Cristina Kirchner volvió a patear el tablero. Y, esta vez, la pieza que movió fue a ella misma. Un año y ocho días antes de que termine su mandato como vice, despejó la principal incógnita del mapa electoral del año próximo: avisó no solo que no será candidata a presidente, sino que en un movimiento con múltiples efectos colaterales, dijo que no estará en ninguna lista.
Debe, antes que nada, eliminarse el factor emotivo: el “renunciamiento” anticipado de Cristina no puede atribuirse a un impulso. La sorpresa es, siempre, para los otros. La vice es, antes que nada, una política de acciones estratégicas, lo que no quiere decir que siempre sea eficaz. Su anuncio es, antes que nada, un sacudón en la galaxia política. Su renuncia a futuro puede, por ejemplo, precipitar otras dimisiones electorales. La de Mauricio Macri, que se nutre de moverse en espejo con la vice, en el PRO. O, en el ecosistema del FdT, convertirse en una salida elegante para Alberto Fernández.
Dispara, en simultáneo, una especulación: que se trata de un renunciamiento que intenta sembrar un operativo clamor. Hay sectores, en el FdT, que lo leen así aunque la propia historia de la vice contraría esas interpretaciones. En 2015, como ella lo contó en su discurso de este martes, post sentencia, recordó que Daniel Scioli le ofreció ser candidata y ella dijo que no. Un tiempo antes había dicho aquello de que “no se hagan los rulos”.