Cuando recibí la solicitud de El Salto para escribir un texto sobre la megacárcel de Nayib Bukele, me entusiasmé. El escandaloso vídeo publicado por el Gobierno salvadoreño enseñando el músculo de su política de “guerra contra las pandillas”, con imágenes en la cárceles, comparadas con campos de concentración, no dejan a nadie indiferente. Quería testimonios de gente en el terreno, escapar del discurso de las grandes ONG. En seguida empecé a documentarme, leí los informes de CristoSal y de Human Rights Watch, el portal alternativo Gato Encerrado y por supuesto el periódico digital El Faro, referencia indispensable sobre la actualidad salvadoreña, especialmente interesante el editorial titulado “Sin maras y sin democracia”.
Contacté con varias personas amigas y conocidas de toda mi confianza con vínculos en El Salvador. Debía de escribir el texto para antes de que se dejara de hablar sobre el tema. Sorpresivamente, los testimonios y contactos tardaron en llegar. Un amigo salvadoreño, muy cercano, que vive fuera de las fronteras de su país me confirmó la razón “yo te puedo ayudar en lo que quieras, pero no puedo visibilizarme, podrían tomar represalias contra mí, está todo intervenido”. Finalmente, encontré otros contactos, todos fuera del país que incidieron en la dificultad para desarrollar el trabajo de defensa de derechos humanos desde las organizaciones sociales.