Un estudiante de periodismo de investigación me dijo, con visible molestia: “estoy mamado de la dosis de desesperanza que me venden permanentemente algunos periodistas, profe”. Se refería él a lo que la evidente crisis de los medios produce en algunos colegas, quienes comparten en los salones de clase y en las redes sociales sus reflexiones apocalípticas sobre el oficio, huérfanas de alternativas.
El talentoso muchacho por el que un buen y exigente editor daría la pelea ante la gerencia del medio para incluirlo en su nómina, me preguntó:
–¿Qué opinas tú?
Dura pregunta. Igual, yo también estoy triste porque cada puesto de trabajo que se le amputa a un medio es un golpe directo a la libertad de prensa. Animada, le respondí:
–Para no aburrirnos viéndonos el ombligo, mejor te invito a seguir el trabajo de nicaragüenses y venezolanos, al que llegué por invitación del Instituto Prensa y Sociedad de Venezuela y la Fundación Violeta Barrios de Chamorro.
Quiero describir ocho sustancias que aportan estos periodistas a lo que me atrevo a llamar mi antídoto contra la desesperanza. Y lo hacen desde espacios donde la libertad de prensa es nula y la persecución es lo único seguro. Lo hago quizá para contrarrestar los síntomas del fatalismo que avanza en forma de acción con daño contra un oficio necesario, a pesar de todo.