Desde 2011, los oficialismos repitieron una misma receta económica en los años electorales: dólar planchado y estímulos para el consumo y la actividad vía gasto público y créditos baratos. Este año, la situación resulta más desafiante. Por un lado, porque la tutela del FMI limita la aplicación de dichas políticas económicas «electoralistas». Por el otro, porque el punto de inicio es bastante peor: la economía arrancó el año mucho más deprimida y con una inercia inflacionaria mucho más alta que en los últimos años electorales, y con réplicas del terremoto cambiario del año pasado y el resto de los indicadores financieros.
Planchar al dólar siempre tiene un objetivo claro: moderar la inflación y permitir que el poder adquisitivo se recupere para que aumente el consumo de cara a las elecciones. Si se vota con el bolsillo, que el bolsillo esté más lleno. Por eso, las políticas que evitan que el dólar suba (venta de reservas o de dólar futuro, por ejemplo) son usuales en años electorales.
Al mismo tiempo, las personas y las empresas tienden a comprar dólares en años electorales, ya que buscan anticiparse a una probable devaluación post-electoral. Por eso, la intervención del Banco Central suele ser más activa en estos años.