La sola entrada del Papa Francisco a la sala de reuniones de la Residencia de Santa Marta, en el Vaticano, desmiente las especulaciones sobre su salud: camina con normalidad, incluso con paso vivo. Hablará luego sobre las circunstancias que lo obligaron a usar una silla de ruedas hasta hace poco, con la misma naturalidad con que abordará todos los temas que se le presentan en esta entrevista, sin esquivar ninguno.
Desde la criminal invasión de Rusia a Ucrania hasta el celibato y el divorcio.
Desde “las dictaduras guarangas” en América Latina hasta la muerte y la posibilidad de verla llegar.
También de las resistencias que enfrentó al impulsar cambios en la iglesia, de su costumbre de escribir a mano, del capitalismo de mercado, de su deseo de visitar Argentina pese a las dificultades. De todo.
Ha cumplido 10 años como Papa pero cree que no ha cambiado en lo esencial. Conserva, en efecto, la misma actitud de siempre, los giros del castellano porteño, el humor un poco cándido. Francisco mira al equipo de Infobae que ha preparado las cámaras y sonríe: acaso ver rostros argentinos lo hace sentirse más cerca de casa, le calman esa nostalgia de callejear —así lo dice— por las calles de Buenos Aires.