En una carretera polvorienta en las afueras de Dubái, Sohrab Fani está aumentando sus ingresos con la respuesta de Occidente a la guerra en Ucrania: su taller instala calentadores de asientos en automóviles que se reexportan a Rusia.
Dice que, durante años, 12.000 almohadillas térmicas languidecieron en su almacén hasta que la invasión rusa y las sanciones occidentales sacaron del mercado ruso a los fabricantes de automóviles estadounidenses, europeos y japoneses. Ahora, los rusos importan esos autos a través de Dubái, en los Emiratos Árabes Unidos, y como los autos enviados a Medio Oriente tienden a estar diseñados para climas cálidos, las tiendas de accesorios como la de Fani están haciendo un gran negocio al equiparlos para el clima invernal.
“Cuando llegaron los rusos, se me agotó todo”, contó Fani, por lo que ordenó varios miles más de almohadillas térmicas para asientos. “En Rusia, tienen sanciones. Aquí no. Aquí hay negocio”.
Ha transcurrido más de un año de la invasión del presidente Vladimir Putin y aunque las sanciones occidentales han socavado la economía de Rusia, no la han paralizado. La red del comercio mundial se ha adaptado, lo que le ha permitido al líder ruso cumplir en gran medida una promesa clave: que la guerra no interrumpiría drásticamente el estilo de vida de consumo de las élites rusas.