice. En el anuncio se lee: “Del director de Tiburón”. Su padre le explica que Steven Spielberg es un director genial que antes hizo Tiburón, una película muy fuerte y violenta que ya le mostrará algún día. El dato le llega bajo la forma de una revelación: por primera vez toma conciencia de la figura del director de cine. “Entonces hay alguien que hace las películas —piensa—. ¡Alguien hace las películas!”.