A finales de los 2000, Carlos Monteiro observó algo inusual en la alimentación de los brasileños. El nutricionista llevaba tres décadas analizando datos de encuestas en las que se pedía a los consumidores que anotaran todos los productos que adquirían. En las más recientes, Monteiro se percató de que los brasileños compraban mucho menos aceite, azúcar y sal que en el pasado y, a pesar de ello, la gente seguía ganando peso. Entre 1975 y 2009, la proporción de adultos en Brasil con sobrepeso u obesidad aumentó más del doble.
Esta contradicción le preocupaba. Si la gente compraba menos grasa y azúcar, ¿por qué engordaba? La respuesta estaba en los datos. En realidad, los brasileños no habían reducido la grasa, la sal y el azúcar, sino que consumían estos nutrientes de una forma completamente nueva. Las personas habían cambiado los alimentos tradicionales, como el arroz, legumbres y verduras, por pan, dulces, salchichas y otros aperitivos empaquetados. La proporción de galletas y refrescos en la cesta de compra de los brasileños se había triplicado y quintuplicado, respectivamente, desde la primera encuesta de hogares de 1974. El cambio se notaba en todas partes. Cuando Monteiro se graduó como médico en 1972, le inquietaba que los brasileños no comieran lo suficiente. A finales de la década de 2000, su país sufría exactamente por el problema opuesto.