Tal como se anticipó en esta columna la semana pasada, la relación con el Fondo Monetario volvió a meterse de lleno en las discusiones internas del Frente de Todos y de Juntos por el Cambio. Al calor de la peor sequía del siglo XXI, que aún puede empeorar, y del colapso bancario que arrancó por Silicon Valley y terminó por golpear ni más ni menos que al Crédit Suisse, las dos fuerzas políticas mayoritarias reevalúan por estas horas sus posiciones respecto del sendero de ajuste al que se aferra Sergio Massa. Un salvavidas que todavía cree que lo puede depositar en el sillón de Rivadavia.
El ministro de Economía dio rápido la contraorden cuando supo que la inflación de febrero había llegado al 6,6%, la más alta desde que asumió. Sus partidarios más entusiastas habían empezado a pintar paredes con la consigna «Massa es estabilidad», que quedó tímidamente fijada en un par de confines porteños. Es el mismo atributo con el que parecía haberse metido en el bolsillo al establishment apenas tres meses atrás, cuando el zar siderúrgico Paolo Rocca le pidió a un auditorio repleto de empresarios Pymes que lo aplaudiera. «Vamos de a poco, del orden a la estabilidad», los invitaba a soñar por esos días.
Ahora, con pronóstico reservado para el dólar por la sequía y la barrera del 100% de inflación anual ya derribada, el peronismo todo y el ministro especialmente cayeron en la cuenta de que habrá que buscar otro eje de campaña. Lo explicitó el viernes pasado Cristina Kirchner con su convocatoria a un acuerdo multipartidario «para nuestro principal desafío que va a ser revisar ese acuerdo» negociado el año pasado por Martín Guzmán. Y lo reforzó el lunes el propio FMI con un comunicado donde no ocultó su malestar ante lo que ya considera la crónica de un incumplimiento anunciado. La carta de intención, que se conocerá por estas horas, también reparte tirones de orejas.