Cada vez que la Corona y la realeza británicas son noticia, aparece la pregunta por el lugar de la monarquía en el mundo moderno. La muerte de Isabel II en 2022 y la coronación de su hijo Carlos III el sábado 6 de mayo de 2023 traen de vuelta esta vieja melodía que –como recordarán quienes hayan visto la última temporada de la serie The Crown– ha sido la banda sonora de la larga espera del nuevo rey. En países republicanos, se vuelven las miradas extrañadas hacia una nación que se considera «avanzada», pero que se rige por un sistema «atrasado». Tendemos a pensar, quizás, que es solo cuestión de tiempo para que esa forma de gobierno se desmorone ante las fuerzas de la historia. La paradoja –más aparente que real– ofrece la oportunidad para reflexionar acerca de cómo pensamos en la modernidad y el anacronismo. Como dijo el historiador David Edgerton, «el problema de la monarquía [británica] no es su atraso, sino su modernidad particular».
En un bello libro, Marshall Berman decía que la modernidad supone una experiencia vital que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, nuestra propia transformación y la del mundo, pero que al mismo tiempo amenaza con destruir todo lo que tenemos, lo que sabemos y lo que somos. El título de ese libro es Todo lo sólido se desvanece en el aire y está tomado de una frase del Manifiesto comunista de Karl Marx y Friedrich Engels. Es una concepción de la modernidad que coloca el acento en su carácter revolucionario y su capacidad de poner en entredicho la historia y la tradición. Supone una dinámica permanente de cambios que construye un orden nuevo sobre las ruinas del antiguo.