En un rascacielos del sur de Manhattan, en la semana de la bandera, el consultor argentino decidió que el límite era la investidura presidencial. Fue funcionario del gobierno de Cristina Kirchner y lo consulta asiduamente Alberto Fernández, pero escuchar los improperios del ejecutivo de un fondo de inversión contra Mauricio Macri le pareció demasiado. «Más allá de lo que piense cada uno, les pido que respetemos al Presidente», exhortó a la veintena de clientes que lo escuchaban atentos en la pequeña sala de reuniones con vista al río Hudson.
-¡Lo que pasa es que Macri empezó como market friendly y termina como un market destroyer!
El ejecutivo aflojó con los insultos pero explicó con esa frase el porqué de su malestar. En ese tránsito de «amigable con los mercados» a «destructor» anida la misma decepción que siente la mayoría de los hombres de negocios locales. Desengaño, desilusión, frustración, desencanto. Son los sentimientos que priman en el establishment en las últimas horas previas al cierre de listas. Las más decisivas antes de las PASO del 11 de agosto.
Salvo en el selecto club de los unicornios tecnológicos y en Techint, donde agradecen los buenos oficios de sus gestores judiciales para no quedar enchastrados en la causa de los cuadernos, no hay ningún sector de la economía donde haya verdadero entusiasmo patronal por la reelección de Macri. Muchos empresarios lo votarán igual, por supuesto, con resignación y para no volver a ver a ningún kirchnerista en el poder. Otros optarán por Roberto Lavagna, aun a sabiendas de que es casi imposible que se cuele en una segunda vuelta contra el kirchnerismo como fantaseaba Miguel Pichetto antes de pegar el salto. Algunos pocos ya juntaron tanta bronca y tantas pérdidas que meterán la boleta de Alberto Fernández tapándose los ojos para no leer el nombre de su candidata a vice.