Tesla cerró el año 2021 con un beneficio neto de 5.519 millones de dólares y un volumen de ingresos de más de 53.800 millones de la moneda estadounidense. Unas cifras millonarias que permitieron al gigante de los coches eléctricos dejar en el olvido las pérdidas de 2019, cuando los inversores miraban con lupa si la compañía lograba entregar las unidades que prometía a sus clientes.
Ese año 2021 “fue decisivo para Tesla y para los vehículos eléctricos en general”, destacó su consejero delegado, Elon Musk en la conferencia con analistas del pasado invierno. Un ejercicio marcado por los problemas globales en las cadenas de suministro y por la falta de microchips, que castigaron especialmente a la industria del automóvil. Pero esas cifras no solo reflejan la evolución positiva de las entregas de sus coches eléctricos de alta gama. También, de otra actividad comercial de la empresa que pasa desapercibida.
Se trata de lo que denomina automotive regulatory credits, un saco en el que Tesla mete conceptos diferentes que nada tienen que ver con la venta real de coches y que comenzó a desglosar en los últimos años en sus informes tras ser forzada a ello por regulador estadounidense, la Securities and Exchange Commission (SEC).