La megacárcel construida por Nayib Bukele, cuyas fotos recorrieron el mundo, es un calco en papel carbón de cómo el presidente salvadoreño gobierna el país: la obra, promocionada como un gran logro del gobierno, refleja la indiferencia hacia los derechos humanos, la improvisación como respuesta a problemas estructurales, la opacidad de la información y una clara apuesta por sus prioridades populistas.
Bukele dejó hace tiempo la imagen de presidente cool y suave -famoso fuera de El Salvador por la incorporación del Bitcoin como moneda de curso legal y por su aspecto millennial-; en su lugar, sus políticas cuestionables y autoritarias han provocado que diferentes instituciones internacionales consideren que en El Salvador hay un gobierno de régimen híbrido.
Así, Bukele pasó de ser aquel mandatario que despertó la curiosidad internacional con acciones como tomarse una selfie en la Asamblea General de las Naciones Unidas a generar temor y a ganarse varios repudios por la toma con las Fuerzas Armadas de las Asamblea Legislativa salvadoreña, el anuncio de su candidatura a la reelección a pesar de ser inconstitucional, la reciente supresión de derechos constitucionales de los salvadoreños para controlar un alza homicida provocada en parte por sus fallidas negociaciones con las pandillas y, finalmente, la construcción en tiempo récord de la «cárcel más grande de América».