miércoles 7 de junio de 2023
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El único cine del continente

Hace algunos años en Madrid, un diplomático me contó que había estado destinado a Guinea Ecuatorial, el único país del África sub-sahariana donde se habla castellano. El territorio de esa nación, independizada de España en 1968, está compuesto de una pequeña parte continental y un grupo de cinco islas que, en total, no llegan a los treinta mil kilómetros cuadrados. Guinea Ecuatorial es, de hecho, uno de los países más pequeños de África. Como república presidencialista, se dedica a la extracción de su abundante petróleo y, por lo menos hasta el 2009, el único cine del país funcionaba en el Instituto Cervantes, la agregaduría cultural española. La sala era pequeña y se pasaban estrenos porque nadie iba a reclamar por temas de derechos y copyright. Los cines africanos suelen tener esa impronta. Abundan las fotos de funciones al aire libre y vacas cruzando por adelante del proyector. Cada continente alimenta sus mitos sobre los usos del cine, su implementación mágica y su artificios. La Antártida, por su parte, presenta una sola sala. Queda en la base argentina Carlini en las Shetland del Sur. En la puerta del edificio donde está hay una placa que informa:

SALA DEL BICENTENARIO

Espacio INCAA Latitud 90°

Primera Sala Cinematográfica del Continente Antártico

Base Jubany

República Argentina

Sr. Presidente de la Nación

Dr. Néstor Carlos Kirchner

Sr. Ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto

Dr. Rafael Antonio Bielsa

Sr. Secretario de Cultura

Dr. José Nun

Sr. Director Nacional del Antártico

Dr. Mariano Arnaldo Memolli

Sr. Presidente del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales

Don Jorge Edmundo Coscia

Abril — 2005

De cada uno de estos nombres propios se podría hacer un largo comentario. Muchos de esos políticos ya murieron y dejaron anécdotas y legados variopintos. Pero lo que me importa acá es que el primer y único cine del continente se inauguró en abril del 2005. ¿Qué pasaba en la Argentina para ese momento?

La Sala del Bicentenario hoy transmite un aire fantasmal, subrayado por las polvorientas butacas de color rojo apagado. No es un espacio muy grande. Tiene capacidad para unas veinte personas sentadas. Más que una sala, parece un microcine. Está la pantalla blanca y en la pared opuesta, el agujero para el proyector.

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