Hasta no hace mucho, Sergio Massa pensaba que el fatídico índice de inflación del 7,7% de marzo le dejaba como última opción para salvar su proyecto presidencial jugar con la estacionalidad más amable de abril y mayo para exhibir números algo menores y salir a explicar que, esta vez sí, el gran problema de la economía comenzaba a controlarse. Sin embargo, la corrida cambiaria desatada en el final del mes pasado y los aumentos de precios regulados previstos para el que comienza liquidaron esa expectativa y ahora solo le quedan dos cartas: terminar de ponerle un techo a los dólares paralelos y reanclar las expectativas mediante un reseteo del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Abril dejó un piso nuevamente elevado. El equipo del Ministerio de Economía cree que el IPC de ese mes no sería muy diferente al de marzo. Mientras, analistas privados apuntan a entre 7% y 8%.
El impacto del brote de gripe aviar, la inercia de los precios y las remarcaciones de las últimas dos semanas –producto del recalentamiento de los tipos de cambio paralelos– forman parte del «combo abril». En la base, claro, está la expansión monetaria necesaria para financiar el agravamiento del déficit fiscal, producto de una caída severa de la recaudación –derivada, a su vez, del desplome exportador por la sequía–.