Dos artículos de este mes, uno en The Guardian y otro en The New York Post, han dibujado en la frente de Quentin Tarantino un punto rojo de láser. No son malas críticas por su última película, ‘Once upon a time in Hollywood’, porque los autores no parecen interesados en escribir sobre lo que existe, sino en convertir a Tarantino en el nuevo hombre tabú. Ejercen por tanto esa otra clase de crítica tan abundante en la prensa anglosajona desde que el #MeToo convirtió Hollywood en un sueño húmedo de Joseph R. McCarthy. Voy a llamar estalinismo cultural a esta disciplina destructiva que consiste en hacer listas de obras y creadores supuestamente peligrosos para la sociedad.
El estalinismo cultural es la deriva sensacionalista en la que ha desembocado parte de la crítica cultural desde que los departamentos de humanidades de las universidades se convirtieron en máquinas de vomitar muchachos altivos, ultrapolitizados y hostiles a cualquier trayectoria con la más mínima traza de genialidad. Los dos artículos, que son su exponente perfecto, no se refieren a las obras de Tarantino sino a pecados imaginarios. Esta forma de analizar obras y trayectorias ha hecho ya muy popular a más de un comisario por aquí, así que cuento los días para que alguno de los replicantes españoles haga el coro.