José Antonio Kast ganó la primera vuelta en las presidenciales de 2021 con apenas 150 mil votos menos que Sebastián Piñera cuatro años antes, y Gabriel Boric logró ser su rival en la segunda vuelta con apenas el 25,84% de los votos. Si ganó en segunda, fue por un voto anti-Kast antes que por el entusiasmo del electorado por su liderazgo al frente de una coalición electoral donde el grueso no era otra cosa que esa fatigada, fatigosa, denostada alianza de socialistas, socialdemócratas y democristianos que gobernó Chile por más años que Pinochet. No exactamente la imaginación al poder, como lo demuestra que se hayan convertido en ejemplo más único que raro de claudicación terminológica por vía del desgaste y la profecía (de desasimiento) autorrealizada: primero fueron Concertación, después Nueva Mayoría, al fin Ex Nueva Mayoría –un toalla que se rehusa aun la identidad post (como posmodernidad o posverdad) al golpear en un ring que hay que admitir que no le habían usurpado titanes del poder ni aun artistas del catch. Pero en el extremo de la derecha, tampoco Kast era un fenómeno genuino y novedoso como sus admirados Trump o Bolsonaro: admirados de la boca para afuera, porque eran dos presidentes que habían sabido ganar una presidencia, y Kast no.
Al frente de un partido testimonial, sin programa ninguno -más allá de nostalgias pinochetistas y neoliberalismo residual, y promesa de mano dura sin parkinson-, tampoco los apoyos de Kast eran propios. En el grueso del voto que había favorecido al Partido Republicano se había drenado un electorado que hasta 2021 había votado consistentemente por la derecha y centro derecha, que entre las primarias de las coaliciones y la primera vuelta presidencial había visto derrumbarse el prestigio de su conducción de referencia. El candidato de la centro derecha había ganado sorpresivamente la candidatura era el más a las izquierda del espacio, y el conflicto con los demás referentes fue inmediato, a lo que sumó su retraimiento ante un escándalo anterior de financiación ilegal de la política, la renuncia de su jefa de campaña que no soportó las presiones y la renuencia de comprometer su voto por la derecha en el caso de balotaje.