En la escuela secundaria número 11 de la ciudad de Hangzhou, en el este de China, los estudiantes tienen prohibido desconcentrarse. Como si fueran autómatas, no hablan entre sí. Ni se animan ya a sacar los celulares de sus bolsillos. Durante horas, los alumnos están obligados a sonreír. “Es como si hubiera un par de ojos misteriosos que me observan constantemente”, dice uno de ellos. “No me atrevo a dejar que mi mente divague”.
El sistema -conocido oficialmente como “Sistema de gestión inteligente del comportamiento en el aula”- funciona mediante la identificación de diferentes expresiones faciales de los estudiantes. El software escanea el salón cada 30 segundos y los clasifica como felices, enojados, temerosos, confundidos o molestos, brindando a los maestros información en tiempo real sobre sus alumnos.
Como el resto de sus compatriotas, estos jóvenes se han resignado a que su privacidad sea pisoteada por el gobierno y las corporaciones. En los últimos años, el país más poblado de la Tierra ha visto un auge en la vigilancia, en especial con el despliegue de nuevas tecnologías para monitorear a una población de 1300 millones de personas de una manera hasta ahora nunca antes vista.