Como los pastizales debajo de las líneas eléctricas de alta tensión, las hojas del pacto con el FMI que el Congreso aprobó exactamente un año atrás amenazan con prenderse fuego de un momento a otro. La demora del staff para ratificar la flexibilización de metas que se apuró a anunciar Sergio Massa en la cumbre del G-20 en India no responde solo a la severidad de la sequía sino también a una creciente inquietud en el organismo sobre la voluntad oficial de sostener al ajuste que exige. La relación con el Fondo, además, se meterá de lleno en la campaña desde este viernes, cuando Cristina Kirchner se refiera al tema por primera vez desde aquella votación en el Senado de la que optó por ausentarse.
Lo único que sigue intacto es el respaldo de Kristalina Georgieva a Sergio Massa, más vehemente incluso que su apoyo previo a Martín Guzmán. “Es su militante número uno”, lo chicaneó uno de los dirigentes kirchneristas que más habla con el ministro de Economía. Los que dudan de él, en cambio, son los técnicos del Departamento del Hemisferio Occidental, que quedó acéfalo desde que el brasileño Ilan Goldfajn se fue a presidir el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y que recién en mayo empezará a pilotear el chileno Rodrigo Valdés. Son ellos quienes tienen que elevar al directorio para que apruebe los próximos desembolsos los tres documentos que fueron y volvieron infructuosamente entre Washington y Buenos Aires en estas dos semanas: la carta de intención, el memorándum de entendimiento y el memorándum de política económica y financiera.