La imagen tremenda de dos personas arrojándose desde un puente sobre el micro que trasladaba a los jugadores de la Selección es un ejemplo estremecedor de lo cerca que estuvo de terminar en una tragedia la fiesta por la obtención de la Copa del Mundo. No hay que ser un experto en seguridad para entender lo que ocurrió. Cualquiera que haya recorrido el camino hacia o desde el aeropuerto de Ezeiza, sabe que durante el trayecto los automóviles pasan por debajo de muchos puentes peatonales. Dado el clima que se vive en el país, era previsible que muchas personas se subirían a esos puentes para ver de cerca a sus ídolos. No había muchas opciones, ante ese desafío: las fuerzas de Seguridad debían evitar que la gente accediera a esos puentes; si eso, por alguna razón, era imposible, el micro con la Selección no debía haber pasado por ahí. Ni una cosa ni la otra. Por eso, minutos antes de las cuatro de la tarde dos personas se animaron a lanzarse. Una cayó entre Lionel Messi y Rodrigo De Paul. La otra calculó mal, rebotó contra el micro y se desplomó sobre la multitud que lo seguía. Un rato después, dos policías lo trasladaban vendado y en camilla, mientras el sujeto cantaba “ahora nos volvimos a ilusionar”.
Fue, de todos modos, una desgracia con suerte. En el momento en que las dos personas se arrojaron sobre los jugadores, ya hacía más de una hora que todo era un descontrol. Una multitud se apretujaba sobre el colectivo, que casi no podía avanzar. No había patrulleros ni motos que lo escoltaran, a diferencia con lo que ocurre cuando se trasladan las barras bravas. Tampoco había vallas que separaran a la gente de sus ídolos, como se puede ver en los festejos de la selección marroquí. La multitud empujaba para acercarse a los jugadores y presionaba sobre quienes estaban más cerca de ellos. Parecía cuestión de tiempo para que se desatara una estampida. En un momento clave, finalmente, el Gobierno decidió sacar como fuera a los jugadores de allí. Así reconoció, de hecho, que el festejo no podría hacerse.