Cuando Bhaskar Sunkara fundó la revista Jacobin a fines de 2010, tenía una ambición tan sencilla como imponderable: saltar la barrera que había mantenido aislados a venerables proyectos editoriales del marxismo anglosajón –New Left Review, Monthly Review, Dissent– y colocar el socialismo en el centro del debate mainstream estadounidense. Esa audacia fundante vino acompañada de una apuesta estilística: un socialismo empaquetado en un lenguaje comunicativo y propositivo, un diseño gráfico innovador y una actitud insurgente. De ahí, sus primeros éxitos. Cinco años más tarde, Jacobin ya era la indiscutida vocera de la izquierda estadounidense, pero faltaba un golpe de fortuna para que cumpliera con su principal objetivo. La campaña de Bernie Sanders de 2015 marcó un antes y un después: el «socialismo democrático», etiqueta que Sanders usa para definir su propia adscripción política, se volvió de pronto una expresión de uso común y un objeto de fascinación, y también de fuerte rechazo, para un público estadounidense que hasta hace poco miraba esa etiqueta con la misma incredulidad que a una invasión alienígena.
A su vez, «socialismo democrático» remitía a una de las influencias constitutivas de la revista: la agrupación Socialistas Democráticos de Estados Unidos (dsa, por sus siglas en inglés). Si bien perfilaban tendencias diversas en las páginas de Jacobin –donde se debatía sobre los méritos del comunismo italiano, León Trotski, Karl Kautsky, Ralph Miliband o el eurocomunismo–, la nueva visibilidad del socialismo democrático echó luz sobre la misión ideológica de la revista. No en vano muchos integrantes de su línea fundadora también militaban en dsa: tanto la revista como la organización –que no es un partido– entrañaban una estrategia dialoguista y buscaban polemizar con el sentido común liberal (en el sentido estadounidense, donde casi es sinónimo de progresista) con el fin de ganar nuevos adeptos al socialismo.