América Latina está políticamente alborotada. Lucen frescas aún las huellas de las bandas fascistas que ocuparon las sedes de los tres poderes en Brasilia pidiendo a gritos un golpe de Estado. Felizmente, esos rastros autoritarios fueron neutralizados de modo inmediato, pero resulta evidente que están agazapados para esperar otra oportunidad de asaltar las instituciones de la democracia.
El presidente Lula necesitará de toda su experiencia y habilidad para consolidar su tercera presidencia y derrotar al bolsonarismo, tarea mucho más ardua a la de haber vencido a Bolsonaro en las urnas.
Perú es un auténtico polvorín donde hay que lamentar decenas de muertes desde que Pedro Castillo fue destituido por el mismo Congreso que él pretendió disolver por decreto. La actual presidenta Dina Boluarte pende de un hilo. Hace años que los mandatarios de esa nación andina expresan la fragilidad de un sistema de poder fragmentado en el que las partes son eficientes para bloquearse entre sí pero no para construir una gestión perdurable.